miércoles, 31 de diciembre de 2014

San Juan Pablo II: Frente al Año Nuevo

Audiencia general del miércoles, 29 de diciembre de 1982
  
Esta última audiencia general del año está toda ella impregnada de la luz de la Santa Navidad que acabamos de celebrar, y nos lleva además a reflexionar sobre la inminente celebración, tan rica de significado humano, del paso del año viejo al nuevo.
 
En efecto, la historia del hombre, iluminada por el misterio del Dios hecho hombre, Nuestro Señor Jesucristo, adquiere una clara orientación hacia el mundo de lo divino.  La fiesta de Navidad da un sentido cristiano a la sucesión de los acontecimientos y a los sentimientos humanos, proyectos y esperanzas, y permite descubrir en este rítmico y aparentemente mecánico correr del tiempo, no sólo las líneas de tendencia del peregrinaje humano, sino también los signos, las pruebas y las llamadas de la Providencia y Bondad Divina.

¿Vamos hacia lo mejor? ¿Vamos hacia lo peor? Para el cristiano no hay duda: la Redención de Cristo, que comienza en la Santa Noche de Navidad, lleva progresivamente a la humanidad redimida y que acoge esta Redención, al triunfo sobre el mal y sobre la muerte.

Ciertamente a medida que se va hacia Dios aumentan pruebas y dificultades. Esto vale tanto para el camino de la Iglesia como para cada uno de los cristianos. Las fuerzas hostiles a la verdad y a la justicia -como nos explica todo el libro del Apocalipsis- aumentan, en el curso de la historia, sus tramas y su violencia contra quien quiere seguir el camino del Redentor. Por tanto, en definitiva, a pesar de los riesgos y las derrotas parciales, la historia marcha hacia el triunfo del bien, hacia la victoria final de Cristo.

[…] En su significado profundo el verdadero progreso histórico que, como dice el Concilio Vaticano II (Gaudium et spes, 39), es preparación al Reino de Dios, no puede más que ser el efecto de los esfuerzos humanos sostenidos por la fuerza redentora de la Sangre de Cristo. El Verbo Divino, al encarnarse, redimió el tiempo y la historia, llevándoles hacia la salvación del hombre y su bienaventuranza en la visión beatífica y dándoles un impulso progresivo incontenible, si bien contrastado.

La Sagrada Familia de Nazaret es el modelo de todas las familias cristianas. […] La fiesta de la Sagrada Familia es uno de los principales puntos luminosos que nos ofrece la liturgia en nuestro camino terreno; con ellos podemos comprender el significado escatológico del tiempo y cómo verdaderamente Cristo, elevado en la Cruz, atrae a Sí todas las cosas (cf. Jn 12, 32)

La liturgia, de la que estamos viviendo en estos días algunos momentos particularmente intensos, nos ilumina así acerca del sentido del tiempo y de la historia, por lo cual, si surge en nosotros la impresión de que el mal está aumentando y triunfando, ella nos responde con el misterio de la Navidad, que nos introduce en el  misterio de la Cruz.

No aumenta el mal, aumentan las pruebas. Y puesto que Dios, junto con la prueba da también la fuerza para superarla (cf. I Cor 10, 13), la abundancia del mal, que nos quiere herir y seducir, termina por transformarse en una sobreabundancia de bien y de gloria. Por eso San Pablo pudo decir que "donde abundó el pecado sobreabundó la gracia" (Rom, 5, 20).

En el curso del tiempo aumentan los ataques contra el Reino de Dios y contra los que quieren seguir piadosamente a Cristo; pero aumenta también el don de fortaleza que les concede el Espíritu Santo, de modo que al final todo se resuelve en la victoria para cuantos han permanecido fieles.

Esta es, queridos hermanos y hermanas, la perspectiva con la que debemos encaminarnos a afrontar y vivir el año nuevo que tenemos delante.

La vida de aquí abajo no es por sí misma, un cómodo y garantizado viaje hacia lo mejor. Desde los primeros años de nuestra vida nos damos cuenta de ello si tenemos los ojos abiertos. Lo mejor es ciertamente una perspectiva real; la humanidad, guiada por el Pueblo de Dios, está marchando en esta dirección; pero para cada uno de nosotros esta marcha hacia lo "mejor" no está privada de riesgos y de dificultades; y sobre todo está sometida cada día a la prueba de nuestra responsabilidad, debe ser el objeto de una elección libre.

La luz de Belén y la luz del Pesebre nos indican la dirección hacia lo mejor, nos hablan de la victoria final del bien, nos animan a caminar con esperanza y sin miedo, "sin apartarnos ni a la derecha ni a la izquierda" (Jos 23, 6)

Fuente: El camino de María

domingo, 28 de diciembre de 2014

Oración de San Juan Pablo II por las familias

Oh Dios, de Quien procede toda paternidad en el Cielo y en la tierra, Padre que eres Amor y Vida…

Haz que cada familia humana sobre la tierra se convierta, por medio de tu Hijo, Jesucristo, 'nacido de Mujer', y mediante el Espíritu Santo, fuente de caridad divina, en verdadero santuario de la vida y del amor para las generaciones que siempre se renuevan.

Haz que tu gracia guíe los pensamientos y las obras de los esposos hacia el bien de sus familias y de todas las familias del mundo. Haz que las jóvenes generaciones encuentren en la familia un fuerte apoyo para su humanidad y su crecimiento en la verdad y en el amor.

Haz que el amor corroborado por la gracia del Sacramento del Matrimonio, se demuestre más fuerte que cualquier debilidad y cualquier crisis, por las que a veces pasan nuestras familias.

Haz,  te lo pedimos por intercesión de la Sagrada Familia de Nazaret, que la Iglesia en todas las naciones de la tierra pueda cumplir fructíferamente su misión en la familia y por medio de la familia.

Tú, que eres la Vida, la Verdad y el Amor, en la unidad del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

San Juan Pablo II

miércoles, 24 de diciembre de 2014

San Juan Pablo II: su último mensaje de Navidad

El 25 de diciembre de 2004, San Juan Pablo II dio el que sería su último mensaje urbi et orbi de Navidad

Christus natus est nobis, venite, adoremus! ¡Cristo ha nacido por nosotros, venid, a adorarlo!

Vamos hacia Ti, en este día solemne, dulce Niño de Belén, que al nacer has escondido tu divinidad para compartir nuestra frágil naturaleza humana.
Iluminados por la fe, Te reconocemos como verdadero Dios encarnado por amor nuestro. ¡Tú eres el único Redentor del hombre!

Ante el pesebre donde yace indefenso, que cesen tantas formas de creciente violencia, causa de indecibles sufrimientos; que se apaguen tantos focos de tensión, que corren el riesgo de degenerar en conflictos abiertos; que se consolide la voluntad de buscar soluciones pacíficas, respetuosas de las legítimas aspiraciones de los hombres y de los pueblos.

Niño de Belén, Profeta de paz, alienta las iniciativas de diálogo y de reconciliación, apoya los esfuerzos de paz que aunque tímidos, pero llenos de esperanza, se están haciendo actualmente por un presente y un futuro más sereno para tantos hermanos y hermanas nuestros en el mundo.
Pienso en África, en la tragedia de Dafur en Sudán, en Costa de Marfil y en la región de los Grandes Lagos. Con gran aprensión sigo los acontecimientos de Irak. Y ¿cómo no mirar con ansia compartida, pero también con inquebrantable confianza, a la tierra de la que Tú eres Hijo?

