domingo, 30 de octubre de 2011

Juan Pablo II, un mensajero y centinela de la paz



Resistencia (Chaco, Argentina), 28 Oct. 11 (AICA)

Un relicario con la sangre del beato Juan Pablo II fue entronizado el pasado miércoles 26 de octubre en la parroquia Nuestra Señora de la Asunción, que se vio desbordada de fieles locales y de provincias vecinas que participaron de la misa que presidió el arzobispo de Resistencia, monseñor Fabriciano Sigampa.

La Eucaristía fue concelebrada por el clero diocesano y sacerdotes de la Congregación del Santísimo Redentor (redentoristas), quienes atienden pastoralmente ese templo de la capital provincial. En los días previos se realizó un triduo, durante el cual se impartió el sacramento de la Reconciliación.

El relicario y el certificado de expedición de las reliquias fue entregado al viceprovincial de los Redentoristas, padre Enrique Kaczocha, por el arzobispo de Cracovia, cardenal Stanislaw Dziwisz (Polonia), antigua diócesis de Karol Wojtyla.

En la homilía, monseñor Sigampa definió a Juan Pablo II como “un mensajero de la paz que recorrió el mundo, lleno de violencia y muerte, llevando precisamente la paz que nos trajo el Señor” y también como “un centinela atento que hizo oír la voz de Dios precisamente donde se quiere silenciar la Palabra de Dios”.

“Hoy, tenemos aquí entre nosotros parte de su sangre en este relicario, esta sangre que ha sido redimida por Cristo en la Cruz, por el Señor de la Divina Misericordia en ese Misterio Pascual, al que siempre recurrimos y vivimos. Es la sangre del Papa, que lo llevó a recorrer el mundo como mensajero de la paz. Esta sangre que iba con él es la vida de él en el mundo, para anunciar al mundo que necesita vivir en paz con Dios y con el prójimo”, destacó.

Tras recordar sus predicaciones a los jóvenes y sus mensajes de paz y unidad de Año Nuevo, sostuvo que la entronización de la reliquia es “un testimonio fuerte, es un testimonio que nos ayuda a nosotros los cristianos a abrir de par en par el corazón a Cristo, como lo decía él en el día que asume por primera vez el pontificado. No tengan miedo de abrir las puertas del corazón a Cristo. Y fue él el primero en mostrar que eso es así. Así vivió, así se manifestó al mundo, así lo vimos terminar sus últimos días aquí en la tierra”.

“Un hombre que hablaba todas las lenguas, no le quedó voz, un hombre que recorrió el mundo, tenía que ser transportado en una silla. Sin embargo, en esa situación, se animó a saludar a los pueblos, saludándolos no con palabras sino con gestos. Y su gran gesto era mostrarnos a nosotros la validez de la Cruz de Cristo, a la que él se aferró en aquellos tiempos. Y por eso la grandeza de su ida depende de eso, de haberse aferrado donde está la vida. Y la vida divina está en la Cruz, en la Cruz del Hijo de Dios: allí está la fuente de vida, esa vida que él vivió y nos enseñó a vivir”, explicó.

Por último, monseñor Sigampa agradeció el testimonio de amor del beato Juan Pablo II, a quien definió como un confesor que “día a día va ofreciendo su testimonio de su amor inquebrantable a Cristo y de su amor inquebrantable a la Iglesia. Es a ese hombre de Dios a quien hoy lo recordamos, lo queremos y por eso nos alegra tener entre nosotros su sangre, esa sangre que decíamos al principio, la sangre que Cristo purificó y limpió con el acto Redentor de Él en la Cruz. Y esa sangre viva que recorrió el mundo llevando a todos los hombres la paz. Que continúe hoy el Papa, de esta presencia suya, de su sangre, alentándonos a ofrecer también la nuestra por la paz del mundo”.
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martes, 25 de octubre de 2011

Primera Parroquia Beato Juan Pablo II en Argentina

El obispo de Cruz del Eje (provincia de Córdoba, Argentina), monseñor Santiago Olivera, hizo público el decreto del 18 de septiembre de 2011 por el cual erigió una nueva parroquia bajo la advocación del Beato Juan Pablo II, la que comenzó a funcionar como tal a partir del 22 de octubre de este año, con territorio desmembrado de las parroquias Nuestra Señora de los Dolores y Nuestra Señora de Schoenstatt, de la ciudad de Villa Dolores, y pertenecerá a la Vicaría Sur.

