"...La profesión de fe
que hacemos en el Credo cuando proclamamos que Jesucristo 'al tercer día
resucitó de entre los muertos', se basa en los textos evangélicos que, a su
vez, nos transmiten y hacen conocer la primera predicación de los Apóstoles. De
estas fuentes resulta que la fe en la Resurrección es, desde el comienzo, una
convicción basada en un hecho, en un acontecimiento real, y no un mito o una
'concepción', una idea inventada por los Apóstoles o producida por la comunidad
post-pascual reunida en torno a los Apóstoles en Jerusalén, para superar junto
con ellos el sentido de desilusión consiguiente a la muerte de Cristo en Cruz.
De los textos resulta todo lo contrario y por ello, como he dicho, tal
hipótesis es también crítica e históricamente insostenible.
Los Apóstoles y los
discípulos no inventaron la Resurrección (y es fácil comprender que eran
totalmente incapaces de una acción semejante). No hay rastros de una exaltación
personal suya o de grupo, que les haya llevado a conjeturar un acontecimiento
deseado y esperado y a proyectarlo en la opinión y en la creencia común como
real, casi por contraste y como compensación de la desilusión padecida. No hay
huella de un proceso creativo de orden psicológico-sociológico-literario ni
siquiera en la comunidad primitiva o en los autores de los primeros siglos.
Los Apóstoles fueron los
primeros que creyeron, no sin fuertes resistencias, que Cristo había resucitado
simplemente porque vivieron la Resurrección como un acontecimiento real del que
pudieron convencerse personalmente al encontrarse varias veces con Cristo
nuevamente vivo, a lo largo de cuarenta días. Las sucesivas generaciones
cristianas aceptaron aquel testimonio, fiándose de los Apóstoles y de los demás
discípulos como testigos creíbles. La fe cristiana en la Resurrección de Cristo
está ligada, pues, a un hecho, que tiene una dimensión histórica
precisa..."
San Juan Pablo II (1989)
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