Queridos hermanas y hermanos:
«Jesús (...) fue
llevado por el Espíritu al desierto, y tentado allí por el diablo durante
cuarenta días» (Lc 4, 1-2). Antes de comenzar su actividad pública, Jesús,
llevado por el Espíritu Santo, se retira al desierto durante cuarenta días.
Allí, como leemos hoy en el Evangelio, el diablo lo pone a prueba,
presentándole tres tentaciones comunes en la vida de todo hombre: el atractivo
de los bienes materiales, la seducción del poder humano y la presunción de
someter a Dios a los propios intereses.
La lucha victoriosa de Jesús contra el tentador no
termina con los días pasados en el desierto; continúa durante los años de su
vida pública y culmina en los acontecimientos dramáticos de la Semana Santa.
Precisamente con su muerte en la Cruz, el Redentor triunfa definitivamente
sobre el mal, liberando a la humanidad del pecado y reconciliándola con Dios.
Parece que San Lucas quiere anunciar, ya desde el comienzo, el cumplimiento de
la salvación en el Gólgota. En efecto, concluye la narración de las tentaciones
mencionando a Jerusalén, donde precisamente se sellará la victoria pascual de
Jesús.
La escena de las tentaciones de Cristo en el desierto se
renueva cada año al comienzo de la Cuaresma. La liturgia invita a los creyentes
a entrar con Jesús en el desierto y a seguirlo en el típico itinerario
penitencial de este tiempo cuaresmal, que ha comenzado el miércoles pasado con
el austero rito de la ceniza. […]
Queridos hermanos y hermanas, esto es lo que nos pide
claramente el Señor para entrar en el clima auténtico de la Cuaresma. Quiere
que en el desierto de estos cuarenta días aprendamos a afrontar al enemigo de
nuestras almas, a la luz de su palabra de salvación. Pidamos al Espíritu Santo
que vivifique nuestra oración, para que estemos dispuestos a afrontar con
valentía la incesante lucha de vencer el mal con el bien.
[…] Al comienzo del itinerario cuaresmal volvemos a las
raíces de nuestra fe para prepararnos, con la oración, la penitencia, el ayuno
y la caridad, a participar con corazón renovado interiormente en la Pascua de
Cristo.
Que la Virgen Santísima nos ayude en esta Cuaresma a
compartir con dignos frutos de conversión el Camino de Cristo, desde el
desierto de las tentaciones hasta Jerusalén, para celebrar con Él la Pascua de
nuestra redención.
San Juan Pablo II
Homilía (extracto) en la Santa Misa del 1er. Domingo de Cuaresma. 1
de marzo de1998
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