¡Por doquier se ve la necesidad de paz! Tú, que eres el Príncipe de la verdadera paz, ayúdanos a comprender que la única vía para construirla es huir horrorizados del mal y buscar siempre y con valentía el bien.
¡Hombres de buena voluntad de todos los pueblos de la tierra, venid con confianza al pesebre del Salvador!
“No quita los reinos humanos quien da el Reino de los cielos” (cf. himno litúrgico). Llegad para encontraros con Aquél que viene para enseñarnos el camino de la verdad, de la paz y del amor.  

San Juan Pablo II

martes, 16 de diciembre de 2014

Novena de Navidad: Cristo es nuestra paz

La Novena de Navidad nos impulsa a vivir de modo intenso y profundo la preparación para la gran fiesta, ya cercana, del nacimiento del Salvador. La liturgia traza un sabio itinerario para el encuentro con el Señor que viene, proponiendo cada día puntos para la reflexión y la oración. Nos invita a la conversión y a la acogida dócil del misterio de la Navidad.

En el Antiguo Testamento los profetas habían anunciado la venida del Mesías y habían mantenido viva la espera vigilante del pueblo elegido. A nosotros también se nos invita a vivir este tiempo con esos mismos sentimientos, para poder saborear así la alegría de las fiestas navideñas, ya inminentes.

Nuestra espera refleja las esperanzas de la humanidad entera y se expresa en una serie de sugestivas invocaciones, que encontramos en la celebración eucarística antes del evangelio y en el rezo de las Vísperas antes del cántico del Magníficat. Son las antífonas llamadas de la "Oh", en las que la Iglesia se dirige a Aquel que está a punto de venir con títulos muy poéticos, que manifiestan claramente la necesidad de paz y de salvación de los pueblos, necesidad que sólo en Dios hecho hombre queda satisfecha de modo pleno y definitivo.

Como el antiguo Israel, la comunidad eclesial se hace portavoz de los hombres y mujeres de todos los tiempos para cantar la venida del Señor. De vez en cuando ora así: "Oh Sabiduría que sale de la boca del Altísimo", "Oh Guía de la casa de Israel", "Oh Raíz de Jesé", "Oh Llave de David", "Oh Sol naciente", "Oh Sol de justicia", "Oh Rey de las naciones, Emmanuel, Dios con nosotros".

En cada una de estas apasionadas invocaciones, de clara referencia bíblica, se percibe el deseo que los creyentes tienen de ver cumplidas sus expectativas de paz. Por esto imploran el don del nacimiento del Salvador prometido. Sin embargo, al mismo tiempo sienten con claridad que eso implica un esfuerzo concreto para prepararle una digna morada no sólo en su alma, sino también en su entorno. En una palabra, invocar la venida de Aquel que trae la paz al mundo conlleva abrirse dócilmente a la verdad liberadora y a la fuerza renovadora del Evangelio.

Debemos convertirnos a la paz; debemos convertirnos a Cristo, nuestra paz, con la seguridad de que su amor desarmante en el pesebre vence a cualquier oscura amenaza y proyecto de violencia. Y es necesario seguir pidiendo con confianza al Niño Jesús, que nació para nosotros de la Virgen María, que la energía prodigiosa de su paz expulse el odio y la venganza que anidan en el corazón humano. Debemos orar a Dios para que el mal sea derrotado por el bien y el amor.

Como nos sugiere la liturgia de Adviento, imploremos del Señor el don de "prepararnos con alegría al misterio de su Nacimiento", para que el nacimiento de Jesús nos encuentre "velando en oración y cantando su alabanza" (Prefacio II de Adviento). Sólo así la Navidad será fiesta de alegría y encuentro con el Salvador que nos da la paz.

¿No es precisamente éste el deseo que quisiéramos intercambiarnos en la felicitación con motivo de las próximas fiestas navideñas? Por ello nuestra oración debe hacerse más intensa y fervorosa en esta semana. "Christus est pax nostra, Cristo es nuestra paz". Que su paz renueve todos los ámbitos de nuestra vida diaria; llene los corazones, para que se abran a la acción de su gracia transformadora; impregne a las familias, para que ante el belén o reunidas en torno al árbol de Navidad fortalezcan su comunión fiel; reine en las ciudades, en las naciones y en la comunidad internacional; y se difunda en todo el mundo.

Como los pastores en la noche de Belén, apresurémonos hacia Belén. Contemplaremos en el silencio de la Noche santa al "Niño envuelto en pañales, recostado en un pesebre", juntamente con José y María (cf. Lc 2, 12. 16). Ella, que acogió al Verbo de Dios en su seno virginal y lo estrechó entre sus brazos maternales, nos ayude a vivir con un compromiso más intenso este último tramo del itinerario litúrgico de Adviento.

San Juan Pablo II
Miércoles 19 de diciembre de 2001
(El Camino de María)

jueves, 4 de diciembre de 2014

¡Quédate con nosotros, María Inmaculada!

Se renueva cada 8 de diciembre, la devota peregrinación de los romanos a esta histórica plaza de España, en la que el beato Pío IX quiso erigir, en 1856, este monumento mariano en recuerdo de la promulgación del dogma de la Inmaculada Concepción.

Rendimos homenaje a María Santísima, preservada, desde el primer instante, del contagio de la culpa original y de toda otra sombra de pecado, en virtud de los méritos de su Hijo Jesucristo, nuestro único Redentor.

La Iglesia profesa y proclama: "Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te aplastará la cabeza" (Gn 3, 15). ¡Palabras proféticas de esperanza, que resonaron en los albores de la historia! Anuncian la victoria que Jesús, "nacido de mujer" (Ga 4, 4), lograría sobre satanás, príncipe de este mundo. "Te aplastará la cabeza":  la victoria del Hijo es victoria de la Madre, la Esclava Inmaculada del Señor, que intercede por nosotros como Abogada misericordiosa. Este es el misterio que celebramos [cada 8 de diciembre] este es el anuncio que renovamos con fe.

Roma, cuna de historia y de civilización, elegida por Dios como sede de Pedro y de sus sucesores, tierra santificada por numerosos mártires y testigos de la fe, extiende hoy sus brazos al mundo entero.

Roma, centro de la fe católica, en representación del pueblo cristiano esparcido por los cinco continentes, proclama con fe gozosa:  en Ti, María, ha triunfado el Amor.

"Pondré enemistad entre ti y la mujer...". ¿No se condensa en estas misteriosas palabras del libro del Génesis la verdad dramática de toda la historia del hombre?

El Concilio Ecuménico Vaticano II recordó que la historia es, en su realidad profunda, escenario de "una dura batalla contra los poderes de las tinieblas, que, iniciada ya desde el origen del mundo, durará hasta el último día, según dice el Señor" (Gaudium et spes, 37).

En este enfrentamiento sin tregua se encuentra implicado el hombre, todo hombre, que "debe combatir continuamente para adherirse al bien, y no sin grandes trabajos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en sí mismo" (ib.).

