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Juan Pablo II, el Grande
Lo que hace "grande" a un hombre no es lo que se dice o se escribe de él, sino lo que realmente es y ha sido en su corta o larga vida. En el caso del Papa recién desaparecido, se han mencionado muchas facetas de su inmensa actividad: Papa de la paz, de la vida, de la juventud, Papa mediático, gran comunicador, Papa mariano, asertor de los derechos humanos, Papa del diálogo, campeón de la libertad y, con mucha razón, Papa del perdón… Pero, la gente, con ese instinto de percepción que le es propio, ha querido anticiparse a la historia, reconociéndole ya el atributo de "Grande", hasta ahora reservado a muy contados papas. Signo de los tiempos y de esa "vox populi, vox Dei" que difícilmente se equivoca. En esta nota, me limitaré a subrayar aspectos poco comentados, pero significativos, con el ánimo de prolongar el halo de su presencia en medio de nosotros y seguir saboreando su cariño, su humanidad, su cotidianidad y cercanía que tan querido lo hicieron en todo el mundo.
Pasión por el hombre, pasión por los hombres
Fue, ante todo, un hombre, profundamente hombre y profundamente cristiano, en un tiempo de generalizada violencia, como nunca en la historia. Bien lo ha graficado Salvatore Martínez, coordinador de Renovación en el Espíritu: Es un hombre inolvidable, un Papa realmente inolvidable, testarudamente hombre y siempre cercano en el signo de la fe. Vale la pena recordar que su primera encíclica está dedicada al hombre, recordando, con el Concilio, que mediante la encarnación, el Hijo de Dios se ha unido, en cierto modo, a todo hombre. Al respecto, el padre Julián Carrón, presidente de Comunión y Liberación, agrega que Juan Pablo II deja al mundo más lleno de la humanidad de Cristo y a la Iglesia más consciente de ser ella misma movimiento. En esta línea, el profesor Andrés Riccardi, iniciador de la Comunidad de san Egidio, rememora el beso del Papa en la mano herida de un gitano, en un campamento de refugiados. A esto, se suma el testimonio de una periodista de la televisión, Paola Saluzzi, quien no duda en afirmar que después de él, habrá un gran vacío, no tanto para la Iglesia, sino porque en la fragilidad del mundo actual no tenemos a otros referentes. Realmente sentiremos mucho su ausencia. Este rasgo explica su incansable lucha por la paz, lucha que lo llevó a enfrentarse con regímenes dictatoriales y con los poderos de este mundo, en defensa de los derechos humanos y en la promoción de una vida mejor para millones de personas.
Solidario en el "Via Crucis" del sufrimiento humano
Cedo, ahora, la palabra al sacerdote Antonio Mazzi, hombre de los medios de comunicación y comprometido también en la redención social de jóvenes en riesgo (droga, sexo, alcohol). Pensábamos, nos dice, que este Papa nos había entregado lo mejor de sí viajando por el mundo, haciendo caer los muros, venciendo los miedos, superando preconceptos, humillando ideologías. Pero no, lo mejor de sí nos lo ha ofrecido desde el mes de febrero hasta su muerte. Los medios nos han hechos asistir a su larga "agonía", como "la misa sobre el mundo", de Teilhard de Chardin. Un Papa cercano en el sufrimiento: esa cara crispada por las muecas, incapaz de emitir una palabra, una sílaba, las ganas de asomarse a la ventana para dar la bendición a la gente… Todo esto ha hecho llorar a millones de personas y de familias recogidas ante el televisor… Muchos se han preguntado por qué y para qué esta exposición en los medios de un hombre que conocimos sano, vigoroso, incansable caminante por los continentes para anunciar a Cristo, como san Pablo. El padre Mazzi anota que sólo ahora comprendemos por qué dejaron a "ese Cristo en el balcón": Juan Pablo, como el Cristo del Viernes santo, quería decirnos, desde lo alto de la cruz: No los dejaré huérfanos. Voy al Padre. No lloren, déjenme ir. Sólo, desde allí, podré enviarles el Espíritu renovador. Porque nuestro mundo necesita más que nunca de un gran soplo del Espíritu. De todas maneras, les dejo a la Madre, cerca de ella, no se sentirán huérfanos. Adiós. La gente lo ha percibido y, en un tiempo marcado como nunca por el sufrimiento y los miedos, ha querido acompañarlo con la oración, los cantos, la cercanía, la esperanza.
