sábado, 31 de mayo de 2014

Oración a San Juan Pablo II

Oh San Juan Pablo, desde la ventana del Cielo dónanos tu bendición. Bendice a la Iglesia, que tú has amado, servido y guiado, animándola a caminar con coraje por los senderos del mundo para llevar a Jesús a todos y a todos a Jesús. Bendice a los jóvenes, que han sido tu gran pasión. Concédeles volver a soñar, volver a mirar hacia lo alto para encontrar la luz que ilumina los caminos de la vida en la tierra.

Bendice a las familias. ¡Bendice a cada familia! Tú advertiste el asalto de satanás contra esta preciosa e indispensable chispita de Cielo, que Dios encendió sobre la tierra. San Juan Pablo, con tu oración protege las familias y cada vida que brota en la familia.

Ruega por el mundo entero, todavía marcado por tensiones, guerras e injusticias. Tú te opusiste a la guerra invocando el diálogo y sembrando el amor; ruega por nosotros para que seamos incansables sembradores de paz.

Oh San Juan Pablo, desde la ventana del Cielo, donde te vemos junto a María, haz descender sobre todos nosotros la bendición de Dios. Amén.

Cardenal Ángelo Comastri

miércoles, 28 de mayo de 2014

El Ave María y el Rosario

Sentido del Ave María

Este es el elemento más extenso del Rosario y que a la vez lo convierte en una oración mariana por excelencia. Pero precisamente a la luz del Ave María, bien entendida, es donde se nota con claridad que el carácter mariano no se opone al cristológico, sino que más bien lo subraya y lo exalta. En efecto, la primera parte del Ave María, tomada de las palabras dirigidas a María por el ángel Gabriel y por santa Isabel, es contemplación adorante del misterio que se realiza en la Virgen de Nazaret. Expresan, por así decir, la admiración del Cielo y de la tierra y, en cierto sentido, dejan entrever la complacencia de Dios mismo al ver su obra maestra –la encarnación del Hijo en el seno virginal de María–, análogamente a la mirada de aprobación del Génesis (cf. Gn 1, 31).

Repetir en el Rosario el Ave María nos acerca a la complacencia de Dios: es júbilo, asombro, reconocimiento del milagro más grande de la historia. Es el cumplimiento de la profecía de María: «Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada» (Lc 1, 48).

El centro del Ave María, casi como engarce entre la primera y la segunda parte, es el Nombre de Jesús. A veces, en el rezo apresurado, no se percibe este aspecto central y tampoco la relación con el misterio de Cristo que se está contemplando. Pero es precisamente el relieve que se da al nombre de Jesús y a su misterio lo que caracteriza una recitación consciente y fructuosa del Rosario.

Ya Pablo VI recordó en la Exhortación apostólica Marialis cultus la costumbre, practicada en algunas regiones, de realzar el nombre de Cristo añadiéndole una cláusula evocadora del misterio que se está meditando. Es una costumbre loable, especialmente en la plegaria pública. Expresa con intensidad la fe cristológica, aplicada a los diversos momentos de la vida del Redentor. Es profesión de fe y, al mismo tiempo, ayuda a mantener atenta la meditación, permitiendo vivir la función asimiladora, innata en la repetición del Ave María, respecto al misterio de Cristo. Repetir el nombre de Jesús –el único nombre del cual podemos esperar la salvación (cf. Hch 4, 12)– junto con el de su Madre Santísima, y como dejando que Ella misma nos lo sugiera, es un modo de asimilación, que aspira a hacernos entrar cada vez más profundamente en la vida de Cristo.

De la especial relación con Cristo, que hace de María la Madre de Dios, la Theotòkos, deriva, además, la fuerza de la súplica con la que nos dirigimos a Ella en la segunda parte de la oración, confiando a su materna intercesión nuestra vida y la hora de nuestra muerte.

El Rosario, un tesoro que recuperar

Queridos hermanos y hermanas: Una oración tan fácil, y al mismo tiempo tan rica, merece de veras ser recuperada por la comunidad cristiana. Hagámoslo sobre todo en este año, asumiendo esta propuesta como una consolidación de la línea trazada en la Carta apostólica Novo millennio ineunte, en la cual se han inspirado los planes pastorales de muchas Iglesias particulares al programar los objetivos para el próximo futuro.