La sede parroquial será la Capilla Nuestra Señora del Tránsito, del barrio Cura Brochero de la mencionada ciudad, pero seguirá teniendo a María como patrona de ese templo.

El obispo fundamentó la decisión de crear la nueva parroquia para responder a las exigencias pastorales generadas por el crecimiento pastoral y la extensión de las parroquias Nuestra Señora de los Dolores y Nuestra Señora de Schoenstatt.

Tras detallar los límites territoriales de la nueva parroquia y modificar los de la parroquias afectadas, el decreto le asigna las siguientes capillas comprendidas en la nueva jurisdicción parroquial: San Cayetano (barrio La Feria); Nuestra Señora del Valle (barrio Las Acacias); Nuestra Señora de Pompeya (barrio Tradición); San Miguel Arcángel (barrio Colón); Nuestra Señora del Rosario de San Nicolás (barrio José Hernández); Nuestra Señora de Luján (barrio Los Olivos); Nuestra Señora del Milagro (barrio Los Milagros); Nuestra Señora de la Merced (Conlara; Nuestra Señora del Rosario (Los Romeros); Gruta Divino Niño (Árboles Blancos); y Santa Teresa de Ávila (Pozo del Chañar).

“En la advocación al Beato Juan Pablo II  -señala el obispo-  esta Parroquia como nuevo espacio de comunión para el Pueblo de Dios, es invitada a conocer y vivir la sólida doctrina que este gran Pontífice dejó a la Iglesia, en tantos documentos.

“El Beato Juan Pablo II ejerció su ministerio como sucesor de San Pedro, con incansable espíritu misionero, movido por el amor a la Iglesia y a toda la humanidad.

“Nos recordó siempre que la única orientación del espíritu, la única dirección del entendimiento, de la voluntad y del corazón es para nosotros ésta: hacia Cristo, Redentor del hombre; hacia Cristo, Redentor del mundo. A El nosotros queremos mirar, porque sólo en El, Hijo de Dios, hay salvación, renovando la afirmación de Pedro, ‘Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”.

“Por lo tanto, como el Beato nos invitó, abramos sin miedo las puertas a Cristo el Redentor.

Por último monseñor Olivera entregó a la parroquia una reliquia del Beato Juan Pablo II, que recibió como donación en el Monasterio de las Carmelitas Descalzas de la ciudad de Santiago de Compostela, España.

Con la erección de la nueva jurisdicción parroquial, la diócesis de Cruz del Eje tiene ahora 19 parroquias. En diciembre próximo, según anunció el obispo, se creará una nueva, llamada Nuestra Señora de Lourdes y San Nicolás, en la ciudad de Cruz del Eje.
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sábado, 22 de octubre de 2011

22 de Octubre: Beato Juan Pablo II

«Me han llamado de una tierra distante, 
distante pero siempre cercana 
en la comunión de la Fe y Tradición cristianas»

Recordando sus inicios

Elegido pontífice el 16 de octubre de 1978, escogió los mismos nombres que había tomado su predecesor: Juan Pablo. En una hermosa y profunda reflexión, hecha pública en su primera encíclica (Redemptor hominis), dirá él mismo sobre el significado de este nombre:

