"Ha resucitado del sepulcro el Señor, que por
nosotros fue colgado de la cruz" ¡Aleluya! Resuena alegre el anuncio pascual: ¡Cristo ha resucitado,
ha resucitado verdaderamente! El que "padeció bajo el poder de Poncio
Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado", Jesús, el Hijo de Dios
nacido de la Virgen María, "resucitó al tercer día, según las
Escrituras" (Credo).
Este anuncio es el fundamento de la esperanza de la
humanidad. En efecto, si Cristo no hubiera resucitado, no sólo sería vana
nuestra fe (cf. 1 Co 15,14), sino también nuestra esperanza, porque el mal y la
muerte nos tendrían a todos como rehenes. Con su muerte, Jesús ha quebrantado y
vencido la férrea ley de la muerte, extirpando para siempre su raíz ponzoñosa.
"¡Paz a vosotros!" (Jn 20,19.20). Éste es el
primer saludo del Resucitado a sus discípulos; saludo que hoy repite al mundo
entero. ¡Oh Buena Noticia tan esperada y deseada! ¡Oh anuncio consolador para
quien está oprimido bajo el peso del pecado y de sus múltiples estructuras!
Para todos, especialmente para los pequeños y los pobres, proclamamos hoy la
esperanza de la paz, de la paz verdadera, basada en los sólidos pilares del
amor y de la justicia, de la verdad y de la libertad.
"Pacem en
terris....". "La paz en la tierra, suprema aspiración de toda la
humanidad a través de la historia, es indudable que no puede establecerse ni
consolidarse sino se respeta fielmente el orden establecido por Dios"
(Enc. Pacem in terris, Introd.). Con estas palabras comienza la histórica
Encíclica, con la cual hace cuarenta años el beato Papa Juan XXIII indicó al
mundo el camino de la paz. Son palabras actuales como nunca al alba del tercer
milenio, tristemente oscurecido por violencias y conflictos.
Que se trunque la cadena del odio que amenaza el
desarrollo ordenado de la familia humana. Que Dios nos conceda ser liberados
del peligro de un dramático choque entre las culturas y las religiones. Que la
fe y el amor a Dios hagan a los creyentes de cada religión valientes artífices
de comprensión y perdón, pacientes constructores de un provechoso diálogo
interreligioso, que inaugure un era nueva de justicia y de paz.
Como a los Apóstoles asustados en la tempestad del lago,
Cristo repite a los hombres de nuestro tiempo: "¡Ánimo, soy yo, no
temáis!" (Mc 6,50). Si Él está con nosotros, ¿por qué tener miedo? Aunque
parezco muy oscuro el horizonte de la humanidad, hoy celebramos el triunfo
esplendoroso de la alegría pascual. Si un viento contrario obstaculiza el
camino de los pueblos, si se hace borrascoso el mar de la historia, ¡que nadie
ceda al desaliento y a la desconfianza! Cristo ha resucitado; Cristo está vivo
entre nosotros; realmente presente en el sacramento de la Eucaristía, Él se
ofrece como Pan de salvación, como Pan de los pobres, como Alimento de los
peregrinos.
¡Oh divina presencia de amor, oh vivo memorial de Cristo
nuestra Pascua, Tú eres viático para los que sufren y los que mueren, para
todos eres prenda segura de vida eterna! María, primer tabernáculo de la
historia, Tú, testigo silencioso de los prodigios pascuales, ayúdanos a cantar
con la vida tu mismo "Magnificat" de alabanza y agradecimiento,
porque hoy "ha resucitado del sepulcro el Señor, que por nosotros fue
colgado de la cruz".
Ha resucitado Cristo, nuestra paz y nuestra esperanza. Ha
resucitado. ¡Aleluya!
Beato Juan Pablo II
Homilía 20-Abril-2003
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