lunes, 22 de septiembre de 2014

Juan Pablo II y Padre Pío: historia de una amistad

Hay hechos que nos llevan a pensar que Karol Wojtyla tuvo la suerte de poder ‘comprobar’ personalmente que Padre Pío era verdaderamente un hombre de Dios.

Sabemos que el futuro Papa conoció a Padre Pío en el verano de 1947. Karol Wojtyla era entonces sacerdote desde hacía ocho meses. Estudiaba en Roma. Estaba muy interesado en la teología mística. Era por lo tanto un apasionado de las obras de Santa Teresa de Avila y de San Juan de la Cruz.

Enviado a Roma para especializarse en teología, eligió para la tesis un argumento que lo llevaba a su pasión: La doctrina de la fe según San Juan de la Cruz. Y, mientras estudiaba en la ciudad eterna, supo que en la región de Puglia vivía un fraile que tenía en su cuerpo los estigmas, la típica señal mística, y decidió ir a verlo.

Al acabar el año escolástico 1946-47, Karol Wojtyla salió para San Giovanni Rotondo, donde encontró a Padre Pío.  Como es sabido, Padre Pío ‘veía’ el futuro. Entre las personas que testimoniaron durante el proceso de su beatificación, muchos han afirmado que poseía extraordinarias y verdaderas dotes de previsión. Su biografía está llena de episodios donde indica cómo iban a acabar los asuntos bélicos, o los sucesos referidos a sus interlocutores. ¿Qué le habrá dicho al joven Wojtyla?

En los días de su elección como Pontífice, en octubre de 1978, en Roma circulaban voces curiosas sobre aquel lejano encuentro con Padre Pío. Se decía que el fraile de los estigmas le predijo entonces que se convertiría en Papa. Recuerdo que un anciano sacerdote polaco me explicó aquellos días en Roma, que Karol Wojtyla en su juventud aludía a menudo a aquella profecía, y lo hacía bromeando, considerándola como una cosa imposible. Pero después de haberse convertido en arzobispo de Cracovia, y de haber sido nombrado cardenal, ya no habló más de ello, como si hubiera empezado a pensar que la profecía se iba a cumplir.

En mayo de 1981 tuvo lugar el famoso atentado a Juan Pablo II en la Plaza San Pedro. Y en aquella ocasión retornaron las voces de las previsiones proféticas de Padre Pío a Karol Wojtyla. Se decía que el religioso de San Giovanni Rotondo, en 1947, junto a la elección como Pontífice, también le predijo a Wojtyla el atentado. “Veo tu vestido blanco manchado de sangre”, le habría dicho. Pero tampoco de esto ha habido confirmaciones y quizás se trata sólo de pías leyendas. Queda el hecho de que Karol Wojtyla no olvidó nunca el encuentro con Padre Pío de 1947, y demostró siempre que tenía por aquel religioso la más gran consideración.

Una prueba inconfundible de esta incondicional estima la dio en 1962. Wojtyla era entonces un joven obispo. Estaba en Roma por el Concilio Vaticano II. Padre Pío, en aquel periodo estaba en el centro de las polémicas. Sus encarnizados detractores estaban interfiriendo contra él con acusaciones y calumnias. El Padre acababa de ser objeto de una ‘Visita apostólica’, ordenada por el Santo Oficio, al final de la cual se habían tomado severas medidas disciplinarias contra él. Mientras estaba en Roma, Wojtyla recibió una carta de Cracovia donde se le informaba que a una de sus colaboradoras, la doctora Wanda Poltawska, médica psiquiatra, con la que había trabajado mucho en el sector de la familia, se le había diagnosticado un tumor. Los médicos habían decidido operarla, pero no tenía muchas esperanzas. Wojtyla sintió un gran dolor. No sólo porque conocía bien a aquella mujer, sino porque la doctora Poltawska era joven y tenía cuatro niñas pequeñas. ¿La medicina no podía hacer nada? Y Wojtyla pensó en Padre Pío. Le escribió una carta explicándole el caso y pidiéndole que rezara por ella.