«Ya el día 26 de agosto de 1978, cuando él (el entonces electo Cardenal Albino Luciani) declaró al Sacro Colegio que quería llamarse Juan Pablo -un binomio de este género no tenía precedentes en la historia del Papado- divisé en ello un auspicio elocuente de la gracia para el nuevo pontificado. Dado que aquel pontificado duró apenas 33 días, me toca a mí no sólo continuarlo sino también, en cierto modo, asumirlo desde su mismo punto de partida. Esto precisamente quedó corroborado por mi elección de aquellos dos nombres. Con esta elección, siguiendo el ejemplo de mi venerado Predecesor, deseo al igual que él expresar mi amor por la singular herencia dejada a la Iglesia por los Pontífices Juan XXIII y Pablo VI y al mismo tiempo mi personal disponibilidad a desarrollarla con la ayuda de Dios. A través de estos dos nombres y dos pontificados conecto con toda la tradición de esta Sede Apostólica, con todos los Predecesores del siglo XX y de los siglos anteriores, enlazando sucesivamente, a lo largo de las distintas épocas hasta las más remotas, con la línea de la misión y del ministerio que confiere a la Sede de Pedro un puesto absolutamente singular en la Iglesia. Juan XXIII y Pablo VI constituyen una etapa, a la que deseo referirme directamente como a umbral, a partir del cual quiero, en cierto modo en unión con Juan Pablo I, proseguir hacia el futuro, dejándome guiar por la confianza ilimitada y por la obediencia al Espíritu que Cristo ha prometido y enviado a su Iglesia (...). Con plena confianza en el Espíritu de Verdad entro pues en la rica herencia de los recientes pontificados. Esta herencia está vigorosamente enraizada en la conciencia de la Iglesia de un modo totalmente nuevo, jamás conocido anteriormente, gracias al Concilio Vaticano II».




"No tengáis miedo"

Fueron éstas las primeras palabras que S.S. Juan Pablo II lanzó al mundo entero desde la Plaza de San Pedro, en aquella memorable homilía celebrada con ocasión de la inauguración oficial de su pontificado, el 22 de octubre de 1978. Y son ciertamente estas mismas palabras las que ha hecho resonar una y otra vez en los corazones de innumerables hombres y mujeres de nuestro tiempo, alentándonos -sin caer en pesimismos ni ingenuidades- a no tener miedo "a la verdad de nosotros mismos", miedo "del hombre ni de lo que él ha creado": «¡no tengáis miedo de vosotros mismos!». Desde el inicio de su pontificado ha sido ésta su firme exhortación a confiar en el hombre, desde la humilde aceptación de su contingencia y también de su ser pecador, pero dirigiendo desde allí la mirada al único horizonte de esperanza que es el Señor Jesús, vencedor del mal y del pecado, autor de una nueva creación, de una humanidad reconciliada por su muerte y resurrección. Su llamado es, por eso mismo, un llamado a no tener miedo a abrir de par en par las puertas al Redentor, tanto de los propios corazones como también de las diversas culturas y sociedades humanas.

Este llamado que ha dirigido a todos los hombres de este tiempo, es a la vez una enorme exigencia que él mismo se ha impuesto amorosamente. En efecto, «el Papa -dice él de sí mismo-, que comenzó Su pontificado con las palabras "!No tengáis miedo!", procura ser plenamente fiel a tal exhortación, y está siempre dispuesto a servir al hombre, a las naciones, y a la humanidad entera en el espíritu de esta verdad evangélica».

Material de Catholic.net
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sábado, 15 de octubre de 2011

Beato Juan Pablo II: el hombre necesita la misericordia de Dios

El Vicario Emérito para la Diócesis de Roma y ex presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, Cardenal Camillo Ruini, señaló que el Beato Papa Juan Pablo II mostró al mundo que el hombre necesita con urgencia la misericordia, el perdón de Dios, porque constituye "el único y verdadero límite al mal en el mundo".

Así lo indicó el Purpurado en entrevista concedida a Radio Vaticana en ocasión del 2° Congreso Mundial de la Misericordia este mes de octubre en Cracovia, Polonia, en el Santuario de Łagiewniki, donde Santa Faustina Kowalska, la apóstol vidente de la Divina Misericordia, vivió los últimos años de su vida.

Entre los eventos programados para este congreso, promovido también por el Cardenal Ruini, está una marcha en silencio por la paz hacia el campo de concentración nazi de Auschwitz-Birkenau.

Para el Purpurado, "Juan Pablo II ha sido el gran apóstol de la misericordia de los siglos XX y XXI" que ha mostrado con su vida, sus palabras y escritos "el camino de la humanidad por el cual la misericordia de Dios hoy debe pasar".

