domingo, 21 de marzo de 2010

Bodas de oro sacerdotales

Era noviembre de 1996. Mil seiscientos sacerdotes y noventa obispos celebraron con el Papa. Una experiencia emocionante de solidaridad sacerdotal internacional. Las celebraciones se iniciaron en el aula Pablo VI el 7 de noviembre (las bodas de oro sacerdotales de Juan Pablo II se cumplían el 1º de noviembre) y culminaron con una misa en la Basílica de San Pedro. Los mil seiscientos sacerdotes que celebraban sus bodas de oro entraron en la basílica revestidos con estolas bordadas con el escudo de armas del Papa, regalo de Juan Pablo.

La procesión duró cuarenta y cinco minutos y los concelebrantes se situaron en semicírculo frente al altar, adornado con flores rojas, blancas y amarillas, los colores de la bandera de Polonia y las de la Santa Sede.

Ataviado con una casulla de color rojo brillante y dorado, Juan Pablo fue recibido con una calurosa ovación de las diez mil personas de la Basílica. Fue un acto de acción de gracias por las vidas que aquellos habían dedicado su vida a Cristo y a los hombres durante cincuenta años, día a día, pulso a pulso.

El Papa vestido con casulla blanca dirigió un breve discurso a los presbíteros católicos:

En este momento estoy pensando en todos los sacerdotes del mundo. Estoy pensando en los sacerdotes ancianos y enfermos. Hoy les visito en espíritu y me detengo junto a ellos para ofrecerles mi simpatía fraternal.

También estoy pensando en los sacerdotes jóvenes que se inician en su ministerio y les animo a fortalecer su ardor apostólico. Asimismo, pienso en los párrocos, auténticos padres de familia de sus comunidades, y en los misioneros dispersos por los cinco continentes que dan a conocer a Cristo, Revelador de Dios y Salvador de la Humanidad.

Pienso también en los sacerdotes que atraviesan por dificultades materiales y espirituales, y en aquellos que han abandonado el compromiso que una vez abrazaron. Pido a Dios que todos ellos me den fuerzas. Os abrazo a todos, queridos sacerdotes de todo el mundo, y os encomiendo a María, Madre de Cristo, Eterno Sacerdote, Madre de la Iglesia y de nuestro sacerdocio.

Mientras, un gran globo multicolor con una inscripción en italiano y polaco: «¡Felicidades, Santo Padre!», se elevaba en aquella fría mañana, la orquesta y los coros de la Radio Televisión Italiana entonaron el Te Deum de Haydn y otras composiciones.

La banda de música de la policía y de los carabinieri tocaron el Himno Pontificio, el himno nacional italiano, y la marcha triunfal de Aída. El concierto concluyó con el himno El árbol de la fe y la paz, cantado por un católico, un judío y un musulmán, y el Papa soltó cinco palomas blancas como símbolo de la paz.

Del libro “Juan Pablo Magno Luchador de Raza”
Autor: P. Jesús Martí Ballester



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