Virgen Inmaculada, Madre del Salvador, los siglos hablan de tu presencia materna en apoyo del pueblo que peregrina por las sendas de la historia. A Ti elevamos nuestra mirada y te pedimos que nos sostengas en la lucha contra el mal y en nuestro compromiso por el bien. Consérvanos bajo tu tutela materna, Virgen toda hermosa y toda santa. Ayúdanos a avanzar en el nuevo milenio revestidos de la humildad que te convirtió en predilecta a los ojos del Altísimo.

En tus manos ponemos el futuro que nos espera, invocando sobre el mundo entero tu constante protección. Por eso, como el apóstol san Juan, queremos acogerte en nuestra casa (cf. Jn 19, 27).

¡Quédate con nosotros, María, quédate con nosotros siempre!

Ora pro nobis, intercede pro nobis, ad Dominum Iesum Christum!. Amen

San Juan Pablo II
8 de diciembre de 2000

jueves, 20 de noviembre de 2014

"Virgo Fidelis"

Queridos hermanos y hermanas:

"...De entre tantos títulos atribuidos a la Virgen, a lo largo de los siglos, por el amor filial de los cristianos, hay uno de profundísimo significado: Virgo Fidelis, Virgen fiel. ¿Qué significa esta fidelidad de María? ¿Cuáles son les dimensiones de esa fidelidad?

La primera dimensión se llama búsqueda. María fue fiel ante todo cuando, con amor se puso a buscar el sentido profundo del Designio de Dios en Ella y para el mundo. “Quomodo fiet? -¿Cómo sucederá esto? ”, preguntaba Ella al Ángel de la Anunciación. Ya en el Antiguo Testamento el sentido de esta búsqueda se traduce en una expresión de rara belleza y extraordinario contenido espiritual: “buscar el Rostro del Señor”. No habrá fidelidad si no hubiere en la raíz esta ardiente, paciente y generosa búsqueda; si no se encontrara en el corazón del hombre una pregunta, para la cual sólo Dios tiene respuesta, mejor dicho, para la cual sólo Dios es la respuesta.

La segunda dimensión de la fidelidad se llama acogida, aceptación. El “quomodo fiet” se transforma, en los labios de María, en un “fiat”. Que se haga, estoy pronta, acepto: éste es el momento crucial de la fidelidad, momento en el cual el hombre percibe que jamás comprenderá totalmente el cómo; que hay en el Designio de Dios más zonas de misterio que de evidencia; que, por más que haga, jamás logrará captarlo todo. Es entonces cuando el hombre acepta el misterio, le da un lugar en su corazón así como “María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” Es el momento en el que el hombre se abandona al misterio, no con la resignación de alguien que capitula frente a un enigma, a un absurdo, sino más bien con la disponibilidad de quien se abre para ser habitado por algo – ¡por Alguien! – más grande que el propio corazón. Esa aceptación se cumple en definitiva por la fe que es la adhesión de todo el ser al misterio que se revela.

Coherencia, es la tercera dimensión de la fidelidad. Vivir de acuerdo con lo que se cree. Ajustar la propia vida al objeto de la propia adhesión. Aceptar incomprensiones, persecuciones antes que permitir rupturas entre lo que se vive y lo que se cree: esta es la coherencia. Aquí se encuentra, quizás, el núcleo más íntimo de la fidelidad.

Pero toda fidelidad debe pasar por la prueba más exigente: la de la duración. Por eso la cuarta dimensión de la fidelidad es la constancia. Es fácil ser coherente por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente en la hora de la exaltación, difícil serlo en la hora de la tribulación. Y sólo puede llamarse fidelidad una coherencia que dura a lo largo de toda la vida. El “fiat” de María en la Anunciación encuentra su plenitud en el “fiat” silencioso que repite al pie de la cruz. Ser fiel es no traicionar en les tinieblas lo que se aceptó en público.

De todas les enseñanzas que la Virgen da a sus hijos, quizás la más bella e importante es esta lección de fidelidad..."

San Juan Pablo II
Extracto de la Homilía en la Catedral de la ciudad de México, 26 de enero de 1979. 

sábado, 15 de noviembre de 2014

El empeño ecuménico de San Juan Pablo II

La fuerza del Espíritu de Dios hace crecer y edifica la Iglesia a través de los siglos. Dirigiendo la mirada al nuevo milenio, la Iglesia pide al Espíritu la gracia de reforzar su propia unidad y de hacerla crecer hacia la plena comunión con los demás cristianos.

¿Cómo alcanzarlo? En primer lugar con la oración. La oración debería siempre asumir aquella inquietud que es anhelo de unidad, y por tanto una de las formas necesarias del amor que tenemos por Cristo y por el Padre, rico en misericordia. La oración debe tener prioridad en este camino que emprendemos con los demás cristianos hacia el nuevo milenio.

La oración, la comunidad de oración, nos permite reencontrar siempre la verdad evangélica de las palabras «uno solo es vuestro Padre» (Mt 23, 9), aquel Padre, Abbá, al cual Cristo mismo se dirige, Él que es Hijo unigénito de la misma sustancia. Y además: «Uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos» (Mt 23, 8).

La «oración ecuménica» manifiesta esta dimensión fundamental de fraternidad en Cristo, que murió para unir a los hijos de Dios dispersos, para que nosotros, llegando a ser hijos en el Hijo (cf. Ef 1, 5), reflejásemos más plenamente la inescrutable realidad de la paternidad de Dios y, al mismo tiempo, la verdad sobre la humanidad propia de cada uno y de todos.

¿Cómo alcanzarlo? Con acción de gracias ya que no nos presentamos a esta cita con las manos vacías: «El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza intercede por nosotros con gemidos inefables» (Rm 8, 26) para disponernos a pedir a Dios lo que necesitamos.

¿Cómo alcanzarlo? Con la esperanza en el Espíritu, que sabe alejar de nosotros los espectros del pasado y los recuerdos dolorosos de la separación; El nos concede lucidez, fuerza y valor para dar los pasos necesarios, de modo que nuestro empeño sea cada vez más auténtico.

Si nos preguntáramos si todo esto es posible la respuesta sería siempre: sí. La misma respuesta escuchada por María de Nazaret, porque para Dios nada hay imposible.

Vienen a mi mente las palabras con las que San Cipriano comenta el Padre Nuestro, la oración de todos los cristianos: «Dios tampoco acepta el sacrificio del que no está en concordia con alguien, y le manda que se retire del altar y vaya primero a reconciliarse con su hermano; una vez que se haya puesto en paz con él, podrá también reconciliarse con Dios en sus plegarias. El sacrificio más importante a los ojos de Dios es nuestra paz y concordia fraterna y un pueblo cuya unión sea un reflejo de la unidad que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo».

Al alba del nuevo milenio, ¿cómo no pedir al Señor, con impulso renovado y conciencia más madura, la gracia de prepararnos, todos, a este sacrificio de la unidad?

San Juan Pablo II
Carta Encíclica “Ut Unum Sint” 1995

sábado, 1 de noviembre de 2014

La santidad según Juan Pablo II

La santidad no es algo reservado  para algunas almas escogidas; todos, sin excepción, estamos llamados a la santidad. Para todos están las gracias necesarias y suficientes; nadie está excluido.

La tentación más engañosa y que se repite siempre, es la de querer mejorar la sociedad, mejorando únicamente las estructuras externas; dejando de lado la realización espiritual del hombre que es donde se halla la verdadera felicidad.

