En la historia de la Iglesia, Juan Pablo II quedará como el Papa del Concilio Vaticano II, que participó en la confección de sus documentos, que orientó con estas claves todo su pontificado, y que resolvió la crisis posconciliar.
Además realizó una obra titánica de visita a la Iglesia universal y de renovación de la doctrina con sus iniciativas. Con especial gratitud quedará el recuerdo de las Jornadas Mundiales de la Juventud, testimonio del futuro. Su sucesor dirá de él: “deja una Iglesia más valiente, más libre, más joven. Una Iglesia que, según su enseñanza y su ejemplo, mira con serenidad al pasado y no tiene miedo del futuro”.
Y lo hizo sin perder su talante de hombre sencillo, piadoso, tranquilo y alegre. Patente a la vista de todos, porque era un Papa que ha vivido siempre rodeado de público.
Además, el mundo le debe su contribución a la caída del muro de Berlín, que no era sólo una frontera-prisión para impedir escapar a media Europa del mayor y más fallido experimento político de la historia; sino también una frontera mental que atraviesa el siglo XX. Fue una inmensa alegría para Juan Pablo II que inició su pontificado al grito de “abrid las puertas a Cristo”. Y lo pagó con un intento de asesinato. Pero también luchó por abrir las fronteras de un capitalismo que sólo valora el dinero; o de un positivismo cientifista que no puede defender lo que es el amor, la justicia, la libertad y la persona.
Juan Luis Lorda
Profesor de Teología
Universidad de Navarra
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