Entre los títulos atribuidos a María en el culto de la
Iglesia, el capítulo VIII de la Lumen Gentium recuerda el de «Mediadora». El
texto conciliar ya refiere el contenido del título de «Mediadora» cuando afirma
que María «continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la
salvación eterna» (Lumen gentium, 62).
Como recuerdo en la encíclica Redemptoris Mater, «la
mediación de María está íntimamente unida a su maternidad y posee un carácter
específicamente materno que la distingue del de las demás criaturas» (n. 38). Desde
este punto de vista, es única en su género y singularmente eficaz.
El mismo Concilio (…) afirma que María «es nuestra madre
en el orden de la gracia» (Lumen Gentium,
61). Recordemos que la mediación de María es cualificada fundamentalmente
por su maternidad divina. Además, el reconocimiento de su función de mediadora
está implícito en la expresión «Madre nuestra», que propone la doctrina de la
mediación mariana, poniendo el énfasis en la maternidad. Por último, el título
«Madre en el orden de la gracia» aclara que la Virgen coopera con Cristo en el
renacimiento espiritual de la humanidad.
La mediación materna de María no hace sombra a la única y
perfecta mediación de Cristo. En efecto, el Concilio, después de haberse
referido a «María Mediadora», precisa a renglón seguido: «Lo cual, sin embargo,
se entiende de tal manera que no quite ni añada nada a la dignidad y a la
eficacia de Cristo, único Mediador» (ib., 62). Y cita, a este respecto, el
conocido texto de la primera carta a Timoteo: «Porque hay un solo Dios, y
también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre
también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos» (1 Tm 2,5-6).
El Concilio afirma, además, que «la misión maternal de María
para con los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la única
mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia» (Lumen gentium, 60).
De Cristo deriva el valor de la mediación de María, y,
por consiguiente, el influjo saludable de la santísima Virgen «favorece, y de
ninguna manera impide, la unión inmediata de los creyentes con Cristo» (ib.).
La intrínseca orientación hacia Cristo de la acción de la
«Mediadora» impulsa al Concilio a recomendar a los fieles que acudan a María
«para que, apoyados en su protección maternal, se unan más íntimamente al Mediador
y Salvador» (ib., 62).
Al proclamar a Cristo único Mediador (cf. 1 Tm 2,5-6), el
texto de la carta de san Pablo a Timoteo excluye cualquier otra mediación
paralela, pero no una mediación subordinada. En efecto, antes de subrayar la
única y exclusiva mediación de Cristo, el autor recomienda «que se hagan
plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres» (1
Tm 2,1). ¿No son, acaso, las oraciones una forma de mediación? Más aún, según
san Pablo, la única mediación de Cristo está destinada a promover otras
mediaciones dependientes y ministeriales. Proclamando la unicidad de la de
Cristo, el Apóstol tiende a excluir sólo cualquier mediación autónoma o en
competencia, pero no otras formas compatibles con el valor infinito de la obra
del Salvador.
Es posible participar en la mediación de Cristo en varios
ámbitos de la obra de la salvación. La Lumen
Gentium, después de afirmar que «ninguna criatura puede ser puesta nunca en
el mismo orden con el Verbo encarnado y Redentor», explica que las criaturas
pueden ejercer algunas formas de mediación en dependencia de Cristo. En efecto,
asegura: «Así como en el sacerdocio de Cristo participan de diversa manera
tanto los ministros como el pueblo creyente, y así como la única bondad de Dios
se difunde realmente en las criaturas de distintas maneras, así también la
única mediación del Redentor no excluye sino que suscita en las criaturas una
colaboración diversa que participa de la única fuente» (n. 62).
¿Qué es, en verdad, la mediación materna de María sino un
don del Padre a la humanidad? Por eso, el Concilio concluye: «La Iglesia no
duda en atribuir a María esta misión subordinada, la experimenta sin cesar y la
recomienda al corazón de sus fieles» (ib.).
María realiza su acción materna en continua dependencia
de la mediación de Cristo y de él recibe todo lo que su corazón quiere dar a
los hombres. La Iglesia, en su peregrinación terrena, experimenta
«continuamente» la eficacia de la acción de la «Madre en el orden de la
gracia».
San Juan Pablo II
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