Santo "a furor de pueblo"
La expresión es de Chiara Lubich, fundadora de los Focolares, uno de los movimientos eclesiales más numerosos y muy querido por Juan Pablo II. Ella, Chiara, lo quisiera ya "santo", proclamado en la plaza de san Pedro repleta de pueblo y por aclamación, como en la Iglesia antigua. Le hace eco Vittorio Messori, amigo personal del Papa y buen conocedor de su vida. Él dice que era evidente en él la santidad, las virtudes de la fe, de la esperanza y de la caridad vividas heroicamente, en lo cotidiano, con la intensidad del místico que ya ve lo que profesa en el credo. Destaca que de esa caridad brotaba su amor a los hombres, a cuya salvación se entregó sin reserva y sin desmayo. Messori subraya la manera de orar de Juan Pablo II: daba la sensación de que veía a Dios. Del mismo parecer es el brasilero Leonardo Boff, conocido teólogo de la liberación. En un artículo muy crítico acerca de las reformas "que la Iglesia necesitaba" y que Juan Pablo II habría detenido, anota: Las limitaciones de su estilo de gobierno de la Iglesia no impidieron que Juan Pablo II alcanzara la santidad personal en un grado eminente. Fue hombre de profunda oración. A veces, al orar se transfiguraba y palidecía; otras veces, gemía y vertía lágrimas. Una vez, lo sorprendieron en su capilla particular extendido en el suelo, en forma de cruz.
Una vez más, el "sensus fidelium" –voz del Espíritu Santo– se ha activado en el corazón de la Iglesia y, según Messori, ya llegan voces de milagros, de prodigios desde su nativa Polonia hasta estas tierras latinoamericanas que visitó tantas veces y cuyos pueblos alentó hacia la libertad y una vida más digna. Y la gente, en esto de la santidad, casi nunca se equivoca. La expresión pronunciada por un cardenal, mientras el Papa agonizaba, "ahora ya ve y toca a Dios", es una realidad que nos alienta a pedir su intercesión y, tal vez, para muchos, a reorientar su vida.
La "marea humana" que se ha encaminado hacia Roma para despedirlo es el mejor reconocimiento a su constante labor en pos de la dignificación del hombre, y de la empatía que supo establecer con la gente de todo el mundo y de todos los sectores sociales, culturales y religiosos.
Lo que hace "grande" a un hombre no es lo que se dice o se escribe de él, sino lo que realmente es y ha sido en su corta o larga vida. En el caso del Papa recién desaparecido, se han mencionado muchas facetas de su inmensa actividad: Papa de la paz, de la vida, de la juventud, Papa mediático, gran comunicador, Papa mariano, asertor de los derechos humanos, Papa del diálogo, campeón de la libertad y, con mucha razón, Papa del perdón… Pero, la gente, con ese instinto de percepción que le es propio, ha querido anticiparse a la historia, reconociéndole ya el atributo de "Grande", hasta ahora reservado a muy contados papas. Signo de los tiempos y de esa "vox populi, vox Dei" que difícilmente se equivoca. En esta nota, me limitaré a subrayar aspectos poco comentados, pero significativos, con el ánimo de prolongar el halo de su presencia en medio de nosotros y seguir saboreando su cariño, su humanidad, su cotidianidad y cercanía que tan querido lo hicieron en todo el mundo.
Pasión por el hombre, pasión por los hombres
Fue, ante todo, un hombre, profundamente hombre y profundamente cristiano, en un tiempo de generalizada violencia, como nunca en la historia. Bien lo ha graficado Salvatore Martínez, coordinador de Renovación en el Espíritu: Es un hombre inolvidable, un Papa realmente inolvidable, testarudamente hombre y siempre cercano en el signo de la fe. Vale la pena recordar que su primera encíclica está dedicada al hombre, recordando, con el Concilio, que mediante la encarnación, el Hijo de Dios se ha unido, en cierto modo, a todo hombre. Al respecto, el padre Julián Carrón, presidente de Comunión y Liberación, agrega que Juan Pablo II deja al mundo más lleno de la humanidad de Cristo y a la Iglesia más consciente de ser ella misma movimiento. En esta línea, el profesor Andrés Riccardi, iniciador de la Comunidad de san Egidio, rememora el beso del Papa en la mano herida de un gitano, en un campamento de refugiados. A esto, se suma el testimonio de una periodista de la televisión, Paola Saluzzi, quien no duda en afirmar que después de él, habrá un gran vacío, no tanto para la Iglesia, sino porque en la fragilidad del mundo actual no tenemos a otros referentes. Realmente sentiremos mucho su ausencia. Este rasgo explica su incansable lucha por la paz, lucha que lo llevó a enfrentarse con regímenes dictatoriales y con los poderos de este mundo, en defensa de los derechos humanos y en la promoción de una vida mejor para millones de personas.
