La vida de san Juan Pablo II sigue fascinando a propios y
a extraños, a creyentes y no creyentes. A nadie dejó indiferente el Papa de los
jóvenes. Durante sus 27 años de Pontificado se produjeron miles de anécdotas y
hechos que han puesto en evidencia la profunda y extraordinaria personalidad de
aquel joven cardenal polaco que se sentó en la Cátedra de San Pedro.
Uno de los que mejor conoce esta multitud de detalles es
Slawomir Oder. Tras años de trabajo descubrió el amor y el sentido del humor
del Papa santo hacia su grey.
Confesado por un
mendigo
El sacramento de la reconciliación era primordial para él
y todos los Viernes Santo acudía a la Basílica de San Pedro a confesar. Sin
embargo, hay una anécdota que muestra muy a las claras cómo era: el Papa fue
confesado por un mendigo.
Oder afirma que un monseñor de Estados Unidos que se
encontraba por Roma se disponía a rezar en una parroquia de la capital italiana
cuando al entrar en ella se encontró con un mendigo. Pasó de largo pero le iba
dando vueltas a la cara de esa persona hasta que se dio cuenta de que le
conocía, que hace años habían sido compañeros en el seminario y que se
ordenaron el mismo día. Volvió hacía él, le saludó y le preguntó qué le había
ocurrido. Éste le dijo que había perdido su vocación y la fe.
Al día siguiente este sacerdote estadounidense
participaba en un encuentro privado con Juan Pablo II y cuando le tocó el turno
para saludarle no pudo dejar de contarle lo que le había ocurrido en la víspera.
El Papa se preocupó por la situación e invitó a este cura y al mendigo a cenar
con él.
Tras proporcionarle ropa limpia y aseo ambos acudieron al
encuentro con el Santo Padre hasta que en un momento tras la cena, el ahora
santo pidió al sacerdote que les dejara solos. Entonces pidió al mendigo que
escuchara su confesión. Éste se quedó estupefacto y le dijo que ya no era
sacerdote. “Una vez sacerdote, sacerdote siempre”, le contestó el Papa. Sin
embargo, éste insistió y le dijo que “estoy privado de mi derecho a ser
sacerdote” pero igualmente Juan Pablo II le contestó que era “el Obispo de Roma
y me puedo encargar de eso”.
Finalmente, el mendigo confesó al Papa y viceversa. El
sacerdote sin fe lloró amargamente y el santo le dijo: “¿ves la grandeza del
sacerdocio? No la desfigures”. Al salir de ese encuentro con su vocación
sacerdotal renovada, el Santo Padre le envió a la parroquia en la que pedía
limosna y le nombró asistente y encargado de la atención de los mendigos.
La boda del
cerrajero y la mecanógrafa
Como ésta, existen multitud de anécdotas de Juan Pablo II
que apenas son conocidas. Lo que sí acreditan los más cercanos a él es que era
una persona detallista y cercana, que bautizaba a los hijos de sus amigos o de
sus más modestos colaboradores. Llegó a casar a una mecanógrafa con un
cerrajero e incluso tras las cenas siempre se pasaba por la cocina para
agradecer el trabajo de los cocineros.
Por ello, muchos se han preguntado si tenía defectos. En
una entrevista monseñor Oder comentaba lo siguiente: “Imagino que sí, como
todos. Algunos dicen que era demasiado transparente. Recuerdo el problema que
se creó cuando una periodista logró fotografiarlo mientras se lanzaba a la
piscina de Castel Gandolfo. Cuando le informaron dijo: ¿de verdad? ¿y dónde lo
podré ver publicado? Y es que le daba igual. Otros sostienen que podía parecer
que daba signos de inquietarse, pero era evidente que tenía gran dominio de
sí”.
A raíz de esto cuenta otra historia de cuando era
cardenal de Cracovia. Le informaron de que un sacerdote de la Diócesis
acumulaba numerosas multas por su conducción. “Le llamó, le regañó amablemente
y le pidió que dejase allí su carnet de conducir. Pero en cuanto aquel pobre
sacerdote abandonó arrepentido el despacho, Wojtyla reflexionó: ‘¿y cómo
llegará este hombre a todas las parroquias que tiene que atender?’. Así que
enseguida le llamaron y le entregó de nuevo su carnet”.
Otra persona que también puede contar algunas de estas
anécdotas es Joaquín Navarro Valls, portavoz de la Santa Sede durante el
Pontificado de Juan Pablo II. El español relata en una entrevista que “en
cierta ocasión, le sugerí que no leyese un artículo bastante agrio en el que se
le denigraba. Para mi sorpresa, me dijo que el periodista que lo había escrito
estaba pasando por una muy difícil situación familiar y que, por lo tanto,
requería nuestra especial comprensión”.
Navarro Valls cuenta también los esfuerzos del Papa para
no caer en la autocomplacencia. “Entré en sus aposentos enarbolando un ejemplar
de la revista Time, que le consagraba como ‘hombre del año’. Mientras
conversábamos noté que daba la vuelta a la revista sin dejar de hablar. Yo, muy
delicadamente, volví a mostrársela, y él, una vez más, la apartó de sí. ¿Qué
ocurre Santidad, es que no le agrada?, le pregunté”. Él respondió esbozando una
sonrisa: “Tal vez me agrade demasiado”.
Tras muchos años sirviendo al Papa confiesa que “su
capacidad para sobreponerse, no ya sólo al dolor físico, sino a las
preocupaciones de cada día, manteniendo el sentido del humor, implica un olvido
voluntario, deliberado, de uno mismo”.
La broma al obispo
Sobre humor se puede escribir mucho del nuevo santo de la
Iglesia. Este es sólo un pequeño detalle. Lo cuenta también Navarro Valls: “un
día, recién llegado del hospital Gemelli, donde había sido intervenido a causa
de una rotura de fémur, recibió a un obispo. Este se entretuvo en elogiar el
buen aspecto que tenía: ¿sabe que le dijo? El hospital le ha sentado muy bien.
Está incluso mejor que antes de ingresar en el Gemelli. Él miró fijamente con
pillería al contestarle: “entonces, ¿por qué no ingresa usted también allí?”.
La cara del obispo ante esta respuesta tuvo que ser todo un poema.
Javier Lozano
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