"El Rosario me ha acompañado en los momentos de
alegría y en los de tribulación. A él he confiado tantas preocupaciones y en él
siempre he encontrado consuelo [...] El 29 de octubre de 1978, dos semanas
después de la elección a la Sede de Pedro, como abriendo mi alma, me expresé
así: «El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa
en su sencillez y en su profundidad [...] Cuántas gracias he recibido de la
Santísima Virgen a través del Rosario en estos años: Magnificat anima mea Dominum!
Deseo elevar mi agradecimiento al Señor con las palabras de su Madre Santísima,
bajo cuya protección he puesto mi ministerio petrino: Totus tuus! [...] El
Rosario, comprendido en su pleno significado, conduce al corazón mismo del vida
cristiana y ofrece una oportunidad ordinaria y fecunda espiritual y pedagógica,
para la contemplación personal, la formación del Pueblo de Dios y la nueva
evangelización"
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