domingo, 25 de marzo de 2012

Quisiéramos ver a Jesús

"En el Evangelio del quinto Domingo de Cuaresma, Jesús explica el sentido de su muerte sirviéndose de la imagen del grano de trigo que, muriendo, da fruto (cf. Jn 12, 24). La ocasión para esta reflexión se la ofrece el hecho de que, entre la multitud que fue a recibirlo mientras se acercaba a Jerusalén, había también extranjeros, precisamente algunos griegos, que manifestaron a los Apóstoles su deseo de verlo: «Quisiéramos ver a Jesús» (Jn 12, 21). Con estas palabras, se hacen en cierto modo portavoces de toda la humanidad, destacando el valor universal de la salvación ofrecida por Jesús.

¡Quisiéramos ver a Jesús! Este es el grito que la humanidad dirige también hoy a los discípulos de Cristo, pidiéndoles que muestren, con su vida y sus obras, el rostro divino. Lo acogemos con emoción, sabiendo que, como dice el apóstol Pablo, llevamos un tesoro en «recipientes de barro» (2 Co 4, 7). No ignoramos que la historia cristiana, aunque es tan rica en santidad, muestra también mucha fragilidad humana.

El Concilio ha observado que, con frecuencia, precisamente la incoherencia de los creyentes constituye un obstáculo en el camino de cuantos buscan al Señor (cf. Gaudium et spes, 19). Por esta razón, el camino de la Iglesia tiene que ser un serio itinerario de conversión, un esfuerzo de renovación personal y comunitaria a la luz del Evangelio...Cuanto más se refleje Cristo en nuestra vida, tanto más mostrará la atracción irresistible que Él mismo anunció hablando de su muerte en la cruz: «Cuando Yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia Mí» (Jn 12, 32)"

Hoy oímos que el Señor Jesús preanuncia su muerte. Este es ya el V domingo de Cuaresma; estamos muy próximos a la Semana Santa, al triduo sacro que nos recordará nuevamente de modo particular su pasión, muerte y resurrección. Por esto las palabras con que el Señor anuncia su fin ya cercano hablan de la gloria: «Es llegada la hora en que el Hijo del hombre será glorificado... Ahora mi alma se siente turbada. ¿Y qué diré?... Padre, glorifica tu nombre» (Jn 12, 23. 27-28). Y finalmente pronuncia las palabras que manifiestan tan profundamente el misterio de la muerte redentora: «Ahora es el juicio de este mundo... Y yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré todos a mí» (Jn 12, 31-32). Esta elevación de Cristo sobre la tierra es anterior a la elevación en la gloria: elevación sobre el leño de la cruz, elevación de martirio, elevación de muerte.

Jesús preanuncia su muerte también en estas palabras misteriosas: «En verdad, en verdad os digo que, si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo; pero si muere, llevará mucho fruto» (Jn 12, 24). Su muerte es prenda de la vida, es la fuente de la vida para todos nosotros. El Padre Eterno preordinó esta muerte en el orden de la gracia y de la salvación, igual que está establecida, en el orden de la naturaleza, la muerte del grano de trigo bajo la tierra, para que pueda despuntar la espiga dando fruto abundante. El hombre después se alimenta de este fruto que se hace pan cotidiano. También el sacrificio realizado en la muerte de Cristo se hace comida de nuestras almas bajo las apariencias de pan.

Preparémonos a vivir la Semana Santa, el triduo sacro, la muerte y la resurrección. Aceptemos esta vida cuya fuente es su sacrifico. Vivamos esta vida alimentándonos con la comida del Cuerpo y la Sangre del Redentor, crezcamos en ella para alcanzar la vida eterna.

Beato Juan Pablo II
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