"Hoy tal vez muchos no conocen ya más este tema de la misericordia, pero la humanidad tiene particularmente necesidad de la misericordia de Dios. También hoy la gente siente en el propio corazón que necesita el perdón, que necesita la misericordia: la misericordia de Dios y ser también hombres de la misericordia".

Tras destacar que todo el pontificado del Beato Papa Wojtyla estuvo marcado por el tema de la misericordia, el Cardenal recordó que Juan Pablo II experimentó esto durante toda su vida.

"Desde el tiempo del nazismo al del comunismo, hasta el tiempo en el que fue Papa y debió combatir contra la secularización de Occidente. Juan Pablo II fue verdaderamente –lo puedo decir por los años que fui su colaborador– el hombre que ha testimoniado y puesto en práctica la misericordia de Dios hacia todos: los grandes y pequeños, los cercanos y lejanos", concluyó.

(ACI/EWTN Noticias)
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martes, 11 de octubre de 2011

Juan Pablo II y las Misiones

"El Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10, 45).

Estas palabras del Señor, amadísimos hermanos y hermanas, resuenan como buena nueva para toda la humanidad y como programa de vida para la Iglesia y para cada cristiano.

Estas palabras constituyen la autopresentación del Maestro divino. Jesús afirma de sí mismo que vino para servir y que precisamente en el servicio y en la entrega total de sí hasta la cruz revela el amor del Padre. Su rostro de "siervo" no disminuye su grandeza divina; más bien, la ilumina con una nueva luz.

El compromiso misionero brota como fuego de amor de la contemplación de Jesús y del atractivo que posee. El cristiano que ha contemplado a Jesucristo no puede menos de sentirse arrebatado por su esplendor (cf. Vita consecrata, 14) y testimoniar su fe en Cristo, único Salvador del hombre. ¡Qué gran gracia es esta fe que hemos recibido como don de lo alto, sin ningún mérito por nuestra parte! (cf. Redemptoris missio, 11).

Esta gracia se transforma, a su vez, en fuente de responsabilidad. Es una gracia que nos convierte en heraldos y apóstoles: precisamente por eso decía yo en la encíclica Redemptoris missio que "la misión es un problema de fe, es el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros" (n. 11). Y también: "El misionero, si no es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble" (ib., 91).

Fijando nuestra mirada en Jesús, el misionero del Padre y el sumo sacerdote, el autor y perfeccionador de nuestra fe (cf. Hb 3, 1; 12, 2), es como aprendemos el sentido y el estilo de la misión.

Él no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida por todos. Siguiendo las huellas de Cristo, la entrega de sí a todos los hombres constituye un imperativo fundamental para la Iglesia y a la vez una indicación de método para su misión.

Entregarse significa, ante todo, reconocer al otro en su valor y en sus necesidades. "La actitud misionera comienza siempre con un sentimiento de profunda estima frente a lo que "en el hombre había", por lo que él mismo, en lo íntimo de su espíritu, ha elaborado respecto a los problemas más profundos e importantes; se trata de respeto por todo lo que en él ha obrado el Espíritu, que "sopla donde quiere"" (Redemptor hominis, 12).

La Iglesia quiere anunciar a Jesús, el Cristo, hijo de María, siguiendo el camino que Cristo mismo recorrió: el servicio, la pobreza, la humildad y la cruz. La palabra de Cristo traza una neta línea de división entre el espíritu de dominio y el de servicio. Para un discípulo de Cristo ser el primero significa ser "servidor de todos".

Y aquí mi pensamiento va a los numerosos misioneros que, día tras día, en silencio y sin el apoyo de fuerzas humanas, anuncian y, antes aún, testimonian su amor a Jesús, a menudo hasta dar su vida. ¡Qué espectáculo contemplan los ojos del corazón! ¡Cuántos hermanos y hermanas consumen generosamente sus energías en las avanzadillas del reino de Dios! Son obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, que nos representan a Cristo, lo muestran concretamente como Señor que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida por amor al Padre y a los hermanos. A todos va mi aprecio y mi gratitud, así como un afectuoso estímulo a perseverar con confianza. ¡Ánimo, hermanos y hermanas: Cristo está con vosotros!

