Cuando los soldados levanten la cruz, comenzará una
agonía que durará tres horas. Es necesario que se cumpla también esta palabra:
"Y Yo cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia Mí"
(Jn 12, 32).
¿Qué es lo que "atrae" de este condenado
agonizante en la cruz?
Ciertamente, la vista de un sufrimiento tan intenso
despierta compasión. Pero la compasión es demasiado poco para mover a unir la
propia vida a Aquél que está suspendido en la cruz.
¿Cómo explicar que, generación tras generación, esta
terrible visión haya atraído a una multitud incontable de personas, que han
hecho de la cruz el distintivo de su fe?
¿De hombres y mujeres que durante siglos han vivido y
dado la vida mirando este signo?
Cristo atrae desde la cruz con la fuerza del amor:
Del Amor divino, que ha llegado hasta del don total de sí
mismo;
Del Amor infinito, que en la cruz ha levantado de la
tierra el peso del cuerpo de Cristo, para contrarrestar el peso de la culpa
antigua;
Del Amor ilimitado, que ha colmado toda ausencia de amor
y ha permitido que el hombre nuevamente encuentre refugio entre los brazos del
Padre misericordioso.
¡Que Cristo elevado en la Cruz nos atraiga también a
nosotros, hombres y mujeres del nuevo milenio!
Bajo la sombra de la cruz, "vivimos en el amor como
Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave
aroma" (Ef 5,2).
Cristo elevado,
Amor crucificado,
llena nuestros corazones de Tu Amor,
para que reconozcamos en Tu Cruz
el signo de nuestra redención
y, atraídos por tus heridas,
vivamos y muramos Contigo,
que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo,
ahora y por los siglos de los siglos.
R./.
Amén
San Juan Pablo II
Semana Santa 2000
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