Hay un detalle muy significativo ligado a aquella carta, que me fue explicado por la persona que llevó la carta a Padre Pío, Angelo Battisti, que era un empleado de la Secretaría de Estado del Vaticano y a la vez era administrador de la ‘Casa Sollievo della Sofferenza’,el hospital fundado por Padre Pío. La carta escrita a mano por Wojtyla fue entregada a Battisti con el encargo de llevarla a Padre Pío. Battisti fue inmediatamente a San Giovanni Rotondo. Llegó al convento y fue a la celda del Padre y lo encontró sentado en una butaca, sumergido en la oración. “Le entregué la carta -me explicó Battisti-, y Padre Pío me dijo que la abriera y la leyera. La carta, con fecha del 17 de noviembre, estaba escrita a mano en latín y decía: «Venerable padre, te pido que reces por una madre de cuatro niñas, que vive en Cracovia, en Polonia, (durante la última guerra estuvo cinco años en un campo de concentración alemán) y ahora se encuentra en grave estado de salud, su vida corre peligro a causa del cáncer. Reza para que Dios, con la intervención de la beata Virgen, muestre misericordia por ella y por su familia. En Cristo. Karol Wojtyla».

Padre Pío escuchó mi lectura con la cabeza doblada sobre el estómago. Cuando acabé, se quedó en silencio, después se dirigió hacia mí y dijo que no podía decir que no”. Battisti, que sabía el valor profético de las palabras de Padre Pío, se quedó sorprendido. ¿Quién era ese Karol Wojtyla del que Padre Pío había dicho: “A éste no se le puede decir que no”? Cuando volvió al Vaticano pidió información pero nadie sabía quién era el joven obispo polaco.

Once días después, Battisti tuvo que volver otra vez a San Giovanni Rotondo con una nueva carta de Karol Wojtyla. También en esta ocasión encontró a Padre Pío en su celda rezando. Le dio la carta y Padre Pío dijo: “Abrela y lee”. Al igual que la precedente estaba escrita a mano y en latín. Decía: “Reverendo padre, la mujer que vive en Cracovia, madre de cuatro niñas, el día 21 de noviembre, antes de la operación, se curó repentinamente. Demos gracias a Dios. Y también a ti, padre venerable, te lo agradezco con todo mi corazón, en nombre de la propia mujer, de su marido y de toda su familia. En Cristo, Karol Wojtyla, Obispo capitular de Cracovia”. Y esta vez, después de haber escuchado la lectura de la carta, Padre Pío dijo: “Angiolino, guarda estas dos cartas que pueden ser útiles en el futuro”. De hecho, son el extraordinario documento de un milagro sorprendente del que fue testimonio directo un obispo que después se convirtió en Papa.

La admiración y la estima por Padre Pío crecieron en Karol Wojtyla. Después de la muerte del religioso, fue uno de los primeros que enviaron cartas a Roma para pedir la apertura de la causa de beatificación. Padre Pío murió en septiembre de 1968. Un año después, en noviembre de 1969, se iniciaron las prácticas para abrir el proceso de beatificación. En 1972 los frailes capuchinos pidieron a muchos obispos una ‘carta postulatoria’, para enviar a Roma y solicitar la causa. Muchos obispos respondieron, y lo hicieron por su propia cuenta, pero Karol Wojtyla, arzobispo de Cracovia, implicó a todo el episcopado polaco, enviando a Roma un escrito oficial de la Conferencia Episcopal Polaca, donde se leía que “todos los obispos firmantes, arzobispos y cardenales, están convencidos de la santidad y de la especial misión de Padre Pío, algunos por haberlo visto con los propios ojos, otros por haberlo conocido a través de las palabras de quien lo escuchaba y escribía sobre él”. Y aquella carta, expresión de la entera Iglesia polaca, tenía una importancia especial.

