La historia del hombre, iluminada por el misterio del
Dios hecho hombre, Nuestro Señor Jesucristo, adquiere una clara orientación
hacia el mundo de lo divino. La fiesta
de Navidad da un sentido cristiano a la sucesión de los acontecimientos y a los
sentimientos humanos, proyectos y esperanzas, y permite descubrir en este
rítmico y aparentemente mecánico correr del tiempo, no sólo las líneas de
tendencia del peregrinaje humano, sino también los signos, las pruebas y las
llamadas de la Providencia y Bondad Divina.
¿Vamos hacia lo mejor? ¿Vamos hacia lo peor? Para el
cristiano no hay duda: la Redención de Cristo, que comienza en la Santa Noche
de Navidad, lleva progresivamente a la humanidad redimida y que acoge esta
Redención, al triunfo sobre el mal y sobre la muerte.
Ciertamente a medida que se va hacia Dios aumentan
pruebas y dificultades. Esto vale tanto para el camino de la Iglesia como para
cada uno de los cristianos. Las fuerzas hostiles a la verdad y a la justicia
-como nos explica todo el libro del Apocalipsis- aumentan, en el curso de la
historia, sus tramas y su violencia contra quien quiere seguir el camino del
Redentor. Por tanto, en definitiva, a pesar de los riesgos y las derrotas
parciales, la historia marcha hacia el triunfo del bien, hacia la victoria
final de Cristo.
Así, pues, para el cristiano el progreso histórico es una
realidad y una esperanza cierta; no es sin embargo el simple resultado de una
especie de proceso dialéctico que nos exima de nuestro compromiso personal por
la justicia y la santidad; y el hecho de estar colocados, mediante la
Redención, en una corriente de gracia divina que nos lleva hacia el Reino, no
quita la lamentable posibilidad, por parte de cualquiera de nosotros, de
substraerse voluntariamente a la fuerza benéfica de ese influjo divino.
En su significado profundo el verdadero progreso
histórico que, como dice el Concilio Vaticano II (Gaudium et spes, 39), es
preparación al Reino de Dios, no puede más que ser el efecto de los esfuerzos
humanos sostenidos por la fuerza redentora de la Sangre de Cristo. El Verbo
Divino, al encarnarse, redimió el tiempo y la historia, llevándoles hacia la
salvación del hombre y su bienaventuranza en la visión beatífica y dándoles un
impulso progresivo incontenible, si bien contrastado.
La Sagrada Familia de Nazaret es el modelo de todas las
familias cristianas.
Vale especialmente para la familia el problema que nos
hemos planteado en términos generales: ¿Los valores de la familia están
decayendo? ¿Los valores de la familia se están reforzando? También aquí nuestra
respuesta de fe no puede ser más que una respuesta de esperanza y de sano
optimismo cristiano, que no cierra los ojos a la gravedad de los fenómenos
involutivos reales, sino que sabe reconocer también los fenómenos de
crecimiento y saca de las dificultades que ofrecen ciertos procesos de
decadencia la ocasión para una búsqueda más fervorosa de la santidad y de un
valiente testimonio también en este sector fundamental de la vida, como es el
de la familia.
La fiesta de la Sagrada Familia es uno de los principales
puntos luminosos que nos ofrece la liturgia en nuestro camino terreno; con
ellos podemos comprender el significado escatológico del tiempo y cómo
verdaderamente Cristo, elevado en la Cruz, atrae a Sí todas has cosas (cf. Jn
12, 32)
La liturgia, de la que estamos viviendo en estos días
algunos momentos particularmente intensos, nos ilumina así acerca del sentido
del tiempo y de la historia, por lo cual, si surge en nosotros la impresión de
que el mal está aumentando y triunfando, ella nos responde con el misterio de
la Navidad, que nos introduce en el
misterio de la Cruz. No aumenta el mal, aumentan las pruebas. Y puesto
que Dios, junto con la prueba da también la fuerza para superarla (cf. I Cor
10, 13), la abundancia del mal, que nos quiere herir y seducir, termina por
transformarse en una sobreabundancia de bien y de gloria. Por eso San Pablo
pudo decir que "donde abundó el pecado sobreabundó la gracia" (Rom,
5, 20). En el curso del tiempo aumentan los ataques contra el Reino de Dios y
contra los que quieren seguir piadosamente a Cristo; pero aumenta también el
don de fortaleza que les concede el Espíritu Santo, de modo que al final todo
se resuelve en la victoria para cuantos han permanecido fieles.
Esta es, queridos hermanos y hermanas, la perspectiva con
la que debemos encaminarnos a afrontar y vivir el año nuevo que tenemos
delante. La vida de aquí abajo no es por sí misma, un cómodo y garantizado
viaje hacia lo mejor. Desde los primeros años de nuestra vida nos damos cuenta
de ello si tenemos los ojos abiertos. Lo mejor es ciertamente una perspectiva
real; la humanidad, guiada por el Pueblo de Dios, está marchando en esta
dirección; pero para cada uno de nosotros esta marcha hacia lo
"mejor" no está privada de riesgos y de dificultades; y sobre todo
está sometida cada día a la prueba de nuestra responsabilidad, debe ser el
objeto de una elección libre.
La luz de Belén y la luz del Pesebre nos indican la dirección
hacia lo mejor, nos hablan de la victoria final del bien, nos animan a caminar
con esperanza y sin miedo, "sin apartarnos ni a la derecha ni a la
izquierda" (Jos 23, 6).
Beato Juan Pablo
II
Audiencia general
29 de diciembre de 1982
Fuente: El Camino de María
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