Hay hechos que nos llevan a pensar que Karol Wojtyla tuvo
la suerte de poder ‘comprobar’ personalmente que Padre Pío era verdaderamente
un hombre de Dios.
Sabemos que el futuro Papa conoció a Padre Pío en el
verano de 1947. Karol Wojtyla era entonces sacerdote desde hacía ocho meses.
Estudiaba en Roma. Estaba muy interesado en la teología mística. Era por lo
tanto un apasionado de las obras de Santa Teresa de Avila y de San Juan de la
Cruz.
Enviado a Roma para especializarse en teología, eligió
para la tesis un argumento que lo llevaba a su pasión: La doctrina de la fe
según San Juan de la Cruz. Y, mientras estudiaba en la ciudad eterna, supo que
en la región de Puglia vivía un fraile que tenía en su cuerpo los estigmas, la
típica señal mística, y decidió ir a verlo.
Al acabar el año escolástico 1946-47, Karol Wojtyla salió
para San Giovanni Rotondo, donde encontró a Padre Pío. Como es sabido, Padre Pío ‘veía’ el futuro.
Entre las personas que testimoniaron durante el proceso de su beatificación,
muchos han afirmado que poseía extraordinarias y verdaderas dotes de previsión.
Su biografía está llena de episodios donde indica cómo iban a acabar los asuntos
bélicos, o los sucesos referidos a sus interlocutores. ¿Qué le habrá dicho al
joven Wojtyla?
En los días de su elección como Pontífice, en octubre de
1978, en Roma circulaban voces curiosas sobre aquel lejano encuentro con Padre
Pío. Se decía que el fraile de los estigmas le predijo entonces que se
convertiría en Papa. Recuerdo que un anciano sacerdote polaco me explicó
aquellos días en Roma, que Karol Wojtyla en su juventud aludía a menudo a
aquella profecía, y lo hacía bromeando, considerándola como una cosa imposible.
Pero después de haberse convertido en arzobispo de Cracovia, y de haber sido
nombrado cardenal, ya no habló más de ello, como si hubiera empezado a pensar
que la profecía se iba a cumplir.
En mayo de 1981 tuvo lugar el famoso atentado a Juan
Pablo II en la Plaza San Pedro. Y en aquella ocasión retornaron las voces de
las previsiones proféticas de Padre Pío a Karol Wojtyla. Se decía que el
religioso de San Giovanni Rotondo, en 1947, junto a la elección como Pontífice,
también le predijo a Wojtyla el atentado. “Veo tu vestido blanco manchado de
sangre”, le habría dicho. Pero tampoco de esto ha habido confirmaciones y
quizás se trata sólo de pías leyendas. Queda el hecho de que Karol Wojtyla no
olvidó nunca el encuentro con Padre Pío de 1947, y demostró siempre que tenía
por aquel religioso la más gran consideración.
Una prueba inconfundible de esta incondicional estima la
dio en 1962. Wojtyla era entonces un joven obispo. Estaba en Roma por el
Concilio Vaticano II. Padre Pío, en aquel periodo estaba en el centro de las
polémicas. Sus encarnizados detractores estaban interfiriendo contra él con
acusaciones y calumnias. El Padre acababa de ser objeto de una ‘Visita
apostólica’, ordenada por el Santo Oficio, al final de la cual se habían tomado
severas medidas disciplinarias contra él. Mientras estaba en Roma, Wojtyla
recibió una carta de Cracovia donde se le informaba que a una de sus
colaboradoras, la doctora Wanda Poltawska, médica psiquiatra, con la que había
trabajado mucho en el sector de la familia, se le había diagnosticado un tumor.
Los médicos habían decidido operarla, pero no tenía muchas esperanzas. Wojtyla
sintió un gran dolor. No sólo porque conocía bien a aquella mujer, sino porque
la doctora Poltawska era joven y tenía cuatro niñas pequeñas. ¿La medicina no
podía hacer nada? Y Wojtyla pensó en Padre Pío. Le escribió una carta
explicándole el caso y pidiéndole que rezara por ella.