La Iglesia, más que “reformadores”, tiene necesidad de santos, porque los santos son los auténticos y más fecundos reformadores.

La humildad es el primer paso hacia la santidad.

Vivid con valentía vuestra vida personal, aun cuando os parezca insignificante. Teresa de Lisieux, en sus pocos años de vida, nos enseñó la grandeza que pueden tener ante Dios las actividades insignificantes, normales.

Existe, por un lado, la santidad llamativa de algunas personas; pero también existe la santidad desconocida de la vida diaria.

Todo el que quiera comenzar un camino de perfección no puede renunciar a la cruz, a la mortificación, a la humillación y al sufrimiento, que asemejan al cristiano con el modelo divino que es el Crucificado.

Todos están llamados a amar a Dios con todo su corazón y con toda el alma, y a amar al prójimo por amor a Dios. Nadie está excluido de esta llamada tan clara de Jesús. Vosotros, por tanto, “sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial”.

La santidad consiste, en vivir con convicción la realidad del amor de Dios, a pesar de las dificultades de la historia y de la propia vida. El Sermón de la Montaña es la única escuela para ser santos.

La santidad consiste, además, en la vida de ocultamiento y de humildad: saberse sumergir en el trabajo cotidiano de los hombres, pero en silencio, sin ruidos crónicos, sin ecos mundanos.

La santidad del hombre es obra de Dios. Nunca será suficiente manifestarle gratitud por esta obra. Cuando veneramos las obras de Dios, veneramos y adoramos sobre todo a Él mismo, el Dios Santísimo. Y entre todas las obras de Dios, la más grande es la santidad de una criatura: la santidad del hombre.

Aunque la santidad nace de Dios mismo, a la vez, desde el punto de vista humano, se comunica de hombre a hombre. De este modo, podemos decir también que los santos “engendran” a los santos.

Un santo es, en su vida y en su muerte, traducción del Evangelio para su país y su época. Cristo no vacila en invitar a sus discípulos al seguimiento, a la perfección.

¿Qué es la santidad? Es precisamente la alegría de hacerla Voluntad de Dios.

¡No tengáis miedo ante esa palabra! ¡No tengáis miedo ante la realidad de una vida santa!

San Juan Pablo II

miércoles, 29 de octubre de 2014

San Juan Pablo II y María

Oh María,
aurora del mundo nuevo,
Madre de los vivientes,
a Ti confiamos la causa de la vida:
mira, Madre, el número inmenso
de niños a quienes se impide nacer,
de pobres a quienes se hace difícil vivir,
de hombres y mujeres víctimas
de violencia inhumana,
de ancianos y enfermos muertos
a causa de la indiferencia
o de una presunta piedad.
Haz que quienes creen en tu Hijo
sepan anunciar con firmeza y amor
a los hombres de nuestro tiempo
el Evangelio de la vida.
Alcánzales la gracia de acogerlo
como don siempre nuevo,
la alegría de celebrarlo con gratitud
durante toda su existencia
y la valentía de testimoniarlo
con solícita constancia, para construir,
junto con todos los hombres de buena voluntad,
la civilización de la verdad y del amor,
para alabanza y gloria de Dios Creador
y amante de la vida.

San Juan Pablo II.
Evangelium Vitae, 105

miércoles, 22 de octubre de 2014

20 hechos asombrosos de San Juan Pablo II

1.- En sus tiempos de interpretación teatral, era el que salvaba la situación con su memoria prodigiosa.
Todos sabemos que Juan Pablo II sentía una fuerte pasión por el teatro y la literatura en general, ya incluso desde que era un adolescente. Pero lo que no sabíamos es que una vez salvó la situación con su increíble memoria.
Uno de los personajes en una producción se dio de baja dos días antes del estreno y no disponían de suplentes en aquel momento.
La absorbente mente del joven Karol simplemente había memorizado el papel de todos los personajes durante los ensayos, y se ofreció a interpretar dos personajes.

2.- En sus acampadas con el grupo de gente joven, acostumbraba a leer “Cartas del Diablo a su Sobrino” de CS Lewis junto al fuego de campamento.
Al Padre Wojtyla le encantaba pasar tiempo con los jóvenes en actividades al aire libre durante su tiempo de párroco en Polonia; y más tarde como Cardenal siguió manteniendo esa costumbre. Esas salidas tenían que ser clandestinas ya que estaban prohibidas por los dirigentes comunistas. Iban a descender el río en kayak, o a practicar montañismo, llegando a celebrar misas en una canoa vuelta del revés.
Parece ser que alrededor del fuego durante las veladas nocturnas cantaban textos de poetas y escritores en general y leían textos sacados de algunos de esos libros, incluyendo el clásico “Cartas del Diablo a su Sobrino” (publicada por primera vez en 1942).

3.- Irónicamente, los comunistas “querían” que fuese arzobispo de Cracovia.
Aunque el gobierno comunista permitía a la iglesia polaca nombrar a los candidatos a la sede vacante, el gobierno se reservaba el derecho a veto sobre cualquier candidato que no le interesase. Continuaron con su censura a los candidatos hasta que consiguieron situar a su hombre: Karol Wojtyla.
Imaginemos ese momento incómodo cuando el hombre que ellos mismos han seleccionado se convierte en Papa y después regresa a Polonia a derrocar el comunismo. Probablemente el mayor ejemplo de minusvalorar a alguien en la historia de los fracasos.

4.- Removió una montaña de excrementos con la pala
A JP II nunca se le cayeron los anillos por trabajar en trabajos duros, o sucios, o a la hora de realizar los trabajos más bajos.
Poco después que el poder cambiara de manos en Polonia de los nazis a los comunistas, Karol y sus compañeros seminaristas pudieron volver al seminario, que había caído en un estado físico deplorable y necesitaba arreglos patentes. Las cañerías se habían congelado, y las letrinas se encontraban en un estado de profundo caos. Había que picar montañas de excrementos helados con palas y transportados en carretas lejos de ahí.

5.- Continuó con la práctica del esquí hasta que tuvo 73 años.
Una historia famosa es la de un niño de 8 años que se encontró con JP II en la pista de esquí. Hicieron un par de bajadas juntos, y la madre del niño no quería dar crédito a que su imaginativo hijo hubiera estado esquiando con el Papa, hasta que el niño se lo presentó.

6.- Viajó a la luna tres veces durante su vida.
Bueno, la misma distancia, al menos: ¡1.140.000 km! El hombre tenía una misión, y sentía que su llamada como pastor de la iglesia universal implicaba salir a los caminos y reunirse con su rebaño universal. “¿No se supone que debo ser el papa de todo el mundo?”, solía decir.

7.- ¿Cuál fue “el día más feliz de su vida”?
Según él mismo, ése fue el día en que canonizó a la hermana Faustina como la primera santa del milenio.
Su devoción a la Divina Misericordia fue uno de los temas centrales de su vida, algo muy cercano y muy querido para su corazón, especialmente como polaco que era. “No hay nada que el hombre necesite más que la Divina Misericordia”.