Me dirijo en particular a vosotros, queridos Hermanos en el Episcopado, sacerdotes y diáconos, y a vosotros, agentes pastorales en los diversos ministerios, para que, teniendo la experiencia personal de la belleza del Rosario, os convirtáis en sus diligentes promotores.

Confío también en vosotros, teólogos, para que, realizando una reflexión a la vez rigurosa y sabia, basada en la Palabra de Dios y sensible a la vivencia del pueblo cristiano, ayudéis a descubrir los fundamentos bíblicos, las riquezas espirituales y la validez pastoral de esta oración tradicional.

Cuento con vosotros, consagrados y consagradas, llamados de manera particular a contemplar el rostro de Cristo siguiendo el ejemplo de María.

Pienso en todos vosotros, hermanos y hermanas de toda condición, en vosotras, familias cristianas, en vosotros, enfermos y ancianos, en vosotros, jóvenes: tomad con confianza entre las manos el Rosario, descubriéndolo de nuevo a la luz de la Escritura, en armonía con la Liturgia y en el contexto de la vida cotidiana.

¡Qué este llamamiento mío no sea en balde! Al inicio del vigésimo quinto año de Pontificado, pongo esta Carta apostólica en las manos de la Virgen María, postrándome espiritualmente ante su imagen en su espléndido Santuario edificado por el Beato Bartolomé Longo, apóstol del Rosario. Hago mías con gusto las palabras conmovedoras con las que él termina la célebre Súplica a la Reina del Santo Rosario:

«Oh Rosario bendito de María, dulce cadena que nos une con Dios, vínculo de amor que nos une a los Ángeles, torre de salvación contra los asaltos del infierno, puerto seguro en el común naufragio, no te dejaremos jamás. Tú serás nuestro consuelo en la hora de la agonía. Para Ti el último beso de la vida que se apaga. Y el último susurro de nuestros labios será tu suave nombre, oh Reina del Rosario de Pompeya, oh Madre nuestra querida, oh Refugio de los pecadores, oh Soberana consoladora de los tristes. Que seas bendita por doquier, hoy y siempre, en la tierra y en el Cielo».

San Juan Pablo II
Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, 33, 43
16 de octubre de 2002 
Fuente: El Camino de María

sábado, 24 de mayo de 2014

San Juan Pablo II y María Auxiliadora

En nuestra peregrinación espiritual a los santuarios de María hoy nos dirigimos con el pensamiento a Turín, a la basílica de María Auxiliadora. Y lo hacemos con una intención particular muy entrañable para mí: Efectivamente, este santuario es un monumento a la Virgen construido por San Juan Bosco, cuyo primer centenario de su muerte recordamos hoy.

Don Bosco, como se le llama cariñosamente en todo el mundo, y no sólo la gran familia salesiana de la que es fundador, veneró, amó, imitó profundamente a la Virgen bajo el título de Auxilium Christianorum difundió insistentemente su devoción, vio en Ella el fundamento de toda su ya mundial obra en favor de la juventud y de la promoción y defensa de la fe. A él le gustaba decir "María misma se ha construido su casa", como subrayando el que la Virgen hubiese inspirado milagrosamente su camino espiritual y apostólico de gran educador y, de un modo más amplio, el que María hubiera sido puesta por Dios como ayuda y defensa de toda la Iglesia.

Tengo grabado en mí el recuerdo del gran cuadro colocado sobre el altar mayor del santuario. En él Don Bosco quiso que se expresara la visión que tenía de la función eclesial de la Virgen, la de ser "Madre de la Iglesia y Auxilio de los cristianos" (cf. Maravigile della Madre di Dio invocata sotto il titolo di Maria Ausiliatrice, Turín 1868, pág. 6). En el cuadro, está en lo alto, iluminada por el Espíritu Santo y rodeada de los Apóstoles. El Santo había pedido al pintor Lorenzone que reprodujera alrededor de Ella los momentos más significativos de la historia, en los que la Auxiliadora había mostrado su materna y extraordinaria protección hacia la Iglesia. El artista le dijo que necesitarían todas las paredes del templo, y no pudo plasmar en imágenes la grandiosa propuesta de Don Bosco. De todos modos, el corazón del Santo veía a la Virgen precisamente en esta inmensa y eclesial perspectiva.

