La indecisión de los señores Cardenales entre Siri y Benelli llevó al pontificado a Wojtyla. Con la ayuda del Espíritu Santo, claro está. Nos lo cuenta George Weigel en su biografía sobre el Papa Juan Pablo II, el cual ofrece algunos detalles de gran interés sobre el cónclave que condujo a la elección del primer Papa polaco de la historia.
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Dicho cónclave se debe entender a la luz del celebrado pocos meses antes y en el que fue elegido Juan Pablo I. ¿En qué sentido se debe entender esta afirmación? Sea en lo que se refiere a las candidaturas posibles, sea en lo que se refiere a las filtraciones que hubo después del cónclave. El cardenal Jean Villot, el camarlengo responsable de guiar un interregno papal más, no había quedado muy satisfecho con las filtraciones que se habían producido en el Cónclave de agosto. Después de dicha reunión algunos cardenales no votantes, quizás por no haber comprendido bien la nueva legislación promulgada por Pablo VI, se creyeron eximidos de la obligación de confidencialidad y contaron detalles de lo sucedido en la Capilla Sextina. Antes de este segundo Cónclave, Villot les reprochó a los cardenales su actitud, recordándoles el juramento de confidencialidad que habían hecho. Consecuentemente, bien pocos detalles sobre el extraordinario proceso que produjo el primer Papa no italiano en 455 años y el primer Papa eslavo de la historia han salido jamás a la luz pública.
Según la visión de consenso que se ha formado con los años, la pregunta de De Fürstenberg sería plausible porque, en el primer día de votación, el 15 de octubre, se produjo un empate entre los dos principales candidatos italianos, el cardenal Giuseppe Siri de Génova y el gran elector del Cónclave de agosto, el cardenal Giovanni Benelli. Incapaz de encontrar una alternativa italiana, el cónclave se desvió entonces con presteza para elegir a Karol Wojtyla, quien, según el cardenal Carlo Confalonieri, ya recibiera algunos votos en el Cónclave anterior, y que resultó elegido en la octava votación, a la conclusión de la segunda jornada del Cónclave II, el 16 de octubre. No se ha propuesto ninguna otra explicación política plausible de la elección del papa Juan Pablo II. Mediante ese procedimiento de tamizar los rumores y las pistas relativas a la política del cónclave no se llega, sin embargo, a la cuestión más interesante, y de hecho previa: ¿Por qué estarían los cardenales deseosos de romper con siglos de tradición, y de una forma tan dramática?
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Se sabe que Wojtyla ocupó la celda 91 del Palacio Apostólico, y que se llevó un periódico filosófico de orientación marxista a la Capilla Sixtina para leer durante el largo proceso del recuento de votos; cuando un colega algo bromista le preguntó si aquello era un poco escandaloso, Wojtyla sonrió y replicó que tenía la conciencia limpia. El propio papa Juan Pablo II ha revelado un pequeño detalle acerca del cónclave. En cierto punto durante los procedimientos, su antiguo rector en el Colegio Belga, el cardenal Maximilian De Fürstenberg, se acercó a él para preguntarle, con palabras que recordaban la liturgia de la ordenación de un sacerdote, “Deus adest et vocat te?” (“¿Dios está aquí y te está llamando?”).
Se sabe que Wojtyla ocupó la celda 91 del Palacio Apostólico, y que se llevó un periódico filosófico de orientación marxista a la Capilla Sixtina para leer durante el largo proceso del recuento de votos; cuando un colega algo bromista le preguntó si aquello era un poco escandaloso, Wojtyla sonrió y replicó que tenía la conciencia limpia. El propio papa Juan Pablo II ha revelado un pequeño detalle acerca del cónclave. En cierto punto durante los procedimientos, su antiguo rector en el Colegio Belga, el cardenal Maximilian De Fürstenberg, se acercó a él para preguntarle, con palabras que recordaban la liturgia de la ordenación de un sacerdote, “Deus adest et vocat te?” (“¿Dios está aquí y te está llamando?”).
