Los
caminos marianos me traen esta tarde a Zaragoza. En su viaje apostólico por
tierras españolas, el Papa se hace hoy peregrino a las riberas del Ebro. A la
ciudad mariana de España. Al santuario de Nuestra Señora del Pilar.
[…] Un
aspecto característico de la evangelización en España, es su profunda
vinculación a la figura de María. Por medio de Ella, a través de muy diversas
formas de piedad, ha llegado a muchos cristianos la luz de la fe en Cristo,
Hijo de Dios y de María. ¡Y cuántos cristianos viven hoy también su comunión de
fe eclesial sostenidos por la devoción a María, hecha así columna de esa fe y
guía segura hacia la salvación! Esa herencia de fe mariana de tantas
generaciones, ha de convertirse no sólo en recuerdo de un pasado, sino en punto
de partida hacia Dios.
El
amor mariano ha sido en vuestra historia fermento de catolicidad. Impulsó a las
gentes de España a una devoción firme y a la defensa intrépida de las grandezas
de María, sobre todo en su Inmaculada Concepción. En ello porfiaban el pueblo,
los gremios, cofradías y claustros universitarios, como los de esta ciudad, de
Barcelona, Alcalá, Salamanca, Granada, Baeza, Toledo, Santiago y otros. Y es lo
que impulsó además a trasplantar la devoción mariana al Nuevo Mundo descubierto
por España, que de ella sabe haberla recibido y que tan viva la mantiene. Tal
hecho suscita aquí, en el Pilar, ecos de comunión profunda ante la Patrona de
la Hispanidad. Me complace recordarlo hoy, a diez años de distancia del V
centenario del descubrimiento y evangelización de América. Una cita a la que la
Iglesia no puede faltar.
[…] No
faltan investigadores que creen poder sostener que la más popular de las
oraciones a María —después del “Ave María”— se compuso en España y que su autor
sería el obispo de Compostela, San Pedro de Mezonzo, a finales del siglo X; me
refiero a la “Salve”. Esta oración culmina en la petición “Muéstranos a Jesús”.
Es lo que María realiza constantemente, como queda plasmado en el gesto de
tantas imágenes de la Virgen, esparcidas por las ciudades y pueblos de España.
Ella, con su Hijo en brazos, como aquí en el Pilar, nos lo muestra sin cesar
como “el camino, la verdad y la vida”. A veces, con el Hijo muerto sobre sus
rodillas, nos recuerda el valor infinito de la sangre del Cordero que ha sido
derramada por nuestra salvación. En otras ocasiones, su imagen, al inclinarse
hacia los hombres, acerca a su Hijo a nosotros y nos hace sentir la cercanía de
quien es revelación radical de la misericordia, manifestándose así, Ella misma,
como Madre de la misericordia.
[…] Doy
fervientes gracias a Dios por la presencia singular de María en esta tierra
española donde tantos frutos ha producido. Y quiero finalmente encomendarte,
Virgen Santísima del Pilar, España entera, todos y cada uno de sus hijos y
pueblos, la Iglesia en España, así como también los hijos de todas las naciones
hispánicas.
¡Dios
te salve María,
Madre
de Cristo y de la Iglesia!
¡Dios
te salve, vida, dulzura y esperanza nuestra!
A
tus cuidados confío esta tarde las necesidades de todas las familias de España
y del mundo entero, las alegrías de los niños, la ilusión de los jóvenes, los
desvelos de los adultos, el dolor de los enfermos y el sereno de los ancianos.
Te
encomiendo la fidelidad y abnegación de los ministros de tu Hijo, la esperanza
de quienes se preparan para ese ministerio, la gozosa entrega de las vírgenes
del claustro, la oración y solicitud de los religiosos y religiosas, la vida y
empeño de cuantos trabajan por el Reino de Cristo.
En
tus manos pongo la fatiga y el sudor de quienes trabajan con las suyas; la
noble dedicación de los que transmiten su saber y el esfuerzo de los que
aprenden; la hermosa vocación de quienes con su ciencia y servicio alivian el
dolor ajeno; la tarea de quienes con su inteligencia buscan la verdad.
En
tu corazón dejo los anhelos de quienes, mediante los quehaceres económicos,
procuran honradamente la prosperidad de sus hermanos; de quienes, al servicio
de la verdad, informan y forman rectamente la opinión pública; de cuantos, en
la política, en la milicia, en las labores sindicales o en el servicio del
orden ciudadano, prestan su colaboración honesta en favor de una justa,
pacífica y segura convivencia.
Virgen
Santa del Pilar:
Aumenta
nuestra fe,
consolida
nuestra esperanza,
aviva
nuestra caridad.
Socorre
a los que padecen desgracias,
a
los que sufren soledad, ignorancia,
hambre
o falta de trabajo.
Fortalece
a los débiles en la fe.
Protege
a España y al mundo entero,
a
sus hombres y mujeres.
Y
asiste maternalmente, oh María, a cuantos te invocan como Patrona de la
Hispanidad.
Así
sea.
San
Juan Pablo II
Zaragoza
- 1982
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