Sabemos bien que la veneración a María como Auxiliadora antecede en el tiempo a su gran devoto Don Bosco; pues el título se encuentra en las Letanías lauretanas y subraya la presencia activa de María en los momentos difíciles de la historia de la Iglesia: Presencia de salvación inesperada, signo prodigioso de la segura asistencia del Espíritu de verdad y de gracia.

Hoy, cuando la fe está sometida a dura prueba, y diversos hijos e hijas del Pueblo de Dios están expuestos a tribulaciones a causa de su fidelidad al Señor Jesús, cuando la humanidad, en su camino hacia el gran jubileo del dos mil, manifiesta una grave crisis de valores espirituales, la Iglesia siente la necesidad de la intervención maternal de María: Para fortalecer su adhesión al único Señor y Salvador, para llevar adelante con la espontaneidad y el coraje de los orígenes cristianos la evangelización del mundo, para iluminar y guiar la fe de la comunidad y de cada individuo, en particular para educar en el sentido cristiano de la vida a los jóvenes, a los que Don Bosco se entregó totalmente como padre y maestro.

Que María Auxiliadora, desde su santuario de Turín, nos ayude y nos bendiga a todos en este Año Mariano; que nos bendiga también su devoto hijo, San Juan Bosco. "Maria Auxilium Christianorum ora pro nobis".

San Juan Pablo II
31 de Enero de 1988

miércoles, 21 de mayo de 2014

Consagración a María de San Juan Pablo II

1. “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26).
Mientras se acerca el final de este Año Jubilar, en el que Tú, Madre, nos has ofrecido de nuevo a Jesús, el fruto bendito de tu purísimo vientre, el Verbo hecho carne, el Redentor del mundo, resuena con especial dulzura para nosotros esta palabra suyaque nos conduce hacia ti, al hacerte Madre nuestra: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Al encomendarte al apóstol Juan, y con él a los hijos de la Iglesia, más aún a todos los hombres, Cristo no atenuaba, sino que confirmaba, su papel exclusivo como Salvador del mundo. Tú eres esplendor que no ensombrece la luz de Cristo, porque vives en Él y para Él. Todo en Ti es “fiat”: Tú eres la Inmaculada, eres transparencia y plenitud de gracia. Aquí estamos, pues, tus hijos, reunidos en torno a Ti en el alba del nuevo Milenio. Hoy la Iglesia, con la voz del Sucesor de Pedro, a la que se unen tantos Pastores provenientes de todas las partes del mundo, busca amparo bajo tu materna protección e implora confiada tu intercesión ante los desafíos ocultos del futuro.

2. Son muchos los que, en este año de gracia, han vivido y están viviendo la alegría desbordante de la Misericordia que el Padre nos ha dado en Cristo. En las Iglesias particulares esparcidas por el mundo y, aún más, en este centro del cristianismo, muchas clases de personas han acogido este don. Aquí ha vibrado el entusiasmo de los jóvenes, aquí se ha elevado la súplica de los enfermos. Por aquí han pasado sacerdotes y religiosos, artistas y periodistas, hombres del trabajo y de la ciencia, niños y adultos, y todos ellos han reconocido en tu amado Hijo al Verbo de Dios, encarnado en tu seno. Haz, Madre, con tu intercesión, que los frutos de este Año no se disipen, y que las semillas de gracia se desarrollen hasta alcanzar plenamente la santidad, a la que todos estamos llamados.

3. Hoy queremos confiarte el futuro que nos espera, rogándote que nos acompañes en nuestro camino. Somos hombres y mujeres de una época extraordinaria, tan apasionante como rica de contradicciones. La humanidad posee hoy instrumentos de potencia inaudita. Puede hacer de este mundo un jardín o reducirlo a un cúmulo de escombros. Ha logrado una extraordinaria capacidad de intervenir en las fuentes mismas de la vida: Puede usarlas para el bien, dentro del marco de la ley moral, o ceder al orgullo miope de una ciencia que no acepta límites, llegando incluso a pisotear el respeto debido a cada ser humano. Hoy, como nunca en el pasado, la humanidad está en una encrucijada. Y, una vez más, la salvación está sólo y enteramente, oh Virgen Santa, en tu hijo Jesús.

