"...Es hermoso
estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (cf. Jn
13, 25), palpar el Amor infinito de su Corazón..."
El culto que se da a la Eucaristía fuera de la Misa es de
un valor inestimable en la vida de la Iglesia. Dicho culto está estrechamente
unido a la celebración del Sacrificio eucarístico. La presencia de Cristo bajo
las sagradas especies que se conservan después de la Misa –presencia que dura
mientras subsistan las especies del pan y del vino–, deriva de la celebración
del Sacrificio y tiende a la comunión sacramental y espiritual. Corresponde a
los Pastores animar, incluso con el testimonio personal, el culto eucarístico,
particularmente la exposición del Santísimo Sacramento y la adoración de Cristo
presente bajo las especies eucarísticas.
Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como
el discípulo predilecto (cf. Jn 13, 25), palpar el amor infinito de su Corazón.
Si el cristianismo ha de distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el «arte
de la oración», ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en
conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante
Cristo presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuántas veces, mis queridos
hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza,
consuelo y apoyo!
Numerosos Santos nos han dado ejemplo de esta práctica,
alabada y recomendada repetidamente por el Magisterio. De manera particular se
distinguió por ella San Alfonso María de Ligorio, que escribió: «Entre todas
las devociones, ésta de adorar a Jesús sacramentado es la primera, después de
los sacramentos, la más apreciada por Dios y la más útil para nosotros».
La Eucaristía es un tesoro inestimable; no sólo su
celebración, sino también estar ante Ella fuera de la Misa, nos da la
posibilidad de llegar al manantial mismo de la gracia. Una comunidad cristiana
que quiera ser más capaz de contemplar el rostro de Cristo, en el espíritu que
he sugerido en las Cartas apostólicas Novo millennio ineunte y Rosarium
Virginis Mariae, ha de desarrollar también este aspecto del culto eucarístico,
en el que se prolongan y multiplican los frutos de la comunión del Cuerpo y
Sangre del Señor.
(Carta Encíclica ECCLESIA DE EUCHARISTIA, 25)
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