En 1974, Karol Wojtyla, ya cardenal, fue a Italia y quiso ir a San Giovanni Rotondo. Celebró Misa en la iglesia de los Capuchinos y durante el sermón dijo que “tenía todavía en los ojos, al cabo de tantos años, la imagen de Padre Pío, su presencia, la santa misa por él celebrada en el altar lateral, el confesionario donde todavía oía sus palabras”. Y dijo también que “era impresionante, profundo, poder celebrar junto a la tumba del venerado padre, porque siempre, durante toda su vida, no hizo nada más que predicar la pasión, la muerte y la resurrección de Cristo”.

Ya de Papa, Wojtyla no dejó nunca, cuando se presentaba la ocasión, de expresar con franqueza la propia devoción por Padre Pío. Un día, dirigiéndose a los componentes de un ‘Grupo de Oración’, dijo: “Moveros, si queréis que Padre Pío suba pronto a los altares”.

El 13 de octubre de 1979, recibió en audiencia en el Vaticano a los monaguillos del Seminario romano mayor. Uno recordó a Padre Pío y el Papa respondió con tono de orgullo: “Yo también estuve dos veces en San Giovanni Rotondo”.

Visitando una parroquia de Roma encontró a un joven salesiano y le preguntó: “¿Usted es sacerdote?”. “No, Santidad, soy un monaguillo de Foggia y le traigo recuerdos de los componentes de los ‘Grupos de oración de Padre Pío’ de aquella ciudad”. Y el Papa, estrechando la mano de aquel joven, dijo: “¡Ah, Padre Pío! Bien, ¡entonces vosotros me ayudaréis!”.

La señora Elena Caffaro, de Roma, una tarde formó parte del grupo de personas admitidas a rezar el Rosario con el Papa, en ocasión del primer sábado del mes, ceremonia que se transmitía en directo por Radio Vaticana. Al final del rosario, la señora fue a saludar al Papa y le dijo: “Santidad, acuérdese de Padre Pío”. El santo Padre respondió: “Yo le rezo siempre a Padre Pío, todos los días”.

Carlo Campanini, un popular cómico que era muy devoto de Padre Pío, me explicó que en 1981 asistió a la misa del Santo Padre en su Capilla privada. Después de la misa estuvo con el Pontífice y le mostró algunas fotografías donde estaba con Padre Pío. El Papa mostró mucho interés y dijo al actor: “Rece para que Padre Pío suba pronto a los altares”.

Monseñor Paolo Carta, que había sido obispo de Foggia, en un encuentro con Juan Pablo II, le dijo: “Soy testimonio de la Santidad de Padre Pío”. El Papa le contestó: “Ah, Padre Pío, que hombre de Dios. Una vez yo también fui a verlo y me confesó”.

En 1987, cuando el proceso estaba en pleno desarrollo pero iba lentamente, Juan Pablo II fue de visita a San Giovanni Rotondo. Le siguieron muchos periodistas y cámaras de televisión que recogían todos sus movimientos. Quiso ir a rezar a la cripta de la iglesia de los Frailes Capuchinos, a pesar de saber que lo iban a filmar, no dudó ni un momento en arrodillarse delante de la tumba de Padre Pío y quedarse algunos minutos en un profundo recogimiento.

Padre Pío ahora es santo. Papa Wojtyla celebró la última solemne ceremonia de su investidura oficial a la santidad el  16 de junio del 2002. Y lo hizo con un gran cansancio físico, porque ahora era él el estigmatizado. El sufrimiento se había alojado en todas las fibras de su cuerpo. Porque sabía que el propio sufrimiento, como el de Padre Pío, ligado a la Pasión de Cristo, son la aurora que precede al sol de la Resurrección.

Fuente: Blog Juan Pablo II

1 comentario:

Carlos dijo...

Muchas Gracias!