4. Por esto, Madre, como el apóstol Juan, nosotros queremos acogerte en nuestra casa (cf. Jn 19, 27), para aprender de Ti a ser como tu Hijo. ¡“Mujer, aquí tienes a tus hijos”! Estamos aquí, ante Ti, para confiar a tus cuidados maternos a nosotros mismos, a la Iglesia y al mundo entero. Ruega por nosotros a tu querido Hijo, para que nos dé con abundancia el Espíritu Santo, el Espíritu de verdad que es fuente de vida. Acógelo por nosotros y con nosotros, como en la primera comunidad de Jerusalén, reunida en torno a ti el día de Pentecostés (cf. Hch 1, 14). Que el Espíritu abra los corazones a la justicia y al amor, guíe a las personas y las naciones hacia una comprensión recíproca y hacia un firme deseo de paz. Te encomendamos a todos los hombres,  comenzando por los más débiles: a los niños que aún no han visto la luz y a los que han nacido en medio de la pobreza y el sufrimiento; a los jóvenes en busca de sentido, a las personas que no tienen trabajo y a las que padecen hambre o enfermedad. Te encomendamos a las familias rotas, a los ancianos que carecen de asistencia y a cuantos están solos y sin esperanza.

5. Oh Madre, que conoces los sufrimientos y las esperanzas de la Iglesia y del mundo, ayuda a tus hijos en las pruebas cotidianas que la vida reserva a cada uno y haz que, por el esfuerzo de todos, las tinieblas no prevalezcan sobre la luz. A Ti, aurora de la salvación, confiamos nuestro camino en el Nuevo Milenio, para que bajo tu guía todos los hombres descubran a Cristo, luz del mundo y único Salvador, que reina con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

San Juan Pablo II
8 de octubre de 2000

sábado, 17 de mayo de 2014

¡Caminemos con esperanza!

¡Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo. El Hijo de Dios, que se encarnó hace dos mil años por amor al hombre, realiza también hoy su obra. Hemos de aguzar la vista para verla y, sobre todo, tener un gran corazón para convertirnos nosotros mismos en sus instrumentos. ¿No ha sido quizás para tomar contacto con este manantial vivo de nuestra esperanza, por lo que hemos celebrado el Año jubilar?

El Cristo contemplado y amado ahora nos invita una vez más a ponernos en camino: «Id pues y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19). El mandato misionero nos introduce en el tercer milenio invitándonos a tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos. Para ello podemos contar con la fuerza del mismo Espíritu, que fue enviado en Pentecostés y que nos empuja hoy a partir animados por la esperanza «que no defrauda» (Rm 5,5).

Nuestra andadura, al principio de este nuevo siglo, debe hacerse más rápida al recorrer los senderos del mundo. Los caminos, por los que cada uno de nosotros y cada una de nuestras Iglesias caminan, son muchos, pero no hay distancias entre quienes están unidos por la única comunión, la comunión que cada día se nutre de la mesa del Pan eucarístico y de la Palabra de vida. Cada domingo Cristo resucitado nos convoca de nuevo como en el Cenáculo, donde al atardecer del día «primero de la semana» (Jn 20,19) se presentó a los suyos para «exhalar» sobre de ellos el don vivificante del Espíritu e iniciarlos en la gran aventura de la evangelización.

Nos acompaña en este camino la Santísima Virgen, a la que hace algunos meses he confiado el tercer milenio. Muchas veces en estos años la he presentado e invocado como «Estrella de la nueva evangelización». La indico aún como aurora luminosa y guía segura de nuestro camino. «Mujer, he aquí tus hijos», le repito, evocando la voz misma de Jesús (cf. Jn 19,26), y haciéndome voz, ante Ella, del cariño filial de toda la Iglesia.

