domingo, 15 de junio de 2025
De San Juan Pablo II a la Santísima Trinidad
¡Gloria y alabanza a ti, Santísima Trinidad, único y
eterno Dios!
domingo, 8 de junio de 2025
San Juan Pablo II y Pentecostés
En los últimos días de su
vida terrena, Jesús prometió a sus discípulos el don del Espíritu Santo como su
verdadera herencia, continuación de su misma presencia. Pentecostés, descrito
por los Hechos de los Apóstoles, es el acontecimiento que hace evidente y
público, cincuenta días después, este don que Jesús hizo a los suyos la tarde
misma del día de Pascua.
La Iglesia de Cristo está
siempre, por decirlo así, en estado de Pentecostés. Siempre reunida en el
Cenáculo para orar, está, al mismo tiempo, bajo el viento impetuoso del
Espíritu, siempre en camino para anunciar. La Iglesia se mantiene perennemente
joven y viva, una, santa, católica y apostólica, porque el Espíritu desciende
continuamente sobre ella para recordarle todo lo que su Señor le dijo, y para
guiarla a la verdad plena.
Al mirar a María y a José,
que presentan al Niño en el templo o que van en peregrinación a Jerusalén, los
padres cristianos pueden reconocerse mientras participan con sus hijos en la
Eucaristía dominical o se reúnen en sus hogares para rezar. A este propósito,
me complace recordar el programa que, hace años, vuestros obispos propusieron
desde Nin: "La familia católica
croata reza todos los días y el domingo celebra la Eucaristía". Para que
esto pueda suceder, es de fundamental importancia el respeto del carácter
sagrado del día festivo, que permite a los miembros de la familia reunirse y
juntos dar a Dios el culto debido.
La familia requiere hoy una
atención privilegiada y medidas concretas que favorezcan y tutelen su
constitución, desarrollo y estabilidad. Pienso en los graves problemas de la
vivienda y del empleo, entre otros. No hay que olvidar que, ayudando a la
familia, se contribuye también a la solución de otros graves problemas, como
por ejemplo la asistencia a los enfermos y a los ancianos, el freno a la
difusión de la criminalidad, y un remedio contra la droga.
La sociedad actual está
dramáticamente fragmentada y dividida. Precisamente por eso, está tan
profundamente insatisfecha. Pero el cristiano no se resigna al cansancio y a la
inercia. Sed el pueblo de la esperanza. Sed un pueblo que reza: "Ven,
Espíritu, desde los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos para que
revivan" (Ez 37, 9). Sed un pueblo que cree en las palabras que nos dijo
Dios y que se realizaron en Cristo: "Infundiré mi espíritu en vosotros y
viviréis; os estableceré en vuestro suelo, y sabréis que yo, el Señor, lo digo
y lo hago" (Ez 37, 14).
Cristo desea que todos sean
uno en él, para que en todos esté la plenitud de su alegría. También hoy
expresa este deseo para la Iglesia que somos nosotros. Por eso, juntamente con
el Padre, envió al Espíritu Santo. El Espíritu actúa de forma incansable para
superar toda dispersión y sanar toda herida.
San Pablo nos ha recordado
que "el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad,
bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí" (Ga 5, 22-23). El Papa
invoca estos dones para todos los que participáis en esta celebración y que
aquí renováis vuestro compromiso de dar testimonio de Cristo y de su Evangelio.
"¡Ven, Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu
amor!" (Aleluya). ¡Ven, Espíritu Santo! Amén.
San Juan Pablo II
Santa Misa para las familias en Rijeka,
Croacia
Domingo de Pentecostés, 8 de junio de
2003
domingo, 1 de junio de 2025
La Ascensión del Señor
"Dios asciende entre aclamaciones" (Antífona del Salmo
responsorial). Estas palabras de la liturgia de hoy nos introducen en la
solemnidad de la Ascensión del Señor. Revivimos el momento en que Cristo, cumplida
su misión terrena, vuelve al Padre. Esta fiesta constituye el coronamiento de
la glorificación de Cristo, realizada en la Pascua. Representa también la
preparación inmediata para el don del Espíritu Santo, que sucederá en
Pentecostés. Por tanto, no hay que considerar la Ascensión del Señor como un
episodio aislado, sino como parte integrante del único misterio pascual.
En realidad, Jesús resucitado no deja
definitivamente a sus discípulos; más bien, empieza un nuevo tipo de relación
con ellos. Aunque desde el punto de vista físico y terreno ya no está presente
como antes, en realidad su presencia invisible se intensifica, alcanzando una
profundidad y una extensión absolutamente nuevas. Gracias a la acción del
Espíritu Santo prometido, Jesús estará presente donde enseñó a los discípulos a
reconocerlo: en la palabra del Evangelio, en los sacramentos y en la Iglesia,
comunidad de cuantos creerán en él, llamada a cumplir una incesante misión
evangelizadora a lo largo de los siglos.
La liturgia nos exhorta hoy a mirar al cielo, como
hicieron los Apóstoles en el momento de la Ascensión, pero para ser los
testigos creíbles del Resucitado en la tierra (cf. Hch 1, 11), colaborando con
él en el crecimiento del reino de Dios en medio de los hombres. Nos invita, además,
a meditar en el mandato que Jesús dio a los discípulos antes de subir al cielo:
predicar a todas las naciones la conversión y el perdón de los pecados (cf. Lc
24, 47).
Todos los miembros del Cuerpo místico de Cristo
están llamados a dar su contribución a vuestra acción de compromiso apostólico
y de renovación eclesial. Pienso de modo especial en vosotros, amadísimos
jóvenes… Con la misma alegría id al encuentro de vuestros coetáneos, y sed
acogedores y abiertos con ellos. Además, también podéis hacer mucho por los
ancianos. Es sabido que entre jóvenes y ancianos se crea a menudo un vínculo
que puede resultar para vosotros un óptimo camino de profundización de la fe, a
la luz de su experiencia. Asimismo, podéis comunicar a los ancianos el
entusiasmo típico de vuestra edad, para que vivan mejor el otoño de su
existencia. De este modo se realiza un útil intercambio de dones en beneficio
de toda la comunidad. Que la comprensión y la cooperación recíprocas entre
todos sean el estilo permanente de vuestra vida familiar y parroquial.
"Yo os enviaré lo que mi Padre ha
prometido" (Lc 24, 49). Jesús habla aquí de su Espíritu, el Espíritu Santo.
También nosotros, al igual que los discípulos, nos disponemos a recibir este
don en la solemnidad de Pentecostés. Sólo la misteriosa acción del Espíritu
puede hacernos nuevas criaturas; sólo su fuerza misteriosa nos permite anunciar
las maravillas de Dios. Por tanto, no tengamos miedo; no nos encerremos en
nosotros mismos. Por el contrario, con pronta disponibilidad colaboremos con
él, para que la salvación que Dios ofrece en Cristo a todo hombre lleve a la
humanidad entera al Padre.
Permanezcamos en espera de la venida del Paráclito,
como los discípulos en el Cenáculo, juntamente con María. Que ella, como Reina
de nuestro corazón, haga de todos los creyentes una familia unida en el amor y
en la paz.
San Juan Pablo II
Festividad de la Ascensión del Señor 2001
Imagen tomada de Google
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