8.- Realizó un par de movimientos a lo James Bond para eludir a la policía secreta.
Cuando fue obispo en Polonia durante el dominio comunista, la policía secreta estaba constantemente grabando furtivamente sus conversaciones y estudiando sus movimientos. Cuando llegó a convertirse en Papa habían ya recopilado informes sobre su persona que llenaban 18 cajas de archivo.
En una ocasión en que el arzobispo necesitaba tener una reunión secreta con Karol, el chófer de Wojtyla montó una pequeña y peligrosa escena en medio del tráfico que hizo perder a los perseguidores de vista. Rápidamente Karol cambió de coche sin que nadie se percatara y así pudo reunirse con el arzobispo en paz. 
9.- Los royalties de sus libros construyeron iglesias en Yugoslavia.
Juan Pablo II, durante toda su vida fue un "regalador". Se regaló a sí mismo y regaló su tiempo y su talento.
Como botón de muestra, tras publicar "Cruzando el umbral de la esperanza", que vendió millones de copias, ofreció los primeros royalties para reconstruir iglesias destruidas en el conflicto de Yugoslavia.
También se sabe que regaló las ropas nuevas que le compraron y se quedó con las viejas.

10.- Recibió el sacramento de la reconciliación del padre Pío.
En 1947, el Padre Wojtyla visitó al Padre Pío, y éste le oyó en confesión. El Papa Juan Pablo II le canonizaría 55 años después.

11.- Su predecesor Juan Pablo I dijo lo siguiente:
“Mi nombre es Juan Pablo I. Solamente estaré con vosotros un tiempo corto. El segundo ya está en camino”

12.- Era el Rey de la multi-tarea.
Juan Pablo II tenía una ética laboral increíble, y uno de sus secretarios le describió como un “volcán de energía”. Era habitual en él trabajar entre 12 y 16 horas diarias. Tenía el don de la “concentración dividida”. Muchas personas contaban cómo podía tener una conversación completa con ellos mientras estaba leyendo, y aun así estar plenamente entregado. Algunas veces se cansaba en las reuniones si no trabajaba en algo más al mismo tiempo. De hecho, durante el Concilio Vaticano II escribió todo tipo de libros y poemas.

13.- Leía a Marx durante el Cónclave.
De hecho la necesidad de dedicarse a múltiples tareas simultáneamente era tan acuciante, tal era la necesidad de constantemente alimentar su intelecto, que incluso se llevaba material de lectura a las sesiones del cónclave poco después de su propia elección. Y de todos los libros que uno puede leer… leía literatura marxista. Como dijo en una ocasión a un amigo, “si quieres llegar a conocer a tu enemigo, tienes que conocer lo que ha escrito”.

14.- Una audiencia de 300.000 personas le aplaudió durante 14 minutos sin interrupción.
Durante el momento clave que representó su viaje a Polonia como Papa en 1979, JP II celebró la misa de Pentecostés en la plaza de la Victoria de Varsovia para una multitud de 300.000 almas. En un momento concreto el aplauso entusiasta duró 14 minutos sin interrupción.

15.- Si se recopila todo lo que escribió, equivaldría al contenido de 20 Biblias.
Su media superaba las 3.000 páginas anuales, y solamente durante el tiempo en que fue papa.

16.- Fue el primer papa en pisar una mezquita.
Su amor hacia la persona humana se extendía más allá de los confines de la Iglesia Católica, hacia todas las religiones, razas y lenguas.

17.- Una figura envuelta en un abrigo largo, con capucha negra, saliendo a hurtadillas por la puerta trasera del Vaticano.
Juan Pablo II era uno de esos líderes que se deslizaría con sigilo para no ser notado por sus guardias de seguridad mientras salía de casa. A menudo estas excursiones servían para conseguir un poco de solaz en las montañas o para ir a esquiar. Con lo ocupado que andaba el hombre, entendió la necesidad del equilibrio y la diversión.

18.- De vez en cuando le gustaba reírse un poco de su persona.
En una ocasión alguien pudo oír la siguiente conversación:
JP II: “La música es extraordinariamente útil para la oración. Como decía San Agustín, “el que canta, reza por partida doble”.”
Amigo: “¿Cantaba usted bien, Santo Padre?”
JP II: “Cuando era yo el que cantaba, era más propio decir que rezaba una sola vez.”

19.- Conocía a los más de 2.000 obispos del mundo por su nombre.
Guardaba un mapa en el que marcaba cada diócesis del mundo, y conocía a cada uno de sus obispos de memoria. Su memoria no estuvo limitada a los líderes de la Iglesia. La guardia suiza, los seminaristas, y conocidos esporádicos que apenas había tratado se sorprendían por los detalles pequeños que recordaba de ellos años más tarde.

20.- Más gente le vio a él que a cualquier otra persona en la historia de la humanidad.
Bueno, eso es lo que se dice. Y con el récord de 500 millones de personas, ¿alguien de entre el público puede competir con él?

domingo, 19 de octubre de 2014

El Rosario: un tesoro que recuperar

Queridos hermanos y hermanas: Una oración tan fácil, y al mismo tiempo tan rica, merece de veras ser recuperada por la comunidad cristiana. Hagámoslo sobre todo en este año, asumiendo esta propuesta como una consolidación de la línea trazada en la Carta apostólica Novo millennio ineunte, en la cual se han inspirado los planes pastorales de muchas Iglesias particulares al programar los objetivos para el próximo futuro.

Me dirijo en particular a vosotros, queridos Hermanos en el Episcopado, sacerdotes y diáconos, y a vosotros, agentes pastorales en los diversos ministerios, para que, teniendo la experiencia personal de la belleza del Rosario, os convirtáis en sus diligentes promotores.

Confío también en vosotros, teólogos, para que, realizando una reflexión a la vez rigurosa y sabia, basada en la Palabra de Dios y sensible a la vivencia del pueblo cristiano, ayudéis a descubrir los fundamentos bíblicos, las riquezas espirituales y la validez pastoral de esta oración tradicional.

Cuento con vosotros, consagrados y consagradas, llamados de manera particular a contemplar el rostro de Cristo siguiendo el ejemplo de María.

Pienso en todos vosotros, hermanos y hermanas de toda condición, en vosotras, familias cristianas, en vosotros, enfermos y ancianos, en vosotros, jóvenes: tomad con confianza entre las manos el Rosario, descubriéndolo de nuevo a la luz de la Escritura, en armonía con la Liturgia y en el contexto de la vida cotidiana.

¡Qué este llamamiento mío no sea en balde! Al inicio del vigésimo quinto año de Pontificado, pongo esta Carta apostólica en las manos de la Virgen María, postrándome espiritualmente ante su imagen en su espléndido Santuario edificado por el Beato Bartolomé Longo, apóstol del Rosario. Hago mías con gusto las palabras conmovedoras con las que él termina la célebre Súplica a la Reina del Santo Rosario:

«Oh Rosario bendito de María, dulce cadena que nos une con Dios, vínculo de amor que nos une a los Ángeles, torre de salvación contra los asaltos del infierno, puerto seguro en el común naufragio, no te dejaremos jamás. Tú serás nuestro consuelo en la hora de la agonía. Para Ti el último beso de la vida que se apaga. Y el último susurro de nuestros labios será tu suave nombre, oh Reina del Rosario de Pompeya, oh Madre nuestra querida, oh Refugio de los pecadores, oh Soberana consoladora de los tristes. Que seas bendita por doquier, hoy y siempre, en la tierra y en el Cielo».

