domingo, 8 de diciembre de 2024
San Juan Pablo II y la Inmaculada Concepción de María
San
Juan Pablo II enseñaba lo siguiente en la Audiencia del 12 de junio de 1996:
"La definición dogmática de la Inmaculada Concepción":
domingo, 1 de diciembre de 2024
Mensaje de Adviento de San Juan Pablo II
«Vayamos
jubilosos al encuentro del Señor» es un estribillo que está perfectamente en armonía
con el jubileo. Es, por decir así, un «estribillo jubilar», según la etimología
de la palabra latina jubilar, que encierra una referencia al júbilo. ¡Vayamos,
pues, con alegría! Caminemos jubilosos y vigilantes a la espera del tiempo que
recuerda la venida de Dios en la carne humana, tiempo que llegó a su plenitud
cuando en la cueva de Belén nació Cristo. Entonces se cumplió el tiempo de la
espera.
Viviendo
el Adviento, esperamos un acontecimiento que se sitúa en la historia y a la vez
la trasciende. Al igual que los demás años, tendrá lugar en la noche de la
Navidad del Señor. A la cueva de Belén acudirán los pastores; más tarde, irán
los Magos de Oriente. Unos y otros simbolizan, en cierto sentido, a toda la
familia humana. La exhortación que resuena en la liturgia de hoy: «Vayamos
jubilosos al encuentro del Señor» se difunde en todos los países, en todos los
continentes, en todos los pueblos y naciones. La voz de la liturgia, es decir,
la voz de la Iglesia, resuena por doquier e invita a todos al gran jubileo.
Nosotros
podemos encontrar a Dios, porque Él ha venido a nuestro encuentro. Lo ha hecho,
como el padre de la parábola del hijo pródigo (cf. Lc 15, 11-32), porque es
Rico en Misericordia, Dives in Misericordia, y quiere salir a nuestro encuentro
sin importarle de qué parte venimos o a dónde lleva nuestro camino. Dios viene
a nuestro encuentro, tanto si lo hemos buscado como si lo hemos ignorado, e
incluso si lo hemos evitado. Él sale primero a nuestro encuentro, con los
brazos abiertos, como un padre amoroso y misericordioso.
Si
Dios se pone en movimiento para salir a nuestro encuentro, ¿podremos nosotros
volverle la espalda? Pero no podemos ir solos al encuentro con el Padre.
Debemos ir en compañía de cuantos forman parte de «la familia de Dios». Para
prepararnos convenientemente al jubileo debemos disponernos a acoger a todas
las personas. Todos son nuestros hermanos y hermanas, porque son hijos del
mismo Padre celestial. (...)
En
el Evangelio [leemos] la invitación del Señor a la vigilancia. «Velad,
porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor». Y a continuación: «Estad
preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre»
(Mt 24, 42.44). La exhortación a velar resuena muchas veces en la liturgia,
especialmente en Adviento, tiempo de preparación no sólo para la Navidad, sino
también para la definitiva y gloriosa venida de Cristo al final de los tiempos.
Por eso, tiene un significado marcadamente escatológico e invita al creyente a
pasar cada día, cada momento, en presencia de Aquel «que es, que era y que
vendrá» (Ap 1, 4), al que pertenece el futuro del mundo y del hombre. Ésta
es la esperanza cristiana. Sin esta perspectiva, nuestra existencia se
reduciría a un vivir para la muerte.
Cristo
es nuestro Redentor: Redentor del mundo y Redentor del hombre. Vino a nosotros
para ayudarnos a cruzar el umbral que lleva a la puerta de la vida, la «Puerta
Santa» que es Él mismo.
Que
esta consoladora verdad esté siempre muy presente ante nuestros ojos, mientras
caminamos como peregrinos hacia el gran jubileo. Esa verdad constituye la razón
última de la alegría a la que nos exhorta la liturgia: «Vayamos jubilosos al
encuentro del Señor». Creyendo en Cristo Crucificado y Resucitado, creemos
en la resurrección de la carne y en la vida eterna.
San Juan Pablo II
Extracto de la Homilía del Domingo I de Adviento.
Domingo 29 de noviembre de 1998, previo al Jubileo del
año 2000
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