Hermanos y Hermanas:
1. El tiempo de la Cuaresma rememora los 40 años que
Israel pasó en el desierto mientras se encaminaba hacia la tierra prometida. En
aquel período el pueblo experimentó lo que era vivir en una tienda, sin
domicilio fijo y con una total falta de seguridad. Muchas veces estuvo tentado
de volver a Egipto, donde al menos tenía asegurado el pan, aunque fuera la
comida de los esclavos. En la precariedad del desierto fue Dios mismo quien
suministraba el agua y el alimento a su pueblo, protegiéndolo así de los peligros.
De este modo, la experiencia de la dependencia total de Dios se convirtió para
los hebreos en camino de liberación de la esclavitud y de la idolatría de las
cosas materiales.
El tiempo cuaresmal pretende ayudar a los creyentes a
revivir, mediante el compromiso de purificación personal, este mismo itinerario
espiritual, tomando conciencia de la pobreza y de la precariedad de la
existencia, y redescubriendo la intervención providencial del Señor que llama a
tener los ojos abiertos ante las penurias de los hermanos más necesitados. Así,
la Cuaresma es también el tiempo de la solidaridad ante las situaciones
precarias en las que se encuentran personas y pueblos de tantos lugares del
mundo.
2. Para la Cuaresma de 1997, primer año de preparación al
Gran Jubileo del Año 2000, quisiera reflexionar sobre la condición dramática de
los que viven sin casa. Propongo como tema de meditación las siguientes
palabras del Evangelio de san Mateo: Venid,
benditos de mi Padre, porque estaba sin casa y me alojasteis (cf.
25,34-35). La casa es el lugar de la comunión familiar, el hogar doméstico
donde del amor entre marido y mujer nacen los hijos y aprenden las costumbres
de la vida y los valores morales y espirituales fundamentales, que harán de
ellos los ciudadanos y cristianos del mañana. En la casa, el anciano y el
enfermo encuentran una atmósfera de cercanía y de afecto que ayuda a soportar
los días del sufrimiento y del desgaste físico.
Sin embargo, ¡cuántos son, por desgracia, los que viven
lejos del clima de calor humano y de acogida propio del hogar! Pienso en los
refugiados, en los prófugos, en las víctimas de las guerras y de las
catástrofes naturales, así como en las personas sometidas a la llamada
emigración económica. Y ¿qué decir de las familias desahuciadas o de las que no
logran encontrar una vivienda, del ingente número de ancianos a los cuales las
pensiones sociales no les permiten obtener un alojamiento digno a un precio
justo? Son situaciones penosas que generan a veces otras auténticas calamidades
como el alcoholismo, la violencia, la prostitución o la droga. […]
3. Son muchos los pasajes bíblicos que ponen de relieve
el deber de socorrer las necesidades de los que carecen de casa.
Ya en el Antiguo Testamento, según la Torah, el forastero
y, en general, quien no tiene un techo donde cobijarse, al estar expuesto a
cualquier peligro, merece una atención especial por parte del creyente. Más
aún, Dios no ceja de recomendar la hospitalidad y la generosidad con el
extranjero (cf. Dt 24, 17-18; 10, 18-19; Nm 15,15 etc.), recordando la
precariedad sufrida por Israel mismo. Jesús, además, se identifica con quien no
tiene casa: "era forastero, y me
acogisteis" (Mt 25, 35), enseñando que la caridad para con quien se
encuentra en esta necesidad será premiada en el cielo. Los Apóstoles del Señor
recomiendan la hospitalidad recíproca a las diversas comunidades fundadas por
ellos como signo de comunión y de novedad de la vida en Cristo.
Del amor de Dios aprende el cristiano a socorrer al
necesitado, compartiendo con él los propios bienes materiales y espirituales.
Esta solicitud no representa sólo una ayuda material para quien está en
dificultad, sino que es también una ocasión de crecimiento espiritual para el
mismo que la practica, que así se ve alentado a despegarse de los bienes
terrenos. En efecto, existe una dimensión más elevada, indicada por Cristo con
su ejemplo: "El Hijo del hombre no
tiene donde reclinar la cabeza" (Mt 8, 20). De este modo quería El
expresar su total disponibilidad hacia el Padre celestial, cuya voluntad
deseaba cumplir sin dejarse atar por la posesión de los bienes terrenos, pues
existe el peligro constante de que en el corazón del hombre las realidades
terrenas ocupen el lugar de Dios.
La Cuaresma es, pues, una ocasión providencial para llevar
a cabo ese desapego espiritual de las riquezas para abrirse así a Dios, hacia
el Cual el cristiano debe orientar toda la vida, consciente de no tener morada
fija en este mundo, porque "somos ciudadanos del cielo" (Flp. 3, 20).
En la celebración del misterio pascual, al final de la Cuaresma, se pone de
relieve cómo el camino cuaresmal de purificación culmina con la entrega libre y
amorosa de sí mismo al Padre. Este es el camino por el que el discípulo de
Cristo aprende a salir de sí mismo y de sus intereses egoístas para encontrar a
los hermanos con el amor.
4. La llamada evangélica a estar junto a Cristo "sin
casa" es una invitación a todo bautizado a reconocer la propia realidad y
a mirar a los hermanos con sentimientos de solidaridad concreta y hacerse cargo
de sus dificultades. Mostrándose abiertos y generosos, los cristianos pueden
servir, comunitaria e individualmente, a Cristo presente en el pobre y dar
testimonio del amor del Padre. En este camino nos precede Cristo. Su presencia
es fuerza y estímulo: El nos libera y nos hace testigos del Amor.
Queridos Hermanos y Hermanas: vayamos sin miedo con El
hasta Jerusalén (cf. Lc 18,31), acogiendo su invitación a la conversión para
adherirnos más profundamente a Dios, santo y misericordioso, sobre todo durante
el tiempo de gracia que es la Cuaresma. Deseo que este tiempo lleve a todos a
escuchar la llamada del Señor que invita a abrir el corazón hacia quienes se
encuentran en necesidad. Invocando la celeste protección de María,
especialmente sobre quienes carecen de casa, imparto a todos con afecto la
Bendición Apostólica.
Beato Juan Pablo II
Mensaje para la Cuaresma de 1997
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