Hay un detalle muy significativo ligado a aquella carta,
que me fue explicado por la persona que llevó la carta a Padre Pío, Angelo
Battisti, que era un empleado de la Secretaría de Estado del Vaticano y a la
vez era administrador de la ‘Casa Sollievo della Sofferenza’,el hospital
fundado por Padre Pío. La carta escrita a mano por Wojtyla fue entregada a
Battisti con el encargo de llevarla a Padre Pío. Battisti fue inmediatamente a
San Giovanni Rotondo. Llegó al convento y fue a la celda del Padre y lo
encontró sentado en una butaca, sumergido en la oración. “Le entregué la carta
-me explicó Battisti-, y Padre Pío me dijo que la abriera y la leyera. La
carta, con fecha del 17 de noviembre, estaba escrita a mano en latín y decía:
«Venerable padre, te pido que reces por una madre de cuatro niñas, que vive en
Cracovia, en Polonia, (durante la última guerra estuvo cinco años en un campo
de concentración alemán) y ahora se encuentra en grave estado de salud, su vida
corre peligro a causa del cáncer. Reza para que Dios, con la intervención de la
beata Virgen, muestre misericordia por ella y por su familia. En Cristo. Karol
Wojtyla».
Padre Pío escuchó mi lectura con la cabeza doblada sobre
el estómago. Cuando acabé, se quedó en silencio, después se dirigió hacia mí y
dijo que no podía decir que no”. Battisti, que sabía el valor profético de las
palabras de Padre Pío, se quedó sorprendido. ¿Quién era ese Karol Wojtyla del
que Padre Pío había dicho: “A éste no se le puede decir que no”? Cuando volvió
al Vaticano pidió información pero nadie sabía quién era el joven obispo
polaco.
Once días después, Battisti tuvo que volver otra vez a
San Giovanni Rotondo con una nueva carta de Karol Wojtyla. También en esta
ocasión encontró a Padre Pío en su celda rezando. Le dio la carta y Padre Pío
dijo: “Abrela y lee”. Al igual que la precedente estaba escrita a mano y en
latín. Decía: “Reverendo padre, la mujer que vive en Cracovia, madre de cuatro
niñas, el día 21 de noviembre, antes de la operación, se curó repentinamente.
Demos gracias a Dios. Y también a ti, padre venerable, te lo agradezco con todo
mi corazón, en nombre de la propia mujer, de su marido y de toda su familia. En
Cristo, Karol Wojtyla, Obispo capitular de Cracovia”. Y esta vez, después de
haber escuchado la lectura de la carta, Padre Pío dijo: “Angiolino, guarda
estas dos cartas que pueden ser útiles en el futuro”. De hecho, son el
extraordinario documento de un milagro sorprendente del que fue testimonio
directo un obispo que después se convirtió en Papa.
La admiración y la estima por Padre Pío crecieron en
Karol Wojtyla. Después de la muerte del religioso, fue uno de los primeros que
enviaron cartas a Roma para pedir la apertura de la causa de beatificación.
Padre Pío murió en septiembre de 1968. Un año después, en noviembre de 1969, se
iniciaron las prácticas para abrir el proceso de beatificación. En 1972 los
frailes capuchinos pidieron a muchos obispos una ‘carta postulatoria’, para
enviar a Roma y solicitar la causa. Muchos obispos respondieron, y lo hicieron
por su propia cuenta, pero Karol Wojtyla, arzobispo de Cracovia, implicó a todo
el episcopado polaco, enviando a Roma un escrito oficial de la Conferencia
Episcopal Polaca, donde se leía que “todos los obispos firmantes, arzobispos y
cardenales, están convencidos de la santidad y de la especial misión de Padre
Pío, algunos por haberlo visto con los propios ojos, otros por haberlo conocido
a través de las palabras de quien lo escuchaba y escribía sobre él”. Y aquella
carta, expresión de la entera Iglesia polaca, tenía una importancia especial.
