Un vecino de la favela de Vidigal cuenta cómo, en 1980,
el entonces Papa Juan Pablo II regaló su anillo a dicha comunidad Poco después
de la gran revolución de la fe que pasó por Rio de Janeiro con la visita del
Papa Francisco, aún cientos de peregrinos alargan sus vacaciones para conocer
mejor la ciudad y el país.
Quedará el legado de lo que pudieron ser los días que
cambiaron la iglesia católica y de su huella, emocional y económica, en la
ciudad. Sobre esta última, según se supo tras su marcha, el Pontífice dejó un
cheque de 20.000 euros para el Hospital San Francisco y otro del mismo valor
para la favela de Varginha que visitó. Pero no fue el primer Papa en dejar su
visita y sus regalos inolvidables en una favela. Si Francisco rompe con sus
predecesores por llevar el anillo papal, conocido como Anillo de Pescador, de
plata y no de oro, Juan Pablo II dejó a medio mundo boquiabierto cuando en 1980
decidió regalárselo a la favela de Vidigal. "Desde entonces, nos convertimos
en la favela del Papa, no podíamos tener protección mejor", cuenta Paulo
Henrique Muniz, uno de los que formaban parte del comité joven de la Asociación
de Moradores que ayudó a recibir a Juan Pablo y también uno de los impulsores
del intento de erigir un memorial dedicado a aquel Papa a la entrada de la
favela.
Un busto y un mural de fotos deberían ser inaugurados
"antes de que Juan Pablo sea canonizado", explica Paulo Henrique
Muniz. Poco antes de llegar el Papa, la comunidad de Vidigal –con unas
espectaculares vistas que hoy atraen diariamente a centenares de turistas- se
encontraba bajo amenaza de demolición para construir varios hoteles,
premonición del fenómeno que se viene repitiendo en las comunidades de la Zona
Sur después de la pacificación.
"Nos querían
llevar a una región muy lejana, sin infraestructura y sin lugares de trabajo,
pero nuestra lucha consiguió pararla. Y la única institución en la que buscamos
ayuda fue en la Iglesia católica, que fue muy importante y estaba creando una
pastoral de favelas", recuerda Muniz, que asegura que cuando se empezó a
correr la voz de que el Papa iba a visitar una favela, sabían que iba a ser
Vidigal porque el obispo de Rio en la época, Eugenio Salles, conocía bien la
situación de la comunidad. "Por aquel entonces, el obispo recibía llamadas
de los militares, puesto era aún la época de la dictadura, advirtiéndole de que
no se mezclara con nosotros, a los que nos llamaban comunistas. Pero nuestra
lucha era tan inocente que ni siquiera tenía lazo con partidos políticos, nunca
pudieron demostrar tal extremo porque no existía", explica Muniz.
Antes de la visita del entonces pontífice, en la
comunidad se preocuparon por su seguridad. "No por parte de la gente de
Vidigal, nadie de aquí le iba a hacer nada, pero si alguien de fuera se
infiltraba y le sucedía algo al Papa en la favela sería horrible",
refresca Paulo Henrique. Así que decidieron poner a un vecino como agente de
seguridad por cada policía que destinaron las autoridades. Ya entonces, Karol
Wojtyla habló en la favela de que "la Iglesia desea ser la Iglesia de los
pobres" y dedicó reprimendas a quienes "viven en la abundancia y el
lujo". "Deben sentir remordimientos de conciencia, puede ser que sean
menos hombres".
La sorpresa fue mayúscula cuando Juan Pablo se quedó sin
anillo al regalarla a los vecinos de Vidigal. La alegría traía consigo una gran
responsabilidad. "Era el mejor título de propiedad que podíamos tener,
convertirnos en la favela del Papa y tener su anillo", reconoce Muniz. En
un inicio pensaron en vender el anillo para invertir en mejorías. "Pero
sólo la urbanización de todas las favelas de Rio podría pagar el precio del
anillo y eso no iba a suceder". Así que decidieron quedarse con el anillo
en la favela, pero muy pronto la preocupación fue otra: podrían robar el anillo
si se quedaba en la comunidad. Después de comprobar que no existía una
aseguradora que pudiera garantizar que no robaran el anillo, lo donaron a la
Archidiócesis de Rio de Janeiro, que estaba creando un museo con todo lo que el
Papa usó en aquellos días y, a cambio de guardarlo en la Catedral, pidió una
réplica exacta en oro para la favela y dejó abierta a los vecinos de la favela
la oportunidad de usarlo en los eventos en los que lo creyeran conveniente.
"La réplica se quedó en la Iglesia y a todo el mundo
le gustaba explicar la historia del anillo que por allí andaba. Fuimos muy
inocentes y lo guardamos en un cofrecito con un candado cualquiera",
cuenta Paulo Henrique. "Un día alguien que estuvo bebiendo en un bar
próximo a la iglesia y escuchó a la gente hablar del anillo entró en la Iglesia
y robó el anillo", explica. El obispo Salles se entristeció cuando recibió
la noticia pero mandó a una joyería hacer una nueva réplica. Hoy, ocho personas
(entre las que se encuentra el propio Paulo Henrique) cuidan de esa réplica
quedándosela en casa rotativamente sin una periodicidad fija. "Así el
anillo está a salvo y tenemos una excusa para seguir encontrándonos",
reconoce sonriente Paulo Henrique, uno de los ochos custodios del anillo.
[…] La lucha de las favelas, en nuestra época, era más
fuerte, hoy es más dispersa", opina. Con todo, Francisco "ha llegado
muy dentro de los moradores de Vidigal […] es de nuevo el Papa de los pobres y
además parece decidido a revolucionar la Iglesia.
Foro Juan Pablo II
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