domingo, 19 de febrero de 2012

El amigo judío de Juan Pablo II

Hay ocasiones en las que sí que es necesario abrir el libro de la Historia para buscar los párrafos mal escritos y volver a elaborarlos. Lo hizo Juan Pablo II y no sólo con aquel reconocimiento conmovedor en el Jubileo del año 2000, cuando apoyado con la frente en los pies de un judío torturado pidió perdón, en nombre de todos los cristianos, por el daño provocado por nuestros pecados, especialmente por aquellos cometidos al socaire de nuestro título de “poseedores de la fe verdadera”.

Ya de seminarista, cuando en Varsovia existía un ghetto mortal para los hijos de Abraham, y no eran pocos los católicos que delataban a los judíos que no llevaban la estrella de David cosida a la ropa, o a aquellos que se escondían como conejos en madriguera, achacándoles todos los males de la sufrida Polonia, Wojtyla no podía borrar de sus recuerdos a aquel amigo de la niñez, Jerzy Kluger, junto al que creció con la naturalidad de saber que compartían una vastísima raíz común que se hunde en la memoria de los tiempos, en ese mítico monte en el que Yahvé premió la obediencia de un anciano con la generación de un pueblo nuevo, doce tribus escogidas a las que debemos, entre otras cosas, la fidelidad con la que nos ha llegado la Sagrada Escritura.

Jerzy Kluger, el judío polaco que fue amigo de toda la vida del extinto papa Juan Pablo II, y quien perdió parte de su familia en los campos de concentración nazis, murió a los 90 años de edad en una clínica de Roma.

Kluger, quien era un año menor que Juan Pablo II -fallecido en 2005-  era uno de los últimos amigos vivientes de la niñez del extinto pontífice. Kluger tenía cinco años cuando conoció a Karol Wojtyla, quien se ordenaría sacerdote dos décadas después en su patria, predominantemente católica, y después cardenal de Cracovia. Wojtyla fue elegido Papa en 1978 y se convirtió en el primer pontífice oriundo de Polonia.

Ambos jugaban fútbol, compartían la banca en la escuela y vivían en casas separadas una de la otra por una plaza en Wadowice. Kluger tenía el mote de "Jureck" y el futuro Papa "Lolek". Kluger recordaba las travesías audaces de natación que hacía de joven con Wojtyla en las temporadas de calor en el río Skawa. En el invierno, ambos solían escalar hasta la cima de una montaña local para descender con esquíes.

Cuando falleció Juan Pablo II, Kluger dijo que el extinto Papa siempre tuvo una pasión personal por la justicia social.

Los esfuerzos que emprendió Juan Pablo II para la mejora de las relaciones entre el Vaticano y los judíos, incluida una histórica visita a la principal sinagoga de Roma, constituyen un hito de su legado papal.

Que Yahvé lo tenga en el seno de Abraham.
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