Entre los títulos atribuidos a María en el culto de la
Iglesia, el capítulo VIII de la Lumen gentium recuerda el de «Mediadora».
Aunque algunos padres conciliares no compartían plenamente esa elección (cf.
Acta Synodalia III, 8, 163-164), este apelativo fue incluido en la constitución
dogmática sobre la Iglesia, confirmando el valor de la verdad que expresa.
Ahora bien, se tuvo cuidado de no vincularlo a ninguna teología de la
mediación, sino sólo de enumerarlo entre los demás títulos que se le reconocían
a María.
El mismo Concilio quiso responder a las dificultades
manifestadas por algunos padres conciliares sobre el término «Mediadora»,
afirmando que María «es nuestra madre en el orden de la gracia» (Lumen gentium,
61). Recordemos que la mediación de María es cualificada fundamentalmente por
su maternidad divina. Además, el reconocimiento de su función de mediadora está
implícito en la expresión «Madre nuestra», que propone la doctrina de la
mediación mariana, poniendo el énfasis en la maternidad. Por último, el título
«Madre en el orden de la gracia» aclara que la Virgen coopera con Cristo en el
renacimiento espiritual de la humanidad.
La mediación materna de María no hace sombra a la única y
perfecta mediación de Cristo. En efecto, el Concilio, después de haberse
referido a María «mediadora», precisa a renglón seguido: «Lo cual, sin embargo,
se entiende de tal manera que no quite ni añada nada a la dignidad y a la
eficacia de Cristo, único Mediador» (ib., 62). Y cita, a este respecto, el
conocido texto de la primera carta a Timoteo: «Porque hay un solo Dios, y
también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre
también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos» (1 Tm 2,5-6).
Así pues, lejos de ser un obstáculo al ejercicio de la
única mediación de Cristo, María pone de relieve su fecundidad y su eficacia.
«En efecto, todo el influjo de la santísima Virgen en la salvación de los
hombres no tiene su origen en ninguna necesidad objetiva, sino en que Dios lo
quiso así. Brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su
mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda su eficacia» (ib.).
Al proclamar a Cristo único Mediador (cf. 1 Tm 2,5-6), el
texto de la carta de san Pablo a Timoteo excluye cualquier otra mediación
paralela, pero no una mediación subordinada. En efecto, antes de subrayar la
única y exclusiva mediación de Cristo, el autor recomienda «que se hagan
plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres» (1
Tm 2,1). ¿No son, acaso, las oraciones una forma de mediación? Más aún, según
san Pablo, la única mediación de Cristo está destinada a promover otras
mediaciones dependientes y ministeriales. Proclamando la unicidad de la de
Cristo, el Apóstol tiende a excluir sólo cualquier mediación autónoma o en
competencia, pero no otras formas compatibles con el valor infinito de la obra
del Salvador.
¿Qué es, en verdad, la mediación materna de María sino un
don del Padre a la humanidad? Por eso, el Concilio concluye: «La Iglesia no
duda en atribuir a María esta misión subordinada, la experimenta sin cesar y la
recomienda al corazón de sus fieles» (ib.).
María realiza su acción materna en continua dependencia
de la mediación de Cristo y de él recibe todo lo que su corazón quiere dar a
los hombres. La Iglesia, en su peregrinación terrena, experimenta
«continuamente» la eficacia de la acción de la «Madre en el orden de la
gracia».
Catequesis de Juan Pablo II (1-X-97)
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