San Juan Pablo II
Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae

jueves, 16 de octubre de 2014

Mes del Rosario - El Ave María

Este es el elemento más extenso del Rosario y que a la vez lo convierte en una oración mariana por excelencia. Pero precisamente a la luz del Ave María, bien entendida, es donde se nota con claridad que el carácter mariano no se opone al cristológico, sino que más bien lo subraya y lo exalta. En efecto, la primera parte del Ave María, tomada de las palabras dirigidas a María por el ángel Gabriel y por santa Isabel, es contemplación adorante del misterio que se realiza en la Virgen de Nazaret. Expresan, por así decir, la admiración del Cielo y de la tierra y, en cierto sentido, dejan entrever la complacencia de Dios mismo al ver su obra maestra –la encarnación del Hijo en el seno virginal de María–, análogamente a la mirada de aprobación del Génesis (cf. Gn 1, 31), aquel «pathos con el que Dios, en el alba de la creación, contempló la obra de sus manos».

Repetir en el Rosario el Ave María nos acerca a la complacencia de Dios: es júbilo, asombro, reconocimiento del milagro más grande de la historia. Es el cumplimiento de la profecía de María: «Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada» (Lc 1, 48).

El centro del Ave María, casi como engarce entre la primera y la segunda parte, es el Nombre de Jesús. A veces, en el rezo apresurado, no se percibe este aspecto central y tampoco la relación con el misterio de Cristo que se está contemplando. Pero es precisamente el relieve que se da al nombre de Jesús y a su misterio lo que caracteriza una recitación consciente y fructuosa del Rosario.

Ya Pablo VI recordó en la Exhortación apostólica Marialis cultus la costumbre, practicada en algunas regiones, de realzar el nombre de Cristo añadiéndole una cláusula evocadora del misterio que se está meditando. Es una costumbre loable, especialmente en la plegaria pública. Expresa con intensidad la fe cristológica, aplicada a los diversos momentos de la vida del Redentor. Es profesión de fe y, al mismo tiempo, ayuda a mantener atenta la meditación, permitiendo vivir la función asimiladora, innata en la repetición del Ave María, respecto al misterio de Cristo. Repetir el nombre de Jesús –el único nombre del cual podemos esperar la salvación (cf. Hch 4, 12)– junto con el de su Madre Santísima, y como dejando que Ella misma nos lo sugiera, es un modo de asimilación, que aspira a hacernos entrar cada vez más profundamente en la vida de Cristo.

De la especial relación con Cristo, que hace de María la Madre de Dios, la Theotòkos, deriva, además, la fuerza de la súplica con la que nos dirigimos a Ella en la segunda parte de la oración, confiando a su materna intercesión nuestra vida y la hora de nuestra muerte.

San Juan Pablo II  Carta Apostólica Rosarium virginis Mariae 

sábado, 11 de octubre de 2014

María es la mejor maestra

"...Encaminaos, pues, desde ahora, hacia la casa de la Madre de Cristo y Madre nuestra, para meditar, bajo su mirada amorosa, sobre el tema de la VI Jornada: "Habéis recibido un espíritu de hijos..." (Rm 8, 15).

¿Dónde se puede aprender mejor qué cosa significa ser hijos de Dios sino a los pies de la Madre de Dios? María es la mejor Maestra. A Ella ha sido confiado un papel fundamental en la historia de la salvación: "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva" (Ga4, 4).

¿Dónde, sino en su corazón maternal, se puede guardar mejor la herencia de los hijos de Dios prometida por el Padre? Llevamos este don en vasijas de barro. Nuestra peregrinación será, pues, para cada uno de nosotros, un gran acto de entrega confiada a María. Iremos a un santuario que, para el pueblo polaco, tiene un significado muy particular, como lugar de evangelización y de conversión, hacia el cual confluyen miles de peregrinos provenientes de todas las partes del país y del mundo. Desde hace más de 600 años, en el monasterio de Jasna Góra en Czestochowa, María es venerada en su icono milagroso de la Virgen Negra. En los momentos más difíciles de su historia, el pueblo polaco ha encontrado allí, en la casa de la Madre, la fuerza de la fe y la esperanza, la propia dignidad y la herencia de los hijos de Dios.

Para todos, jóvenes del Este y del Oeste, del Norte y del Sur, la peregrinación a Czestochowa será un testimonio de fe ante el mundo entero. Será una peregrinación de libertad a través de las fronteras de las naciones que se abren cada vez más a Cristo, Redentor del hombre.

Con este mensaje quiero iniciar el camino de preparación espiritual ya sea a la VI Jornada mundial de la juventud, ya sea a la peregrinación a Czestochowa. Estas reflexiones quieren servir para iniciar este camino que es, sobre todo, de fe, de conversión y de vuelta a lo esencial en nuestra vida.

A vosotros, jóvenes de los países del Este europeo, dirijo una palabra de especial aliento. No faltéis a esta cita que se prevé, desde ahora, como un encuentro memorable entre las jóvenes Iglesias del Este y del Oeste. Vuestra presencia en Czestochowa constituirá un testimonio de fe de enorme significado.

Y vosotros, queridísimos jóvenes de mi amada Polonia, estáis llamados esta vez a dar hospitalidad a vuestros amigos que llegarán de todas las partes del mundo. Para vosotros y para la Iglesia de Polonia, este encuentro, al cual yo también acudiré, constituirá un don espiritual extraordinario en este momento histórico que estáis viviendo, tan lleno de esperanzas para el futuro.

Espiritualmente arrodillado ante la imagen de la Virgen Negra de Czestochowa, confío a su amorosa protección el entero desarrollo de la VI Jornada mundial de la juventud."

San Juan Pablo II
Mensaje para la VI Jornada Mundial de la Juventud.
Czestochowa – Polonia (1991)

lunes, 6 de octubre de 2014

San Juan Pablo II y el rezo del Rosario

"El Rosario es mi oración preferida. Oración maravillosa en su sencillez y en su profundidad. En esta oración repetimos muchas veces las palabras que la Virgen María escuchó de boca del ángel y de su prima Isabel. A estas palabras se asocia toda la Iglesia.

Se puede decir que el Rosario es, en cierto modo, una oración-comentario del último capítulo de la Constitución "Lumen Gentium" del Vaticano II, capítulo que trata de la admirable presencia de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Sobre el fondo de las palabras "Dios te salve, María", pasan ante los ojos del que las reza los principales episodios de la vida de Cristo, con sus misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, que nos hacen entrar en comunión con Cristo, podríamos decir, a través del corazón de su Madre.

Nuestro corazón puede encerrar en estas decenas del Rosario todos los hechos que componen la vida de cada individuo, de cada familia, de cada nación, de la Iglesia y de la humanidad: los acontecimientos personales y los del prójimo y, de modo particular, de los que más queremos. Así, la sencilla oración del Rosario late al ritmo de la vida humana". (S.S. Juan Pablo II)

Cita del  del entonces Cardenal Bergoglio:

"Si no recuerdo mal, era 1985. Una noche fui a rezar el Santo Rosario que dirigía el Santo Padre. Estaba delante de todos, de rodillas. El grupo era grande, veía al Santo Padre por la espalda y, poco a poco, me sumergí en la oración. No estaba solo. Oraba entre el pueblo de Dios al que yo pertenecía, y todos los que estaban allí, dirigidos por nuestro Pastor.

