sábado, 13 de julio de 2019

La parábola del Buen Samaritano

¡Qué elocuente es esta parábola! Porque aunque Jesús sitúe el relato en el camino de Jerusalén a Jericó, en Tierra Santa, la situación puede repetirse en cualquier sitio del mundo, ¡también aquí! Y ciertamente, se habrá repetido más de una vez.

Cristo – el Buen samaritano por excelencia que cargó sobre Sí nuestros dolores – seguirá actuando a través de todos los cristianos. No a través de unos pocos, sino a través de todos, porque todos estamos llamados a una vocación de servicio. Esta vocación de servicio, que abarca todas las dimensiones de la existencia humana, encuentra su cauce adecuado y fecundo en la realización de cualquier trabajo honrado. Sin embargo, para algunos, esta misión de servicio reúne unas características singulares. Su trabajo les lleva a estar cerca de los que sufren, asumiendo los problemas de la salud, procurando aliviar el dolor que llega hasta ellos, adoptando continuamente la actitud del buen samaritano.

La parábola del buen samaritano, que – como hemos dicho – pertenece al Evangelio del sufrimiento, camina con él a lo largo de la historia de la Iglesia y del cristianismo; a lo largo de la historia del hombre y de la humanidad. Testimonia que la revelación por parte de Cristo del sentido salvífico del sufrimiento no se identifica de ningún modo con una actitud de pasividad. Es todo lo contrario. El Evangelio es la negación de la pasividad ante el sufrimiento. El mismo Cristo, en este aspecto, es sobre todo activo.

Tomado del libro:
“La vida de Jesucristo en la predicación de Juan Pablo II”
Selección de textos por Pedro Beteta

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