Según la visión de consenso que se ha formado con los años, la pregunta de De Fürstenberg sería plausible porque, en el primer día de votación, el 15 de octubre, se produjo un empate entre los dos principales candidatos italianos, el cardenal Giuseppe Siri de Génova y el gran elector del Cónclave de agosto, el cardenal Giovanni Benelli. Incapaz de encontrar una alternativa italiana, el cónclave se desvió entonces con presteza para elegir a Karol Wojtyla, quien, según el cardenal Carlo Confalonieri, ya recibiera algunos votos en el Cónclave anterior, y que resultó elegido en la octava votación, a la conclusión de la segunda jornada del Cónclave II, el 16 de octubre. No se ha propuesto ninguna otra explicación política plausible de la elección del papa Juan Pablo II. Mediante ese procedimiento de tamizar los rumores y las pistas relativas a la política del cónclave no se llega, sin embargo, a la cuestión más interesante, y de hecho previa: ¿Por qué estarían los cardenales deseosos de romper con siglos de tradición, y de una forma tan dramática?
En términos humanos, la elección de un Papa no italiano y polaco fue posible porque muchos miembros del Colegio Cardenalicio se hallaban en un estado de shock espiritual tras la muerte de Juan Pablo I. Que hubieran considerado, como muchos evidentemente hicieron, que el cardenal Luciani era «el candidato de Dios» (según expresión del cardenal Basil Hume tras el primer cónclave), para ser de súbito apartado de la escena, no hacía sino plantear la cuestión: “¿Qué trata de decirnos Dios con ello?” Según recordaba el cardenal Joseph Ratzinger, la muerte de Juan Pablo I condujo al Colegio Cardenalicio a un análisis de conciencia: “¿Cuál es la voluntad de Dios con respecto a nosotros en este momento? Estábamos convencidos de que la elección [de Luciani] se había hecho en correspondencia con la voluntad de Dios, no simplemente de una forma humana... y si había muerto después de un mes de resultar elegido de acuerdo con la voluntad de Dios, era que Dios tenía algo que decirnos.” El cardenal William Baum recordaba la muerte de Juan Pablo I como «un mensaje del Señor para enseñarnos algo». Aquella sensación de shock daría lugar a la experiencia de un cónclave que Baum definió como «intensamente devoto» e incluso «más profundamente espiritual» que el primer cónclave de agosto, en el que tanto se hablara de captar la voluntad de Dios en la rápida y fácil elección de Albino Luciani. La impresión causada por el «papado de septiembre», que finalizara de forma tan abrupta e inesperada, crearía las condiciones humanas para «la posibilidad de llevar a cabo algo nuevo», opinaría el cardenal Ratzinger.
El empate entre los candidatos italianos sería la ocasión inmediata de hacer lo que hasta entonces parecía impensable. El hecho crucial que contribuye a explicar el resultado final fue que el segundo cónclave de 1978 se llevó a cabo en la estela de lo que el Colegio Cardenalicio debió de considerar una señal ambigua de que algo más se requería de ellos, algo diferente y osado. Así pues, la siguiente cuestión que cabe plantearse es: ¿por qué Karol Wojtyla.