En el medio de la oración, me distraje, mirando la figura del Papa: su piedad, su devoción, ¡eran todo un testimonio! Y el tiempo se desvaneció, y empecé a imaginar el joven sacerdote, seminarista, el poeta, el trabajador, el niño de Wadowice... en la misma posición en que estaba en ese momento, orando Ave María tras Ave María. Su testimonio me impactó. Sentí que este hombre, elegido para dirigir la Iglesia, había recorrido un camino de regreso hasta su Madre del Cielo, un proceso iniciado desde su infancia. Y allí me di cuenta de la densidad que tenían las palabras de la Madre de Guadalupe a San Juan Diego: "No temas, ¿no soy acaso tu madre?" Comprendí así la presencia de María en la vida del Papa, que no dejó de testimoniar ni un instante. Desde entonces recito todos los días los quince misterios del Rosario". 

lunes, 29 de septiembre de 2014

Testimonio de amor

Mensaje del Papa Juan Pablo II para la 
II Jornada Mundial de la Juventud 
Buenos Aires, 1987

El tema y contenido de esta Jornada Mundial pone ante nuestros ojos el testimonio del Apóstol San Juan cuando exclama: “Y nosotros hemos conocido el Amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él”.

A este propósito, deseo recordaros un pensamiento que expuse en mi primera Encíclica: “El hombre no puede vivir sin amor. El permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente”. ¡Y cuánto más podría destacarse dicha realidad para la vida de los jóvenes, en esta fase de especial responsabilidad y esperanza, del crecimiento de la persona, de definición de los grandes significados, ideales y proyectos de vida, de ansia de verdad y de caminos de auténtica felicidad! Es entonces cuando más se experimenta la necesidad de sentirse reconocido, sostenido, escuchado y amado.

Vosotros sabéis bien, desde lo profundo de vuestros corazones, que son efímeras y sólo dejan vacío en el alma las satisfacciones que ofrece un hedonismo superficial; que es ilusorio encerrarse en la caparazón del propio egoísmo; que toda indiferencia y escepticismo contradicen las nobles ansias de amor sin fronteras; que las tentaciones de la violencia y de las ideologías que niegan a Dios llevan sólo a callejones sin salida.

Puesto que el hombre no puede vivir ni ser comprendido sin amor, quiero invitaros a todos a crecer en humanidad, a poner como prioridad absoluta los valores del espíritu, a transformaros en “hombres nuevos”, reconociendo y aceptando cada vez más la presencia de Dios en vuestras vidas, la presencia de un Dios que es Amor; un Padre que nos ama a cada uno desde toda la eternidad, que nos ha creado por amor y que tanto nos ha amado hasta entregar a su Hijo Unigénito para perdonar nuestros pecados, para reconciliarnos con Él, para vivir con Él una comunión de amor que no terminará jamás.

La Jornada Mundial de la Juventud tiene, pues, que disponernos a todos a acoger ese don del Amor de Dios, que nos configura y que nos salva. El mundo espera con ansia nuestro testimonio de amor. Un testimonio nacido de una profunda convicción personal y de un sincero acto de amor y de fe en Cristo Resucitado. Esto significa conocer el amor y crecer en él.

San Juan Pablo II

lunes, 22 de septiembre de 2014

Juan Pablo II y Padre Pío: historia de una amistad

Hay hechos que nos llevan a pensar que Karol Wojtyla tuvo la suerte de poder ‘comprobar’ personalmente que Padre Pío era verdaderamente un hombre de Dios.

Sabemos que el futuro Papa conoció a Padre Pío en el verano de 1947. Karol Wojtyla era entonces sacerdote desde hacía ocho meses. Estudiaba en Roma. Estaba muy interesado en la teología mística. Era por lo tanto un apasionado de las obras de Santa Teresa de Avila y de San Juan de la Cruz.

Enviado a Roma para especializarse en teología, eligió para la tesis un argumento que lo llevaba a su pasión: La doctrina de la fe según San Juan de la Cruz. Y, mientras estudiaba en la ciudad eterna, supo que en la región de Puglia vivía un fraile que tenía en su cuerpo los estigmas, la típica señal mística, y decidió ir a verlo.

Al acabar el año escolástico 1946-47, Karol Wojtyla salió para San Giovanni Rotondo, donde encontró a Padre Pío.  Como es sabido, Padre Pío ‘veía’ el futuro. Entre las personas que testimoniaron durante el proceso de su beatificación, muchos han afirmado que poseía extraordinarias y verdaderas dotes de previsión. Su biografía está llena de episodios donde indica cómo iban a acabar los asuntos bélicos, o los sucesos referidos a sus interlocutores. ¿Qué le habrá dicho al joven Wojtyla?

En los días de su elección como Pontífice, en octubre de 1978, en Roma circulaban voces curiosas sobre aquel lejano encuentro con Padre Pío. Se decía que el fraile de los estigmas le predijo entonces que se convertiría en Papa. Recuerdo que un anciano sacerdote polaco me explicó aquellos días en Roma, que Karol Wojtyla en su juventud aludía a menudo a aquella profecía, y lo hacía bromeando, considerándola como una cosa imposible. Pero después de haberse convertido en arzobispo de Cracovia, y de haber sido nombrado cardenal, ya no habló más de ello, como si hubiera empezado a pensar que la profecía se iba a cumplir.

En mayo de 1981 tuvo lugar el famoso atentado a Juan Pablo II en la Plaza San Pedro. Y en aquella ocasión retornaron las voces de las previsiones proféticas de Padre Pío a Karol Wojtyla. Se decía que el religioso de San Giovanni Rotondo, en 1947, junto a la elección como Pontífice, también le predijo a Wojtyla el atentado. “Veo tu vestido blanco manchado de sangre”, le habría dicho. Pero tampoco de esto ha habido confirmaciones y quizás se trata sólo de pías leyendas. Queda el hecho de que Karol Wojtyla no olvidó nunca el encuentro con Padre Pío de 1947, y demostró siempre que tenía por aquel religioso la más gran consideración.

Una prueba inconfundible de esta incondicional estima la dio en 1962. Wojtyla era entonces un joven obispo. Estaba en Roma por el Concilio Vaticano II. Padre Pío, en aquel periodo estaba en el centro de las polémicas. Sus encarnizados detractores estaban interfiriendo contra él con acusaciones y calumnias. El Padre acababa de ser objeto de una ‘Visita apostólica’, ordenada por el Santo Oficio, al final de la cual se habían tomado severas medidas disciplinarias contra él. Mientras estaba en Roma, Wojtyla recibió una carta de Cracovia donde se le informaba que a una de sus colaboradoras, la doctora Wanda Poltawska, médica psiquiatra, con la que había trabajado mucho en el sector de la familia, se le había diagnosticado un tumor. Los médicos habían decidido operarla, pero no tenía muchas esperanzas. Wojtyla sintió un gran dolor. No sólo porque conocía bien a aquella mujer, sino porque la doctora Poltawska era joven y tenía cuatro niñas pequeñas. ¿La medicina no podía hacer nada? Y Wojtyla pensó en Padre Pío. Le escribió una carta explicándole el caso y pidiéndole que rezara por ella.