San Juan Pablo II
Carta Apostólica “Novo Millennio Ineunte”

martes, 13 de mayo de 2014

Oración de Consagración a Nuestra Señora de Fátima

Este Acto de Consagración a la Virgen de Fátima fue realizado por San Juan Pablo II 
en la Misa de Clausura del Jubileo de los Obispos, 
a los pies de la imagen de la Virgen de Fátima 8 de octubre de 2000.
Estamos aquí, ante Ti, para confiar a tus cuidados maternos a nosotros mismos, a la Iglesia y al mundo entero.
Ruega por nosotros a Tu querido Hijo, para que nos dé con abundancia el Espíritu Santo, el Espíritu de verdad que es fuente de vida.
Acógelo por nosotros y con nosotros, como en la primera comunidad de Jerusalén, reunida en torno a Ti el día de Pentecostés (cf.  Hch 1, 14).
Que el Espíritu abra los corazones a la justicia y al amor, guíe a las personas del mundo hacia una comprensión recíproca y hacia un firme deseo de paz.
Te encomendamos a todos los hombres, comenzando por los más débiles: a los niños que aún no han visto la luz y a los que han nacido en medio de la pobreza y el sufrimiento; a los jóvenes en busca de sentido, a las personas que no tienen trabajo y a las que padecen hambre o enfermedad.
Te encomendamos a las familias rotas, a los ancianos que carecen de asistencia y a cuantos están solos y sin esperanza.
Oh Madre, que conoces los sufrimientos y las esperanzas de la Iglesia y del mundo, ayuda a tus hijos en las pruebas cotidianas que la vida reserva a cada uno y haz que, por el esfuerzo de todos, las tinieblas no prevalezcan sobre la luz.
A Ti, Aurora de la salvación, confiamos nuestro camino en el nuevo Milenio, para que bajo Tu guía todos los hombres descubran a Cristo, Luz del mundo y único Salvador, que reina con el Padre y el Espíritu Santopor los siglos de los siglos. Amén.

San Juan Pablo II

domingo, 11 de mayo de 2014

Oración a San Juan Pablo II


¡Oh San Juan Pablo, desde la ventana del Cielo dónanos tu bendición!

Bendice a la Iglesia, que tú has amado, servido, y guiado, animándola a caminar con coraje por los senderos del mundo para llevar a Jesús a todos y a todos a Jesús.

Bendice a los jóvenes, que han sido tu gran pasión. Concédeles volver a soñar, volver a mirar hacia lo alto para encontrar la luz, que ilumina los caminos de la vida en la tierra.

Bendice las familias... ¡Bendice cada familia!

Tú advertiste el asalto de Satanás contra esta preciosa e indispensable chispita de Cielo, que Dios encendió sobre la tierra. San Juan Pablo, con tu oración protege las familias y cada vida que brota en la familia.

Ruega por el mundo entero, todavía marcado por tensiones, guerras e injusticias. Tú te opusiste a la guerra invocando el diálogo y sembrando el amor: ruega por nosotros, para que seamos incansables sembradores de paz.

Oh San Juan Pablo, desde la ventana del Cielo, donde te vemos junto a María, haz descender sobre todos nosotros la bendición de Dios. Amén.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Anécdotas de un santo

Todos sabemos que Juan Pablo II sentía una fuerte pasión por el teatro y la literatura en general, ya incluso desde que era un adolescente. Pero lo que yo no sabía es que una vez salvó la situación con su increíble memoria.
Uno de los personajes en una producción se dio de baja dos días antes del estreno. Y me imagino que no disponían de suplentes en aquel momento.
La absorbente mente del joven Karol simplemente había memorizado el papel de todos los personajes durante los ensayos, y se ofreció a interpretar dos personajes.

