domingo, 30 de marzo de 2025
La verdadera democracia
Aunque san
Juan Pablo II alabó el proceso democrático, también advirtió sobre los peligros
de una democracia divorciada de cualquier verdad objetiva
miércoles, 19 de marzo de 2025
San José desde la mirada de San Juan Pablo II
Llamado
a ser el Custodio del Redentor, «José... hizo como el ángel del Señor le había
mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mt 1, 24)
San José está ante nosotros
como el hombre de fe y de oración. La liturgia le aplica la Palabra de Dios en
el salmo 88: “Él me invocará: Tú eres mi Padre, mi Dios, mi roca salvadora”
Ciertamente, cuántas veces, durante
las largas jornadas de trabajo, José habrá elevado su pensamiento a Dios, para
invocarlo, para ofrecerle sus fatigas, para implorar luz, ayuda y consuelo.
¡Cuántas veces! Pues bien,
este hombre que con toda su vida parecía gritar a Dios “Tú eres mi Padre”,
obtuvo esta gracia particularísima: el Hijo de Dios en la tierra, lo trató como
padre.
José invoca a Dios con todo
el ardor de su corazón creyente: “Padre mío”, y Jesús, que trabaja a su lado
con las herramientas de carpintero, se dirigía a él llamándolo “padre”.
Misterio profundo: Cristo,
que en cuanto Dios, tenía directamente la experiencia de la Paternidad divina
en el seno de la Santísima Trinidad, vivió esta experiencia en cuanto hombre, a
través de la persona de José, su padre putativo. Y José, a su vez, ofreció en
la casa de Nazaret al niño que crecía a su lado, el apoyo de su equilibrio
viril, de su clarividencia, de su valentía, de las dotes propias de todo buen
padre, sacándolas de esa fuente suprema, de quien toma nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra.
...Él mi invocará: “Tú eres
mi Padre”. Como san José, invocad también vosotros con una oración asidua y
fervorosa al Padre celestial y también vosotros experimentareis como él, la
verdad de las siguientes palabras del salmo: “le mantendré eternamente mi favor
y mi alianza con él será estable”.
San Juan Pablo II
sábado, 8 de marzo de 2025
Carta de San Juan Pablo II a las mujeres
Te doy gracias, mujer-madre, que te conviertes en
seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia
única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz y te
hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de referencia
en el posterior camino de la vida.
Te doy gracias, mujer-esposa, que unes
irrevocablemente tu destino al de un hombre, mediante una relación de recíproca
entrega, al servicio de la comunión y de la vida.
Te doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana, que
aportas al núcleo familiar y también al conjunto de la vida social las riquezas
de tu sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.
Te doy gracias, mujer-trabajadora, que participas en
todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política,
mediante la indispensable aportación que das a la elaboración de una cultura
capaz de conciliar razón y sentimiento, a una concepción de la vida siempre
abierta al sentido del « misterio », a la edificación de estructuras económicas
y políticas más ricas de humanidad.
Te doy gracias, mujer-consagrada, que a ejemplo de
la más grande de las mujeres, la Madre de Cristo, Verbo encarnado, te abres con
docilidad y fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia y a toda la
humanidad a vivir para Dios una respuesta «esponsal», que expresa
maravillosamente la comunión que Él quiere establecer con su criatura.
Te doy gracias, mujer… ¡Por el hecho mismo de ser
mujer! Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del
mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas.
San Juan Pablo II - 1995
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