"...Dirigimos nuestra mirada a María Santísima, a la
que hoy invocamos con el título dulcísimo de "Mater Misericordiae".
María es "Madre de la Misericordia" porque es la Madre de Jesús, en
El que Dios reveló al mundo su "Corazón" rebosante de Amor. La compasión
de Dios por el hombre se comunicó al mundo mediante la Maternidad de la Virgen
María. Iniciada en Nazaret por obra del Espíritu Santo, la Maternidad de María
culminó en el misterio pascual, cuando fue asociada íntimamente a la Pasión,
Muerte y Resurrección de su Hijo Divino. Al pie de la Cruz la Virgen se
convirtió en Madre de los discípulos de Cristo, Madre de la Iglesia y de toda
la humanidad..." (San Juan Pablo II, Regina Coeli. Domingo 22 de abril de
2001).
San Juan Pablo II en la capilla de la Puerta del Amanecer
(Ausros Vartai).Septiembre 1993
"...Al concluir estas consideraciones, encomendamos
a María, Madre de Dios y Madre de Misericordia, nuestras personas, los
sufrimientos y las alegrías de nuestra existencia, la vida moral de los
creyentes y de los hombres de buena voluntad, las investigaciones de los
estudiosos de moral. María es Madre de Misericordia porque Jesucristo, su Hijo,
es enviado por el Padre como revelación de la Misericordia de Dios (cf. Jn 3,
16-18). Él ha venido no para condenar sino para perdonar, para derramar
misericordia (cf. Mt 9, 13). Y la misericordia mayor radica en su estar en
medio de nosotros y en la llamada que nos ha dirigido para encontrarlo y
proclamarlo, junto con Pedro, como «el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16).
Ningún pecado del hombre puede cancelar la Misericordia
de Dios, ni impedirle poner en acto toda su fuerza victoriosa, con tal de que
la invoquemos. Más aún, el mismo pecado hace resplandecer con mayor fuerza el
Amor del Padre que, para rescatar al esclavo, ha sacrificado a su Hijo: Su
Misericordia para nosotros es Redención. Esta Misericordia alcanza la plenitud
con el don del Espíritu Santo, que genera y exige la vida nueva. Por numerosos
y grandes que sean los obstáculos opuestos por la fragilidad y el pecado del
hombre, el Espíritu, que renueva la faz de la tierra (cf. Sal 104, 30),
posibilita el milagro del cumplimiento perfecto del bien. Esta renovación, que
capacita para hacer lo que es bueno, noble, bello, grato a Dios y conforme a su
Voluntad, es en cierto sentido el colofón del don de la Misericordia, que
libera de la esclavitud del mal y da la fuerza para no volver a pecar. Mediante
el don de la vida nueva, Jesús nos hace partícipes de su Amor y nos conduce al
Padre en el Espíritu." (San Juan Pablo II. "Veritaris Splendor"
, n. 118)
(Fuente: El Camino de María)
(Fuente: El Camino de María)
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