La Novena de Navidad nos impulsa a vivir de modo intenso
y profundo la preparación para la gran fiesta, ya cercana, del nacimiento del
Salvador. La liturgia traza un sabio itinerario para el encuentro con el Señor
que viene, proponiendo cada día puntos para la reflexión y la oración. Nos
invita a la conversión y a la acogida dócil del misterio de la Navidad.
En el Antiguo Testamento los profetas habían anunciado la
venida del Mesías y habían mantenido viva la espera vigilante del pueblo
elegido. A nosotros también se nos invita a vivir este tiempo con esos mismos
sentimientos, para poder saborear así la alegría de las fiestas navideñas, ya
inminentes.
Nuestra espera refleja las esperanzas de la humanidad
entera y se expresa en una serie de sugestivas invocaciones, que encontramos en
la celebración eucarística antes del evangelio y en el rezo de las Vísperas antes
del cántico del Magníficat. Son las antífonas llamadas de la "Oh", en
las que la Iglesia se dirige a Aquel que está a punto de venir con títulos muy
poéticos, que manifiestan claramente la necesidad de paz y de salvación de los
pueblos, necesidad que sólo en Dios hecho hombre queda satisfecha de modo pleno
y definitivo.
Como el antiguo Israel, la comunidad eclesial se hace
portavoz de los hombres y mujeres de todos los tiempos para cantar la venida
del Señor. De vez en cuando ora así: "Oh
Sabiduría que sale de la boca del Altísimo", "Oh Guía de la casa de
Israel", "Oh Raíz de Jesé", "Oh Llave de David",
"Oh Sol naciente", "Oh Sol de justicia", "Oh Rey de
las naciones, Emmanuel, Dios con nosotros".
En cada una de estas apasionadas invocaciones, de clara
referencia bíblica, se percibe el deseo que los creyentes tienen de ver
cumplidas sus expectativas de paz. Por esto imploran el don del nacimiento del
Salvador prometido. Sin embargo, al mismo tiempo sienten con claridad que eso
implica un esfuerzo concreto para prepararle una digna morada no sólo en su
alma, sino también en su entorno. En una palabra, invocar la venida de Aquel
que trae la paz al mundo conlleva abrirse dócilmente a la verdad liberadora y a
la fuerza renovadora del Evangelio.
Debemos convertirnos a la paz; debemos convertirnos a
Cristo, nuestra paz, con la seguridad de que su amor desarmante en el pesebre
vence a cualquier oscura amenaza y proyecto de violencia. Y es necesario seguir
pidiendo con confianza al Niño Jesús, que nació para nosotros de la Virgen
María, que la energía prodigiosa de su paz expulse el odio y la venganza que
anidan en el corazón humano. Debemos orar a Dios para que el mal sea derrotado
por el bien y el amor.
Como nos sugiere la liturgia de Adviento, imploremos del
Señor el don de "prepararnos con
alegría al misterio de su Nacimiento", para que el nacimiento de Jesús nos
encuentre "velando en oración y cantando su alabanza" (Prefacio
II de Adviento). Sólo así la Navidad será fiesta de alegría y encuentro con el
Salvador que nos da la paz.
¿No es precisamente éste el deseo que quisiéramos
intercambiarnos en la felicitación con motivo de las próximas fiestas
navideñas? Por ello nuestra oración debe hacerse más intensa y fervorosa en
esta semana. "Christus est pax
nostra, Cristo es nuestra paz". Que su paz renueve todos los ámbitos
de nuestra vida diaria; llene los corazones, para que se abran a la acción de
su gracia transformadora; impregne a las familias, para que ante el belén o
reunidas en torno al árbol de Navidad fortalezcan su comunión fiel; reine en
las ciudades, en las naciones y en la comunidad internacional; y se difunda en
todo el mundo.
Como los pastores en la noche de Belén, apresurémonos
hacia Belén. Contemplaremos en el silencio de la Noche santa al "Niño envuelto en pañales, recostado en
un pesebre", juntamente con José y María (cf. Lc 2, 12. 16). Ella, que
acogió al Verbo de Dios en su seno virginal y lo estrechó entre sus brazos
maternales, nos ayude a vivir con un compromiso más intenso este último tramo
del itinerario litúrgico de Adviento.
San Juan Pablo II
Miércoles 19 de diciembre de 2001
(El Camino de María)
(El Camino de María)
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