Solidario en el "Via Crucis" del sufrimiento humano
Cedo, ahora, la palabra al sacerdote Antonio Mazzi, hombre de los medios de comunicación y comprometido también en la redención social de jóvenes en riesgo (droga, sexo, alcohol). Pensábamos, nos dice, que este Papa nos había entregado lo mejor de sí viajando por el mundo, haciendo caer los muros, venciendo los miedos, superando preconceptos, humillando ideologías. Pero no, lo mejor de sí nos lo ha ofrecido desde el mes de febrero hasta su muerte. Los medios nos han hechos asistir a su larga "agonía", como "la misa sobre el mundo", de Teilhard de Chardin. Un Papa cercano en el sufrimiento: esa cara crispada por las muecas, incapaz de emitir una palabra, una sílaba, las ganas de asomarse a la ventana para dar la bendición a la gente… Todo esto ha hecho llorar a millones de personas y de familias recogidas ante el televisor… Muchos se han preguntado por qué y para qué esta exposición en los medios de un hombre que conocimos sano, vigoroso, incansable caminante por los continentes para anunciar a Cristo, como san Pablo. El padre Mazzi anota que sólo ahora comprendemos por qué dejaron a "ese Cristo en el balcón": Juan Pablo, como el Cristo del Viernes santo, quería decirnos, desde lo alto de la cruz: No los dejaré huérfanos. Voy al Padre. No lloren, déjenme ir. Sólo, desde allí, podré enviarles el Espíritu renovador. Porque nuestro mundo necesita más que nunca de un gran soplo del Espíritu. De todas maneras, les dejo a la Madre, cerca de ella, no se sentirán huérfanos. Adiós. La gente lo ha percibido y, en un tiempo marcado como nunca por el sufrimiento y los miedos, ha querido acompañarlo con la oración, los cantos, la cercanía, la esperanza.
Santo "a furor de pueblo"
La expresión es de Chiara Lubich, fundadora de los Focolares, uno de los movimientos eclesiales más numerosos y muy querido por Juan Pablo II. Ella, Chiara, lo quisiera ya "santo", proclamado en la plaza de san Pedro repleta de pueblo y por aclamación, como en la Iglesia antigua. Le hace eco Vittorio Messori, amigo personal del Papa y buen conocedor de su vida. Él dice que era evidente en él la santidad, las virtudes de la fe, de la esperanza y de la caridad vividas heroicamente, en lo cotidiano, con la intensidad del místico que ya ve lo que profesa en el credo. Destaca que de esa caridad brotaba su amor a los hombres, a cuya salvación se entregó sin reserva y sin desmayo. Messori subraya la manera de orar de Juan Pablo II: daba la sensación de que veía a Dios. Del mismo parecer es el brasilero Leonardo Boff, conocido teólogo de la liberación. En un artículo muy crítico acerca de las reformas "que la Iglesia necesitaba" y que Juan Pablo II habría detenido, anota: Las limitaciones de su estilo de gobierno de la Iglesia no impidieron que Juan Pablo II alcanzara la santidad personal en un grado eminente. Fue hombre de profunda oración. A veces, al orar se transfiguraba y palidecía; otras veces, gemía y vertía lágrimas. Una vez, lo sorprendieron en su capilla particular extendido en el suelo, en forma de cruz.
Una vez más, el "sensus fidelium" –voz del Espíritu Santo– se ha activado en el corazón de la Iglesia y, según Messori, ya llegan voces de milagros, de prodigios desde su nativa Polonia hasta estas tierras latinoamericanas que visitó tantas veces y cuyos pueblos alentó hacia la libertad y una vida más digna. Y la gente, en esto de la santidad, casi nunca se equivoca. La expresión pronunciada por un cardenal, mientras el Papa agonizaba, "ahora ya ve y toca a Dios", es una realidad que nos alienta a pedir su intercesión y, tal vez, para muchos, a reorientar su vida.
La "marea humana" que se ha encaminado hacia Roma para despedirlo es el mejor reconocimiento a su constante labor en pos de la dignificación del hombre, y de la empatía que supo establecer con la gente de todo el mundo y de todos los sectores sociales, culturales y religiosos.
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