El cardenal Franz Kónig llegaría al segundo cónclave más determinado que nunca a hacer presión para la elección de un Papa no italiano. El día anterior al inicio del cónclave le diría a su viejo amigo, el cardenal Wyszynski: “El cónclave se abre mañana; ¿cuál es tu candidato?” El primado respondió que él no tenía un candidato, a lo que Kónig replicó: “Bueno, quizá Polonia podría presentar un candidato, ¿no?” Wyszynski le dijo: “Dios santo, ¿te parece que yo debería acabar en Roma? Desde luego supondría un triunfo sobre los comunistas.” Konig respondió entonces: “No, no me refiero a ti, pero hay un segundo hombre...” A lo que el primado replicó: “No, es demasiado joven, y desconocido; nunca podría ser Papa…”
Konig no quedaría convencido. Era evidente que Wyszynski no había juzgado bien hasta qué punto Wojtyla se había convertido en una importante figura católica internacional. Kónig creía que un Papa de detrás del Telón de Acero contribuiría a acabar con la «mentalidad de división» que imperaba desde la Segunda Guerra Mundial, de modo que se dispuso a convencer a otros. La respuesta inicial que obtuvo fue bastante fría, pero la propuesta empezó a parecer menos amenazadora tras el punto muerto al que llegaron los italianos. Pese a la reacción inicial del primado, Wojtyla estaba lejos de ser desconocido. Varios cardenales habían leído sus meditaciones del retiro papal de 1976, “Signo de contradicción”, y habían quedado impresionados. Los africanos, preocupados por la claridad doctrinal, sabían que era un hombre profundamente evangélico y un hombre del Concilio. No era un cardenal curial, lo cual resultaba atractivo a aquellos que consideraban esencial romper con las pautas tradiciones en el gobierno de la Iglesia. Wojtyla tenía una poderosa personalidad pública, lo cual era importante bajo el prisma de una respuesta pública positiva al breve pontificado de Juan Pablo I. Y luego estaba la ostpolitik de Pablo VI. Sus logros diplomáticos eran escasos, y el arzobispo de Cracovia abrigaba dudas con respecto a la estrategia que expresaba. Pero al desligar a la Santa Sede del alineamiento de posguerra con Occidente, la ostpolitik había hecho posible la elección de un Papa de detrás del Telón de Acero.
El aspecto más persuasivo de la candidatura de Wojtyla, sin embargo, residía en sus antecedentes como obispo diocesano. Una vez que la ruptura psicológica con la supuesta inevitabilidad de un papado italiano había tenido lugar, ese historial debió de constituir un factor crucial (quizá el único tan importante), en el rápido surgimiento de Karol Wojtyla como candidato del segundo cónclave. Había mostrado que aún era posible el liderazgo en medio de la tensión y la confusión posconciliares y en contra de presiones externas. Según el cardenal Kónig, que Wojtyla hubierab«tenido experiencias pastorales reales», que hubiera mostrado cómo ser obispo en la Iglesia posterior al Concilio Vaticano II, era lo que le había hecho papable.
Una vez llevada a cabo la «ruptura» a causa del empate italiano, todo sucedió muy deprisa. El primado Wyszynski, ahora plenamente convencido, le recordó a su colega más joven el desafío de Cristo a Pedro en su huida de Roma en la obra “Quo vadis” de Sienkiewicz, y le dijo simplemente a Wojtyla: “Acéptalo.” La candidatura de Wojtyla se volvió irresistible en la cuarta y última votación del 16 de octubre.
Aproximadamente a las 17.15 se les dijo formalmente a los cardenales, que habían llevado su propia cuenta, lo que ya sabían: que el cardenal Wojtyla había reunido los votos necesarios para ser elegido Papa. En cierto punto del recuento, Wojtyla se llevó las manos a la cabeza. El cardenal Hume recuerda haber sentido “una desesperada tristeza por aquel hombre”. Jerzy Turowicz escribiría más tarde que, en el momento de la elección, Karol Wojtyla estaba tan solo como pueda estarlo un hombre. Pues ser elegido Papa significaba una clara ruptura con la vida anterior de uno, sin posibilidad de retorno. El cardenal Konig, máximo responsable de promover la candidatura de Wojtyla, se sintió muy ansioso por saber si aceptaría o no.
Cuando el cardenal jean Villot, quien en su sermón pro elegendo pontifice había dicho a los cardenales que “debían elegir un novio para la Iglesia”, se plantó ante el estrado de Wojtyla para preguntarle “¿Acceptasne electionem?”, éste no titubeó. Karol Wojtyla estaba al tanto de la relevancia de aquellos tiempos y del peso de la responsabilidad que recaía sobre sus hombros, pera vio en el voto de sus hermanos la voluntad de Dios. Y por tanto, “en la obediencia de la fe ante Cristo mi Señor, abandonándome a la Madre de Cristo y a la Iglesia, y consciente de las grandes dificultades, acepto”. Entonces, a la segunda pregunta ritual de por qué nombre se le conocería, respondió que, debido a su devoción a Pablo VI y su afecto por Juan Pablo I, se le conocería como Juan Pablo II.
Fuente: http://www.intereconomia.com/blog/iglesia-mundo-hoy/recordando-juan-pablo-ii-eleccion-inesperada
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