La santidad no es algo reservado para algunas almas escogidas; todos, sin
excepción, estamos llamados a la santidad. Para todos están las gracias
necesarias y suficientes; nadie está excluido.
La tentación más engañosa y que se repite siempre, es la
de querer mejorar la sociedad, mejorando únicamente las estructuras externas;
dejando de lado la realización espiritual del hombre que es donde se halla la
verdadera felicidad.
La Iglesia, más que “reformadores”, tiene necesidad de
santos, porque los santos son los auténticos y más fecundos reformadores.
La humildad es el primer paso hacia la santidad.
Vivid con valentía vuestra vida personal, aun cuando os
parezca insignificante. Teresa de Lisieux, en sus pocos años de vida, nos
enseñó la grandeza que pueden tener ante Dios las actividades insignificantes,
normales.
Existe, por un lado, la santidad llamativa de algunas
personas; pero también existe la santidad desconocida de la vida diaria.
Todo el que quiera comenzar un camino de perfección no
puede renunciar a la cruz, a la mortificación, a la humillación y al
sufrimiento, que asemejan al cristiano con el modelo divino que es el
Crucificado.
Todos están llamados a amar a Dios con todo su corazón y
con toda el alma, y a amar al prójimo por amor a Dios. Nadie está excluido de
esta llamada tan clara de Jesús. Vosotros, por tanto, “sed, pues, perfectos,
como perfecto es vuestro Padre celestial”.
La santidad consiste, en vivir con convicción la realidad
del amor de Dios, a pesar de las dificultades de la historia y de la propia
vida. El Sermón de la Montaña es la única escuela para ser santos.
La santidad consiste, además, en la vida de ocultamiento
y de humildad: saberse sumergir en el trabajo cotidiano de los hombres, pero en
silencio, sin ruidos crónicos, sin ecos mundanos.
La santidad del hombre es obra de Dios. Nunca será
suficiente manifestarle gratitud por esta obra. Cuando veneramos las obras de
Dios, veneramos y adoramos sobre todo a Él mismo, el Dios Santísimo. Y entre
todas las obras de Dios, la más grande es la santidad de una criatura: la
santidad del hombre.
Aunque la santidad nace de Dios mismo, a la vez, desde el
punto de vista humano, se comunica de hombre a hombre. De este modo, podemos
decir también que los santos “engendran” a los santos.
Un santo es, en su vida y en su muerte, traducción del
Evangelio para su país y su época. Cristo no vacila en invitar a sus discípulos
al seguimiento, a la perfección.
¿Qué es la santidad? Es precisamente la alegría de
hacerla Voluntad de Dios.
¡No tengáis miedo ante esa palabra! ¡No tengáis miedo
ante la realidad de una vida santa!
San Juan Pablo II
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