Discurso de S.S. Juan Pablo II. Vigilia de oración.
Toronto, Parque Downsview Sábado 27 de julio de 2002
Queridos jóvenes, dejaos conquistar por la
luz de Cristo y difundidla en el ambiente en que vivís.
"La luz de la mirada de Jesús -dice el
Catecismo de la Iglesia católica- ilumina los ojos de nuestro corazón; nos
enseña a verlo todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los
hombres" (n. 2715).
En la medida en que vuestra amistad con
Cristo, vuestro conocimiento de su misterio, vuestra entrega a él, sean
auténticos y profundos, seréis "hijos de la luz" y os convertiréis,
también vosotros, en "luz del mundo". Por eso, os repito las palabras
del Evangelio: "Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que
vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los
cielos" (Mt 5, 16).
Esta noche el Papa, juntamente con
vosotros, jóvenes de los diversos continentes, reafirma la fe que sostiene la
vida de la Iglesia: Cristo es la luz de los pueblos; él ha muerto y resucitado
para devolver a los hombres, que caminan en la historia, la esperanza de la
eternidad. Su Evangelio no menoscaba lo humano: todo valor auténtico, en
cualquier cultura donde se manifieste, es acogido y asumido por Cristo. El
cristiano, consciente de ello, no puede por menos de sentir vibrar en su
interior el arrojo y la responsabilidad de convertirse en testigo de la luz del
Evangelio.
Precisamente por eso, os digo esta noche:
haced que resplandezca la luz de Cristo en vuestra vida. No esperéis a tener
más años para aventuraros por la senda de la santidad. La santidad es siempre
joven, como es eterna la juventud de Dios.
Comunicad a todos la belleza del encuentro
con Dios, que da sentido a vuestra vida. Que nadie os gane en la búsqueda de la
justicia, en la promoción de la paz, en el compromiso de fraternidad y
solidaridad.
¡Cuán hermoso es el canto que ha resonado
en estos días: "Luz del mundo, sal de la tierra. Sed para el mundo el
rostro del amor. Sed para la tierra el reflejo de su luz"
Es el don más hermoso y valioso que podéis
hacer a la Iglesia y al mundo. El Papa os acompaña, como sabéis, con su oración
y con una afectuosa bendición.
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