martes, 14 de mayo de 2024

«La mano de Nuestra Señora desvió el curso de la bala» (Juan Pablo II)

El 13 de mayo de 1981, en la Plaza de San Pedro de Roma, varios disparos alcanzaron al Soberano Pontífice polaco, Juan Pablo II, mientras se desplazaba entre la multitud de peregrinos que acudían a la Audiencia General.
 
El periodista Benedetto Nardacci testifica: “Por primera vez se puede hablar de terrorismo en el Vaticano, donde siempre se han difundido mensajes de amor, concordia y paz”. Él siguió en directo la Audiencia General para el programa italiano de Radio Vaticana y el 13 de mayo de 1981, a las 17:17 horas, fue testigo de lo inesperado: un intento de asesinato contra Juan Pablo II, quien entonces contaba 60 años. Su atacante, Mehmet Ali Agca, de 23 años, era un activista turco. Una religiosa franciscana, sor Letizia Giudici, consigue derribarlo cuando él acababa de tropezar y logra que se le caiga la pistola.
 
La multitud de 20.000 peregrinos que se había acercado a la Plaza de San Pedro quedó presa de un asombro mezclado con pánico. En las calles de Borgo, vecinas al lugar de la tragedia, se extendió un clamor: “Han matado al Papa. ¡El Papa está muerto!”. Y, sin embargo, el Sucesor de Pedro seguía vivo. De camino al hospital Gemelli, susurra el nombre de María en su lengua materna. La Iglesia celebra en este día a Nuestra Señora de Fátima.
 
Juan Pablo II, en estado crítico, fue operado durante más de cuatro horas. En Roma y en todo el mundo, millones de fieles rezan por él. Su clamor lleno de fervor y esperanza fue escuchado: cuatro días después, el Santo Padre les habló desde su cama de hospital. A la hora del rezo del Regina Coeli, oración de la que brota la fuerza del perdón y de la confianza filial en la Madre del Salvador, el Papa dice:
 
“¡Alabado sea Jesucristo! Queridos hermanos y hermanas, sé que en estos días y especialmente en esta hora del Regina Coeli, estáis unidos a mí. Os agradezco profundamente sus oraciones y os bendigo a todos. Estoy especialmente cerca de las dos personas heridas conmigo. Rezo por el hermano que me disparó y a quien he perdonado sinceramente. Unido a Cristo, sacerdote y víctima, ofrezco mis sufrimientos por la Iglesia y por el mundo. A ti, María, te repito: ‘Totus tuus ego sum’, soy todo tuyo”.
 
Un año después, Juan Pablo II fue a Fátima. Está convencido de ello: la mano de Nuestra Señora, quien se apareció seis décadas antes a los tres pastorcitos, desvió el curso de la bala. A Ella le debe su supervivencia.

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