martes, 2 de noviembre de 2010

La grandeza de Juan Pablo II

Cuando alguien pronuncia más de 20.000 discursos, se puede afirmar que es un gran comunicador. Si produce más de cien documentos importantes y escribe varios libros Best Sellers, se puede decir que es muy inteligente.

Cuando alguien visita más de cien países sin otro interés que hacer el bien, se puede afirmar que es un hombre generoso. Si sostiene cientos de encuentros semanales con grupos de miles de personas, se puede decir que es un gran líder.

Cuando alguien se encuentra con más de 1.500 jefes de gobierno para hablarles claro de sus problemas y exigirles soluciones, se puede afirmar que es un valiente. Si además, arrastra a sus funerales a millones de personas, se puede decir que era un hombre muy amado.

Pero, cuando esta misma persona, después de haber fallecido, sigue atrayendo diariamente a más de veinte mil personas, ¿qué adjetivo se le puede dar?

Efectivamente, la tumba de Juan Pablo II es visitada todos los días por al menos veinte mil personas. Y, si hablamos de un miércoles de audiencia o de
un domingo de ángelus, la cifra puede subir hasta más de treinta y cinco mil. ¡Otro record roto por este hombre extraordinario!

Cuando al llegar por primera vez al Vaticano, el peregrino se encuentra con un verdadero espectáculo: una fila tan larga que en ocasiones no sólo bordea el perímetro interior de la plaza, sino que serpentea dentro de ella.

Sorprendido, se pregunta: «¿Para qué es esa cola?». Y al saber que es para ver la tumba del Papa Juan Pablo II, no puede hacer menos que lanzar una expresión de asombro.

Mas cuando se acerca a ese enorme conglomerado de gente su admiración crece. En la fila se encuentra de todo: japoneses, alemanes, peruanos, africanos; bajos, gordos, altos, flacos; jóvenes, niños y ancianos. Por ello a algunos peregrinos se les antoja pensar que esta hilera humana no es otra cosa que los brazos con que Juan Pablo II, desde el cielo, abraza al mundo entero.

No importa si hace frío o si el sol quema hasta achicharrar, si llueve o si el viento está desatado. La multitud permanece avanzando hacia su objetivo.

Y a pesar de que las Grutas Vaticanas se encuentren desbordadas, ahí dentro se da una vez más la hazaña de un hombre que se entendía muy bien con las masas: no hay gritos, empujones o quejas; sólo reina el silencio y la oración.

Es, sin duda alguna, la última gran revolución del Papa Wojtyla.

Fuente: Buenas Noticias
Autor: Adolfo Güémez

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