En sus acampadas con el grupo de gente joven, acostumbraba a leer “Cartas del Diablo a su Sobrino” de CS Lewis junto al fuego de campamento.
Muchos de nosotros sabemos que al Padre Wojtyla le encantaba pasar tiempo con los jóvenes en actividades al aire libre durante su tiempo de párroco en Polonia; y más tarde como Cardenal siguió manteniendo esa costumbre. Esas salidas tenían que ser clandestinas ya que estaban prohibidas por los dirigentes comunistas. Iban a descender el rio en Kayak, o a practicar montañismo, llegando a celebrar misas en una canoa vuelta del revés.
Parece ser que alrededor del fuego durante las veladas nocturnas cantaban textos de poetas y escritores en general y leían textos sacados de algunos de esos libros, incluyendo el clásico “Cartas del Diablo a su Sobrino” (publicada por primera vez en 1942).
Irónicamente, los comunistas “querían” que fuese arzobispo de Cracovia. Aunque el gobierno comunista permitía a la iglesia polaca nombrar a los candidatos a la sede vacante, el gobierno se reservaba el derecho a veto sobre cualquier candidato que no le interesase. Continuaron con su censura a los candidatos hasta que consiguieron situar a su hombre: Karol Wojtyla.
Imagínate ese momento incómodo cuando el hombre que tú mismo has seleccionado se convierte en Papa y después regresa a Polonia a derrocar el comunismo. Probablemente la mayor ejemplo de minusvalorar a alguien en la historia de los fracasos.

Continuó con la práctica del esquí hasta que tuvo 73 años. Una de mis historias favoritas es la de aquel niño de 8 años que se encontró con JPII en la pista de esquí. Hicieron un par de bajadas juntos, y la madre del niño no quería dar crédito a que su imaginativo hijo hubiera estado esquiando con el Papa, hasta que el niño se lo presentó.

Viajó a la luna tres veces durante su vida… Bueno, la misma distancia, al menos: ¡1.140.000 km! El hombre tenía una misión, y sentía que su llamada como pastor de la iglesia universal implicaba salir a los caminos y reunirse con su rebaño universal. “¿No se supone que debo ser el papa de todo el mundo?”, solía decir.

¿Cuál fue “el día más feliz de su vida”? Según él mismo, ése fue el día en que canonizó a la hermana Faustina como la primera santa del milenio.
Su devoción a la Divina Misericordia fue uno de los temas centrales de su vida, algo muy cercano y muy querido para su corazón, especialmente como polaco que era.  “No hay nada que el hombre necesite más que la Divina Misericordia”.
Los royalties de sus libros construyeron iglesias en Yugoslavia.
Juan Pablo II, durante toda su vida fue un "regalador". Se regaló a sí mismo y regaló su tiempo y su talento.
Como botón de muestra, tras publicar "Cruzando el umbral de la esperanza", que vendió millones de copias, ofreció los primeros royalties para reconstruir iglesias destruidas en el conflicto de Yugoslavia.
También se sabe que regaló las ropas nuevas que le compraron y se quedó con las viejas.

Recibió el sacramento de la reconciliación del padre Pío. En 1947, el Padre Wojtyla visitó al Padre Pío, y éste le oyó en confesión. El Papa Juan Pablo II le canonizaría 55 años después.

Su predecesor Juan Pablo I dijo lo siguiente:
“Mi nombre es Juan Pablo I. Solamente estaré con vosotros un tiempo corto. El segundo ya está en camino”
Juan Pablo II tenía una ética laboral increíble, y uno de sus secretarios le describió como un “volcán de energía”. Era habitual en él trabajar entre 12 y 16 horas diarias. Tenía el don de la “concentración dividida”. Muchas personas contaban cómo podía tener una conversación completa con ellos mientras estaba leyendo, y aun así estar plenamente entregado. Algunas veces se cansaba en las reuniones si no trabajaba en algo más al mismo tiempo. De hecho, durante el Concilio Vaticano II escribió todo tipo de libros y poemas.

Leía a Marx durante el Cónclave… De hecho la necesidad de dedicarse a múltiples tareas simultáneamente era tan acuciante, tal era la necesidad de constantemente alimentar su intelecto, que incluso se llevaba material de lectura a las sesiones del cónclave poco después de su propia elección. Y de todos los libros que uno puede leer… leía literatura marxista.
Como dijo en una ocasión a un amigo, “si quieres llegar a conocer a tu enemigo, tienes que conocer lo que ha escrito”.

Si se recopila todo lo que escribió, equivaldría al contenido de 20 Biblias. Su media superaba las 3.000 páginas anuales, y solamente durante el tiempo en que fue papa.

