Tú, divino
Caminante, experto de nuestras calzadas y conocedor de nuestro corazón, no nos
dejes prisioneros de las sombras de la noche.
Ampáranos en el
cansancio, perdona nuestros pecados, orienta nuestros pasos por la vía del
bien.
Bendice a los
niños, a los jóvenes, a los ancianos, a las familias y particularmente a los
enfermos. Bendice a los sacerdotes y a las personas consagradas. Bendice a toda
la humanidad.
En la
Eucaristía te has hecho “remedio de inmortalidad”: danos el gusto de una vida
plena, que nos ayude a caminar sobre esta tierra como peregrinos seguros y
alegres, mirando siempre hacia la meta de la vida sin fin.
Quédate con
nosotros, Señor!
Quédate con
nosotros! Amén.
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