En los últimos días de su
vida terrena, Jesús prometió a sus discípulos el don del Espíritu Santo como su
verdadera herencia, continuación de su misma presencia. Pentecostés, descrito
por los Hechos de los Apóstoles, es el acontecimiento que hace evidente y
público, cincuenta días después, este don que Jesús hizo a los suyos la tarde
misma del día de Pascua.
La Iglesia de Cristo está
siempre, por decirlo así, en estado de Pentecostés. Siempre reunida en el
Cenáculo para orar, está, al mismo tiempo, bajo el viento impetuoso del
Espíritu, siempre en camino para anunciar. La Iglesia se mantiene perennemente
joven y viva, una, santa, católica y apostólica, porque el Espíritu desciende
continuamente sobre ella para recordarle todo lo que su Señor le dijo, y para
guiarla a la verdad plena.
Al mirar a María y a José,
que presentan al Niño en el templo o que van en peregrinación a Jerusalén, los
padres cristianos pueden reconocerse mientras participan con sus hijos en la
Eucaristía dominical o se reúnen en sus hogares para rezar. A este propósito,
me complace recordar el programa que, hace años, vuestros obispos propusieron
desde Nin: "La familia católica
croata reza todos los días y el domingo celebra la Eucaristía". Para que
esto pueda suceder, es de fundamental importancia el respeto del carácter
sagrado del día festivo, que permite a los miembros de la familia reunirse y
juntos dar a Dios el culto debido.
La familia requiere hoy una
atención privilegiada y medidas concretas que favorezcan y tutelen su
constitución, desarrollo y estabilidad. Pienso en los graves problemas de la
vivienda y del empleo, entre otros. No hay que olvidar que, ayudando a la
familia, se contribuye también a la solución de otros graves problemas, como
por ejemplo la asistencia a los enfermos y a los ancianos, el freno a la
difusión de la criminalidad, y un remedio contra la droga.
La sociedad actual está
dramáticamente fragmentada y dividida. Precisamente por eso, está tan
profundamente insatisfecha. Pero el cristiano no se resigna al cansancio y a la
inercia. Sed el pueblo de la esperanza. Sed un pueblo que reza: "Ven,
Espíritu, desde los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos para que
revivan" (Ez 37, 9). Sed un pueblo que cree en las palabras que nos dijo
Dios y que se realizaron en Cristo: "Infundiré mi espíritu en vosotros y
viviréis; os estableceré en vuestro suelo, y sabréis que yo, el Señor, lo digo
y lo hago" (Ez 37, 14).
Cristo desea que todos sean
uno en él, para que en todos esté la plenitud de su alegría. También hoy
expresa este deseo para la Iglesia que somos nosotros. Por eso, juntamente con
el Padre, envió al Espíritu Santo. El Espíritu actúa de forma incansable para
superar toda dispersión y sanar toda herida.
San Pablo nos ha recordado
que "el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad,
bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí" (Ga 5, 22-23). El Papa
invoca estos dones para todos los que participáis en esta celebración y que
aquí renováis vuestro compromiso de dar testimonio de Cristo y de su Evangelio.
"¡Ven, Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu
amor!" (Aleluya). ¡Ven, Espíritu Santo! Amén.
San Juan Pablo II
Santa Misa para las familias en Rijeka,
Croacia
Domingo de Pentecostés, 8 de junio de
2003
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