Pero todo el pueblo de Dios debe colaborar con quienes trabajan en la vanguardia de la misión "ad gentes", dando cada uno su contribución, como intuyeron y subrayaron muy bien los fundadores de las Obras misionales pontificias: todos pueden y deben participar en la evangelización, incluso los niños, incluso los enfermos, incluso los pobres con su óbolo, como el de la viuda cuyo ejemplo señaló Jesús (cf. Lc 21, 1-4). La misión es obra de todo el pueblo de Dios, cada uno en la vocación a la que ha sido llamado por la Providencia.

A la Reina de la paz, Reina de las misiones y Estrella de la evangelización le pedimos el don de la paz. Invocamos su maternal protección sobre todos los que generosamente colaboran en la difusión del nombre y del mensaje de Jesús. Que ella nos obtenga una fe tan viva y ardiente que haga resonar con fuerza renovada a los hombres de nuestro tiempo la proclamación de la verdad de Cristo, único Salvador del mundo.

Al final deseo recordar las palabras que pronuncié, hace veintidós años, en esta misma plaza. "¡No tengáis miedo! Abrid las puertas a Cristo!".

Jornada Mundial de las Misiones
22 de octubre de 2000

viernes, 7 de octubre de 2011

Virgen María del Santo Rosario de Pompeya


La Virgen Santísima me ha concedido volver a honrarla en este célebre santuario, que la Providencia inspiró al beato Bartolomé Longo  para  que fuera un  centro  de irradiación del Santo Rosario. 

Con esta visita culmina, en cierto sentido, el Año del Rosario. Agradezco al Señor los frutos de este Año, que ha producido un significativo despertar de esta oración, sencilla y profunda a la vez, que llega al corazón de la fe cristiana y resulta actualísima ante los desafíos del tercer milenio y el urgente compromiso de la nueva evangelización. 

Hoy, como en los tiempos de la antigua Pompeya, es necesario anunciar a Cristo a una sociedad que se va alejando de los valores cristianos y pierde incluso su memoria. Doy las gracias a las autoridades italianas por haber contribuido a la organización de esta peregrinación mía, que comenzó en la ciudad antigua. Así, he recorrido el puente ideal de un diálogo ciertamente fecundo para el crecimiento cultural y espiritual. En el trasfondo de la antigua Pompeya, la propuesta del Rosario adquiere el valor simbólico de un renovado impulso del anuncio cristiano en nuestro tiempo. 

En efecto, ¿qué es el Rosario? Un compendio del Evangelio. Nos hace volver continuamente a las principales escenas de la vida de Cristo, como para hacernos "respirar" su misterio. El Rosario es un camino privilegiado de contemplación. Es, por decirlo así, El Camino de María. ¿Quién conoce y ama a Cristo más que Ella? 

He querido que esta peregrinación mía tuviera el sentido de una súplica por la paz. Hemos meditado los Misterios de la Luz, como para proyectar la luz de Cristo sobre los conflictos, las tensiones y los dramas de los cinco continentes. En la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae expliqué por qué el Rosario es una oración orientada por su misma naturaleza a la paz. No sólo lo es porque nos hace invocarla, apoyándonos en la intercesión de María Santísima, sino también porque nos hace asimilar, con el misterio de Jesús, también su proyecto de paz. Al mismo tiempo, con el ritmo tranquilo de la repetición del Avemaría, el Rosario pacifica nuestro corazón y lo abre a la gracia que salva.
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La invitación a rezar el Rosario que se eleva desde Pompeya, encrucijada de personas de todas las culturas atraídas tanto por el Santuario como por la zona arqueológica, evoca también el compromiso de los cristianos, en colaboración con todos los hombres de buena voluntad, de ser constructores y testigos de paz. Ojalá que acoja cada vez más este mensaje la sociedad civil, aquí representada por autoridades y personalidades, a las que saludo cordialmente. 
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(...) Sed "constructores de paz", siguiendo los pasos del beato Bartolomé Longo, que supo unir la oración con la acción, haciendo de esta ciudad mariana una ciudadela de la caridad. Amadísimos hermanos y hermanas, que la Virgen del Santo Rosario nos bendiga, mientras nos disponemos a invocarla con la súplica. En su corazón de Madre depositemos nuestras preocupaciones y nuestros propósitos de bien.

