El 25 de diciembre de 2004, San Juan Pablo II dio el que sería su último mensaje urbi et orbi de Navidad
Christus natus est nobis, venite, adoremus! ¡Cristo
ha nacido por nosotros, venid, a adorarlo!
Vamos hacia Ti, en este día solemne, dulce Niño de Belén,
que al nacer has escondido tu divinidad para compartir nuestra frágil
naturaleza humana.
Iluminados por la fe, Te reconocemos como verdadero Dios
encarnado por amor nuestro. ¡Tú eres el único Redentor del hombre!
Ante el pesebre donde yace indefenso, que cesen tantas
formas de creciente violencia, causa de indecibles sufrimientos; que se apaguen
tantos focos de tensión, que corren el riesgo de degenerar en conflictos
abiertos; que se consolide la voluntad de buscar soluciones pacíficas,
respetuosas de las legítimas aspiraciones de los hombres y de los pueblos.
Niño de Belén, Profeta de paz, alienta las iniciativas de
diálogo y de reconciliación, apoya los esfuerzos de paz que aunque tímidos,
pero llenos de esperanza, se están haciendo actualmente por un presente y un
futuro más sereno para tantos hermanos y hermanas nuestros en el mundo.
Pienso en África, en la tragedia de Dafur en Sudán, en
Costa de Marfil y en la región de los Grandes Lagos. Con gran aprensión sigo
los acontecimientos de Irak. Y ¿cómo no mirar con ansia compartida, pero también con
inquebrantable confianza, a la tierra de la que Tú eres Hijo?
¡Por doquier se ve la necesidad de paz! Tú, que eres el Príncipe de la verdadera paz, ayúdanos a
comprender que la única vía para construirla es huir horrorizados del mal y
buscar siempre y con valentía el bien.
¡Hombres de buena voluntad de todos los pueblos de la
tierra, venid con confianza al pesebre del Salvador!
“No quita los reinos humanos quien da el Reino de los
cielos” (cf. himno litúrgico). Llegad para encontraros con Aquél que viene para
enseñarnos el camino de la verdad, de la paz y del amor.
San Juan Pablo II
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