Mensaje del Papa
Juan Pablo II para la
II Jornada Mundial de la Juventud
Buenos Aires, 1987
El tema y contenido de esta Jornada Mundial pone ante
nuestros ojos el testimonio del Apóstol San Juan cuando exclama: “Y nosotros
hemos conocido el Amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él”.
A este propósito, deseo recordaros un pensamiento que
expuse en mi primera Encíclica: “El hombre no puede vivir sin amor. El
permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido
si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo
experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente”. ¡Y cuánto más
podría destacarse dicha realidad para la vida de los jóvenes, en esta fase de
especial responsabilidad y esperanza, del crecimiento de la persona, de
definición de los grandes significados, ideales y proyectos de vida, de ansia
de verdad y de caminos de auténtica felicidad! Es entonces cuando más se
experimenta la necesidad de sentirse reconocido, sostenido, escuchado y amado.
Vosotros sabéis bien, desde lo profundo de vuestros
corazones, que son efímeras y sólo dejan vacío en el alma las satisfacciones
que ofrece un hedonismo superficial; que es ilusorio encerrarse en la caparazón
del propio egoísmo; que toda indiferencia y escepticismo contradicen las nobles
ansias de amor sin fronteras; que las tentaciones de la violencia y de las
ideologías que niegan a Dios llevan sólo a callejones sin salida.
Puesto que el hombre no puede vivir ni ser comprendido
sin amor, quiero invitaros a todos a crecer en humanidad, a poner como
prioridad absoluta los valores del espíritu, a transformaros en “hombres
nuevos”, reconociendo y aceptando cada vez más la presencia de Dios en vuestras
vidas, la presencia de un Dios que es Amor; un Padre que nos ama a cada uno
desde toda la eternidad, que nos ha creado por amor y que tanto nos ha amado hasta
entregar a su Hijo Unigénito para perdonar nuestros pecados, para
reconciliarnos con Él, para vivir con Él una comunión de amor que no terminará
jamás.
La Jornada Mundial de la Juventud tiene, pues, que
disponernos a todos a acoger ese don del Amor de Dios, que nos configura y que
nos salva. El mundo espera con ansia nuestro testimonio de amor. Un testimonio
nacido de una profunda convicción personal y de un sincero acto de amor y de fe
en Cristo Resucitado. Esto significa conocer el amor y crecer en él.
San Juan Pablo II
San Juan Pablo II
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