Fue el primer papa en pisar una mezquita. Su amor hacia la persona humana se extendía más allá de los confines de la Iglesia Católica, hacia todas las religiones, razas y lenguas.
Una figura envuelta en un abrigo largo, con capucha negra, saliendo a hurtadillas por la puerta trasera del Vaticano… Juan Pablo II era uno de esos líderes que se deslizaría con sigilo para no ser notado por sus guardias de seguridad mientras salía de casa. A menudo estas excursiones servían para conseguir un poco de solaz en las montañas o para ir a esquiar. Con lo ocupado que andaba el hombre, entendió la necesidad del equilibrio y la diversión.

De vez en cuando le gustaba reírse un poco de su persona. En una ocasión alguien pudo oír la siguiente conversación:
JPII: “La música es extraordinariamente útil para la oración. Como decía San Agustín, “el que canta, reza por partida doble”.”
Amigo: “¿Cantaba usted bien, Santo Padre?”
JPII: “Cuando era yo el que cantaba, era más propio decir que rezaba una sola vez.”

Conocía a los más de 2.000 obispos del mundo por su nombre.
Guardaba un mapa en el que marcaba cada diócesis del mundo, y conocía a cada uno de sus obispos de memoria.
Su memoria no estuvo limitada a los líderes de la Iglesia. La guardia suiza, los seminaristas, y conocidos esporádicos que apenas había tratado se sorprendían por los detalles pequeños que recordaba de ellos años más tarde.

Fuente: “Religión en libertad”

sábado, 3 de mayo de 2014

Juan Pablo II, el hombre de toda la vida

En su momento, el Papa Juan Pablo II, fue denominado por la revista Times, "El hombre del año"

Entró en la Historia "Como el más grande Papa de nuestros tiempos modernos" decía Billy Graham y añadía: -"Ha sido una patente conciencia en todo el mundo cristiano".

Su voz nos sacudió, no solo a los católicos, sino a cualquier persona de diferente religión, raza o credo. Su carisma era tan fuera de lo común, tan subyugante, que quién lo llegó a ver o a oír, nunca lo pudo olvidar. Y ese magnetismo provenía de su fuerza espiritual, que emanaba de toda su persona, de sus actitudes, de su mirada, de su voz.

Era un ser lleno de Dios y, por lo tanto, transmitió esa energía a pesar de que su figura se veía a veces un tanto cansada y doliente. Doliente si, porque le salía afuera lo mucho que sufría su corazón al poder comprobar que sus amados hijos seguíamos sumidos en el pecado de la ambición, del egoísmo y del odio.

Tristemente cansado, pero no doblegado, alzaba su voz al mundo entero como lo hizo en la Conferencia Internacional de Población y Desarrollo en el Cairo, como lo hizo con su best seller “Cruzando el umbral de la Esperanza” y tantos escritos más y como en su Rosario con el fondo musical de Bach y Haendel y como le pudimos escuchar en sus innumerables viajes.

Su voz aún resuena sobre la faz de la Tierra y en lo individual de cada conciencia de todos nosotros.

Fue el hombre vertical de la Iglesia Católica. Su vida fue firme como la roca al embate de un mar embravecido que sacudía al mundo con oleajes de lujuria, odios, muerte y desorientación.

Una bala mortal, un 13 de mayo día de la Virgen de Fátima, entró en su cuerpo y la mano de una madre, la Madre de Dios, la desvió para que no muriera hasta que acabara su Camino.

Fue el hombre de sacrificios, oración, de contacto vital con Dios y el Espíritu de ese Dios hizo nido en su corazón y lo hizo arder como tea encendida y proclamar la única verdad absoluta para el hombre: "Venimos de Dios y al Él volvemos".

Siguió los pasos de Cristo y nos fue mostrando el Camino. Fue un ejemplo viviente para nuestra existencia. Fue nuestro guía. Y no solo fue "el hombre del año", allá por 1995, sino de todos los años, el de "toda la vida".

Su muerte nos llenó de pesar.

Hoy celebraremos gozosos su SANTIDAD y estará en los altares para ser proclamado SANTO entre los santos, pero muy especialmente en nuestros corazones.

San Juan Pablo II, desde los brazos del Padre, ruega por nosotros.

María Esther de Ariño 
(Catholic.net)