El 25 de mayo de 1998, Juan Pablo II les expresaba a los
religiosos de la Orden de la Merced:
"...Vuestro carisma os lleva a mirar solícitamente
las diversas formas de esclavitud presentes en la vida actual del hombre con
sus miserias morales y materiales. Ello exige de vosotros un compromiso cada
vez más grande para el anuncio del Evangelio.
Como recuerda la Exhortación Apostólica Vita consecrata: «Otra provocación está
hoy representada por un materialismo ávido de poseer, desinteresado de las
exigencias y los sufrimientos de los más débiles y carente de cualquier
consideración por el mismo equilibrio de los recursos de la naturaleza. La
respuesta de la vida consagrada está en la profesión de la pobreza evangélica,
vivida de maneras diversas, y frecuentemente acompañada por un compromiso
activo en la promoción de la solidaridad y de la caridad» (n. 89).
La larga tradición de vuestra orden os llama a vivir la
pobreza, fortalecida y sostenida por la obediencia y la castidad, «con espíritu
mercedario», es decir, como un continuo acto de amor hacia los que son víctimas
de la esclavitud, como capacidad de compartir sus sufrimientos y esperanzas y
como disponibilidad a la acogida cordial.
Vuestra orden, desde sus orígenes, ha venerado a la
Virgen María bajo la advocación de Madre de la Merced, y la ha elegido como
modelo de su espiritualidad y de su acción apostólica. Experimentando su
presencia continua e imitando su disponibilidad, los mercedarios han afrontado
con valor y confianza los compromisos, a menudo pesados y difíciles, de la
misión redentora.
Al contemplar su gran fe y su total obediencia a la
voluntad del Señor, aprendieron a leer en los acontecimientos de la historia
las llamadas de Dios y a estar disponibles con generosidad renovada al servicio
de las víctimas de la pobreza y de la violencia. A Ella, Mujer libre porque es
llena de gracia, han dirigido su mirada para descubrir en la oración y en el
amor de Dios el secreto para vivir y anunciar la libertad que Cristo nos ha
adquirido con su sangre.
A las puertas de un nuevo milenio, mientras la Iglesia se
prepara para celebrar los dos mil años de la Encarnación del Hijo de Dios,
deseo confiar a la Madre de Dios vuestros proyectos apostólicos, las decisiones
capitulares y las esperanzas que os animan, para que Ella os dé la alegría de
ser instrumentos dóciles y generosos en el anuncio del Evangelio a los hombres
de nuestro tiempo.
Fuente: El Camino de María
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