Hay un detalle muy significativo ligado a aquella carta, que me fue explicado por la persona que llevó la carta a Padre Pío, Angelo Battisti, que era un empleado de la Secretaría de Estado del Vaticano y a la vez era administrador de la ‘Casa Sollievo della Sofferenza’,el hospital fundado por Padre Pío. La carta escrita a mano por Wojtyla fue entregada a Battisti con el encargo de llevarla a Padre Pío. Battisti fue inmediatamente a San Giovanni Rotondo. Llegó al convento y fue a la celda del Padre y lo encontró sentado en una butaca, sumergido en la oración. “Le entregué la carta -me explicó Battisti-, y Padre Pío me dijo que la abriera y la leyera. La carta, con fecha del 17 de noviembre, estaba escrita a mano en latín y decía: «Venerable padre, te pido que reces por una madre de cuatro niñas, que vive en Cracovia, en Polonia, (durante la última guerra estuvo cinco años en un campo de concentración alemán) y ahora se encuentra en grave estado de salud, su vida corre peligro a causa del cáncer. Reza para que Dios, con la intervención de la beata Virgen, muestre misericordia por ella y por su familia. En Cristo. Karol Wojtyla».

Padre Pío escuchó mi lectura con la cabeza doblada sobre el estómago. Cuando acabé, se quedó en silencio, después se dirigió hacia mí y dijo que no podía decir que no”. Battisti, que sabía el valor profético de las palabras de Padre Pío, se quedó sorprendido. ¿Quién era ese Karol Wojtyla del que Padre Pío había dicho: “A éste no se le puede decir que no”? Cuando volvió al Vaticano pidió información pero nadie sabía quién era el joven obispo polaco.

Once días después, Battisti tuvo que volver otra vez a San Giovanni Rotondo con una nueva carta de Karol Wojtyla. También en esta ocasión encontró a Padre Pío en su celda rezando. Le dio la carta y Padre Pío dijo: “Abrela y lee”. Al igual que la precedente estaba escrita a mano y en latín. Decía: “Reverendo padre, la mujer que vive en Cracovia, madre de cuatro niñas, el día 21 de noviembre, antes de la operación, se curó repentinamente. Demos gracias a Dios. Y también a ti, padre venerable, te lo agradezco con todo mi corazón, en nombre de la propia mujer, de su marido y de toda su familia. En Cristo, Karol Wojtyla, Obispo capitular de Cracovia”. Y esta vez, después de haber escuchado la lectura de la carta, Padre Pío dijo: “Angiolino, guarda estas dos cartas que pueden ser útiles en el futuro”. De hecho, son el extraordinario documento de un milagro sorprendente del que fue testimonio directo un obispo que después se convirtió en Papa.

La admiración y la estima por Padre Pío crecieron en Karol Wojtyla. Después de la muerte del religioso, fue uno de los primeros que enviaron cartas a Roma para pedir la apertura de la causa de beatificación. Padre Pío murió en septiembre de 1968. Un año después, en noviembre de 1969, se iniciaron las prácticas para abrir el proceso de beatificación. En 1972 los frailes capuchinos pidieron a muchos obispos una ‘carta postulatoria’, para enviar a Roma y solicitar la causa. Muchos obispos respondieron, y lo hicieron por su propia cuenta, pero Karol Wojtyla, arzobispo de Cracovia, implicó a todo el episcopado polaco, enviando a Roma un escrito oficial de la Conferencia Episcopal Polaca, donde se leía que “todos los obispos firmantes, arzobispos y cardenales, están convencidos de la santidad y de la especial misión de Padre Pío, algunos por haberlo visto con los propios ojos, otros por haberlo conocido a través de las palabras de quien lo escuchaba y escribía sobre él”. Y aquella carta, expresión de la entera Iglesia polaca, tenía una importancia especial.

En 1974, Karol Wojtyla, ya cardenal, fue a Italia y quiso ir a San Giovanni Rotondo. Celebró Misa en la iglesia de los Capuchinos y durante el sermón dijo que “tenía todavía en los ojos, al cabo de tantos años, la imagen de Padre Pío, su presencia, la santa misa por él celebrada en el altar lateral, el confesionario donde todavía oía sus palabras”. Y dijo también que “era impresionante, profundo, poder celebrar junto a la tumba del venerado padre, porque siempre, durante toda su vida, no hizo nada más que predicar la pasión, la muerte y la resurrección de Cristo”.

Ya de Papa, Wojtyla no dejó nunca, cuando se presentaba la ocasión, de expresar con franqueza la propia devoción por Padre Pío. Un día, dirigiéndose a los componentes de un ‘Grupo de Oración’, dijo: “Moveros, si queréis que Padre Pío suba pronto a los altares”.

El 13 de octubre de 1979, recibió en audiencia en el Vaticano a los monaguillos del Seminario romano mayor. Uno recordó a Padre Pío y el Papa respondió con tono de orgullo: “Yo también estuve dos veces en San Giovanni Rotondo”.

Visitando una parroquia de Roma encontró a un joven salesiano y le preguntó: “¿Usted es sacerdote?”. “No, Santidad, soy un monaguillo de Foggia y le traigo recuerdos de los componentes de los ‘Grupos de oración de Padre Pío’ de aquella ciudad”. Y el Papa, estrechando la mano de aquel joven, dijo: “¡Ah, Padre Pío! Bien, ¡entonces vosotros me ayudaréis!”.

La señora Elena Caffaro, de Roma, una tarde formó parte del grupo de personas admitidas a rezar el Rosario con el Papa, en ocasión del primer sábado del mes, ceremonia que se transmitía en directo por Radio Vaticana. Al final del rosario, la señora fue a saludar al Papa y le dijo: “Santidad, acuérdese de Padre Pío”. El santo Padre respondió: “Yo le rezo siempre a Padre Pío, todos los días”.

Carlo Campanini, un popular cómico que era muy devoto de Padre Pío, me explicó que en 1981 asistió a la misa del Santo Padre en su Capilla privada. Después de la misa estuvo con el Pontífice y le mostró algunas fotografías donde estaba con Padre Pío. El Papa mostró mucho interés y dijo al actor: “Rece para que Padre Pío suba pronto a los altares”.

Monseñor Paolo Carta, que había sido obispo de Foggia, en un encuentro con Juan Pablo II, le dijo: “Soy testimonio de la Santidad de Padre Pío”. El Papa le contestó: “Ah, Padre Pío, que hombre de Dios. Una vez yo también fui a verlo y me confesó”.

En 1987, cuando el proceso estaba en pleno desarrollo pero iba lentamente, Juan Pablo II fue de visita a San Giovanni Rotondo. Le siguieron muchos periodistas y cámaras de televisión que recogían todos sus movimientos. Quiso ir a rezar a la cripta de la iglesia de los Frailes Capuchinos, a pesar de saber que lo iban a filmar, no dudó ni un momento en arrodillarse delante de la tumba de Padre Pío y quedarse algunos minutos en un profundo recogimiento.

Padre Pío ahora es santo. Papa Wojtyla celebró la última solemne ceremonia de su investidura oficial a la santidad el  16 de junio del 2002. Y lo hizo con un gran cansancio físico, porque ahora era él el estigmatizado. El sufrimiento se había alojado en todas las fibras de su cuerpo. Porque sabía que el propio sufrimiento, como el de Padre Pío, ligado a la Pasión de Cristo, son la aurora que precede al sol de la Resurrección.

Fuente: Blog Juan Pablo II