Visita Pastoral al Santuario  de la Santísima Virgen María del Santo Rosario de Pompeya  
Martes 7 de octubre de 2003
Fuente: El Camino de María
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sábado, 1 de octubre de 2011

Caminemos con esperanza



¡Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo. El Hijo de Dios, que se encarnó hace dos mil años por amor al hombre, realiza también hoy su obra. Hemos de aguzar la vista para verla y, sobre todo, tener un gran corazón para convertirnos nosotros mismos en sus instrumentos. ¿No ha sido quizás para tomar contacto con este manantial vivo de nuestra esperanza, por lo que hemos celebrado el Año jubilar?

El Cristo contemplado y amado ahora nos invita una vez más a ponernos en camino: «Id pues y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19). El mandato misionero nos introduce en el tercer milenio invitándonos a tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos. Para ello podemos contar con la fuerza del mismo Espíritu, que fue enviado en Pentecostés y que nos empuja hoy a partir animados por la esperanza « que no defrauda » (Rm 5,5).

¡Caminemos con esperanza! Nuestra andadura, al principio de este nuevo siglo, debe hacerse más rápida al recorrer los senderos del mundo. Los caminos, por los que cada uno de nosotros y cada una de nuestras Iglesias camina, son muchos, pero no hay distancias entre quienes están unidos por la única comunión, la comunión que cada día se nutre de la mesa del Pan Eucarístico y de la Palabra de Vida. Cristo Resucitado nos convoca cada Domingo como en el Cenáculo, donde al atardecer del día «primero de la semana» (Jn 20,19) se presentó a los suyos para «exhalar» sobre de ellos el don vivificante del Espíritu e iniciarlos en la gran aventura de la evangelización.

¡Caminemos con esperanza! Nos acompaña en este camino la Santísima Virgen, a la que hace algunos meses, junto con muchos Obispos llegados a Roma desde todas las partes del mundo, he confiado el tercer milenio. Muchas veces en estos años la he presentado e invocado como «Estrella de la nueva evangelización». La indico aún como aurora luminosa y guía segura de nuestro camino. «Mujer, he aquí tus hijos», le repito, evocando la voz misma de Jesús (cf. Jn 19,26), y haciéndome voz, ante Ella, del cariño filial de toda la Iglesia.

¡Queridos hermanos y hermanas! El símbolo de la Puerta Santa se cierra a nuestras espaldas, pero para dejar abierta más que nunca la puerta viva que es Cristo. Después del entusiasmo jubilar ya no volvemos a un anodino día a día. Al contrario, si nuestra peregrinación ha sido auténtica debe como desentumecer nuestras piernas para el camino que nos espera. Tenemos que imitar la intrepidez del apóstol Pablo: «Lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para alcanzar el premio al que Dios me llama desde lo alto, en Cristo Jesús» (Flp 13,14). Al mismo tiempo, hemos de imitar la contemplación de María, la cual, después de la peregrinación a la ciudad santa de Jerusalén, volvió a su casa de Nazareth meditando en su corazón el misterio del Hijo (cf. Lc 2,51).

Que Jesús Resucitado, que también nos acompaña en nuestro camino, dejándose reconocer como a los discípulos de Emaús «al partir el pan» (Lc 24,30), nos encuentre vigilantes y preparados para reconocer su Rostro y correr hacia nuestros hermanos, para llevarles el gran anuncio:«¡Hemos visto al Señor!» (Jn 20,25).

Éste es el fruto tan deseado del Jubileo del Año dos mil, Jubileo que nos ha presentado de manera palpable el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios y Redentor del hombre.

Mientras se concluye y nos abre a un futuro de esperanza, suba hasta el Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, la alabanza y el agradecimiento de toda la Iglesia.

Con estos augurios y desde lo más profundo del corazón, imparto a todos mi Bendición.

Beato Juan Pablo II
Vaticano, 6 de enero, Solemnidad de la Epifanía del Señor, del año 2001, vigésimo tercero de Pontificado.

Fuente: El Camino de María
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