«Madre
de los hombres y de los pueblos, Tú conoces todos sus sufrimientos y sus
esperanzas, Tú sientes maternalmente todas las luchas entre el bien y el mal,
entre la luz y las tinieblas que sacuden al mundo, acoge nuestro grito dirigido
en el Espíritu Santo directamente a tu Corazón y abraza con el Amor de la Madre
y de la Esclava del Señor a los que más esperan este abrazo, y, al mismo
tiempo, a aquellos cuya entrega Tú esperas de modo especial. Toma bajo tu
protección materna a toda la familia humana a la que, con todo afecto a Ti,
Madre, confiamos. Que se acerque para todos el tiempo de la paz y de la
libertad, el tiempo de la verdad, de la justicia y de la esperanza».
(San
Juan Pablo II . «Acto de consagración». Basílica de Santa María la Mayor. 7 de
junio de 1981, Solemnidad de Pentecostés. Día elegido para recordar el 1600°
aniversario 1er. Concilio Constantinopolitano y el 1550° aniversario del
Concilio de Éfeso).
"El
Corazón de la Madre es en todo semejante al Corazón del Hijo. También la
Bienaventurada Virgen es para la Iglesia una presencia de paz y de
reconciliación: ¿No es Ella quien, por medio del Ángel Gabriel, recibió el
mayor mensaje de reconciliación y de paz que Dios haya jamás enviado al género
humano? (Lc. 1,26-38). María dio a luz a Aquel que es nuestra reconciliación;
Ella estaba al pie de la Cruz cuando, en la Sangre del Hijo, Dios reconcilió "con Él todas las
cosas" (Col 1,20); ahora, glorificada en el cielo, tiene -como recuerda
una plegaria litúrgica- "un corazón lleno de misericordia hacia los
pecadores, que, volviendo la mirada a su caridad materna, en Ella se refugian e
imploran el perdón de Dios..."
(San
Juan Pablo II. Ángelus. Domingo 3 de septiembre de 1989).
Tomado
de: El camino de María
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