En 1974, Karol Wojtyla, ya cardenal, fue a Italia y quiso
ir a San Giovanni Rotondo. Celebró Misa en la iglesia de los Capuchinos y
durante el sermón dijo que “tenía todavía en los ojos, al cabo de tantos años,
la imagen de Padre Pío, su presencia, la santa misa por él celebrada en el
altar lateral, el confesionario donde todavía oía sus palabras”. Y dijo también
que “era impresionante, profundo, poder celebrar junto a la tumba del venerado
padre, porque siempre, durante toda su vida, no hizo nada más que predicar la
pasión, la muerte y la resurrección de Cristo”.
Ya de Papa, Wojtyla no dejó nunca, cuando se presentaba
la ocasión, de expresar con franqueza la propia devoción por Padre Pío. Un día,
dirigiéndose a los componentes de un ‘Grupo de Oración’, dijo: “Moveros, si
queréis que Padre Pío suba pronto a los altares”.
El 13 de octubre de 1979, recibió en audiencia en el
Vaticano a los monaguillos del Seminario romano mayor. Uno recordó a Padre Pío
y el Papa respondió con tono de orgullo: “Yo también estuve dos veces en San
Giovanni Rotondo”.
Visitando una parroquia de Roma encontró a un joven
salesiano y le preguntó: “¿Usted es sacerdote?”. “No, Santidad, soy un
monaguillo de Foggia y le traigo recuerdos de los componentes de los ‘Grupos de
oración de Padre Pío’ de aquella ciudad”. Y el Papa, estrechando la mano de
aquel joven, dijo: “¡Ah, Padre Pío! Bien, ¡entonces vosotros me ayudaréis!”.
La señora Elena Caffaro, de Roma, una tarde formó parte
del grupo de personas admitidas a rezar el Rosario con el Papa, en ocasión del
primer sábado del mes, ceremonia que se transmitía en directo por Radio
Vaticana. Al final del rosario, la señora fue a saludar al Papa y le dijo:
“Santidad, acuérdese de Padre Pío”. El santo Padre respondió: “Yo le rezo
siempre a Padre Pío, todos los días”.
Carlo Campanini, un popular cómico que era muy devoto de
Padre Pío, me explicó que en 1981 asistió a la misa del Santo Padre en su
Capilla privada. Después de la misa estuvo con el Pontífice y le mostró algunas
fotografías donde estaba con Padre Pío. El Papa mostró mucho interés y dijo al
actor: “Rece para que Padre Pío suba pronto a los altares”.
Monseñor Paolo Carta, que había sido obispo de Foggia, en
un encuentro con Juan Pablo II, le dijo: “Soy testimonio de la Santidad de
Padre Pío”. El Papa le contestó: “Ah, Padre Pío, que hombre de Dios. Una vez yo
también fui a verlo y me confesó”.
En 1987, cuando el proceso estaba en pleno desarrollo
pero iba lentamente, Juan Pablo II fue de visita a San Giovanni Rotondo. Le
siguieron muchos periodistas y cámaras de televisión que recogían todos sus
movimientos. Quiso ir a rezar a la cripta de la iglesia de los Frailes
Capuchinos, a pesar de saber que lo iban a filmar, no dudó ni un momento en
arrodillarse delante de la tumba de Padre Pío y quedarse algunos minutos en un
profundo recogimiento.
Padre Pío ahora es santo. Papa Wojtyla celebró la última
solemne ceremonia de su investidura oficial a la santidad el 16 de junio del 2002. Y lo hizo con un gran
cansancio físico, porque ahora era él el estigmatizado. El sufrimiento se había
alojado en todas las fibras de su cuerpo. Porque sabía que el propio
sufrimiento, como el de Padre Pío, ligado a la Pasión de Cristo, son la aurora
que precede al sol de la Resurrección.
Fuente: Blog Juan Pablo II
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Muchas Gracias!
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