¿Por qué Juan Pablo II atrajo a tantos jóvenes a pesar de
que el mensaje cristiano es exigente, sobre todo en materia sexual? A nadie le
ha sido velado que ese mensaje siempre ha sido riguroso, como tampoco se le ha
ocultado que también es fuente de alegría. Es duro vivirlo no sólo en el campo
sexual sino en todas las realidades de la vida. Nada auténtico, coherente y
duradero se construye sin dificultad. Juan Pablo II lo sabía y por eso presentó
a los jóvenes el camino cristiano desde la óptica del amor de Dios; un amor que
es buscar el bien y la vida para sí mismo y para los demás.
Los jóvenes fueron sensibles a ese lenguaje y a la
persona de Juan Pablo II. Les habló de la vida allí donde no escuchaban otra
cosa que muerte, droga y suicidio; de fracasos en el campo afectivos con el
divorcio, las relaciones precoces y demás plagas sociales. El Papa de la
sonrisa siempre nueva tuvo fe en ellos y a la vez les regaló fe en la vida. Les
dijo que era posible vivir y triunfar en ella y les explicó incluso cómo
hacerlo.
Si las generaciones precedentes no les ofrecieron
convicciones firmes ni les enseñaron a vivir con un bagaje de valores que no
fueran los del consumo, ¿qué iban a hacer los jóvenes? Se dirigieron, en
ejemplar actitud de apertura, a los mayores, a los ancianos, para obtener lo
que no tenían. Juan Pablo II fue el punto de referencia, el enlace con la
historia y la memoria cultural y religiosa. Los jóvenes percibieron en él
palabras auténticas, se sintieron respetados, valorizados y tomados en serio:
«él sí tiene fe en nosotros», decían.
El Papa polaco tuvo confianza en ellos y muestra de esto
fue el espectáculo de fe que ofreció al mundo con esa dimensión hasta entonces
desconocida de «click» religioso-juvenil: las Jornadas Mundiales de la Juventud
(JMJ).
Cada una fue una etapa histórica para los jóvenes participantes.
A partir de las jornadas mundiales ya no se pudo hablar del mismo modo de
religión. La inteligencia de la fe se nutrió en las almas de los asistentes que
fueron irradiando ese fuego al regresar a sus lugares de origen.
El hecho religioso es un hecho social y permanece
inscrito en el ritmo del calendario. A la privatización de la vida religiosa,
los jóvenes, impulsados por la confianza del «Papa amigo», respondieron con un
no contundente. Percibieron, en la fuerza y nobleza de las palabras del «Papa
siempre joven», que la vida espiritual es una exigencia humana que el poder
público debe reconocer, respetar y honrar porque califica a cada ser humano y
constituye uno de los componentes esenciales de la realidad cotidiana.
No fue raro, aunque no deje de maravillar, que en la
víspera de la muerte del «Papa Magno», se agolparan las multitudes de rostros
lozanos y almas renovadas por la escucha de la palabra de Dios transmitida por
aquel hombre venido de una tierra golpeada por el látigo del comunismo. «La
humanidad tiene necesidad imperiosa del testimonio de jóvenes libres y
valientes que se atrevan a caminar contra corriente y a proclamar con fuerza y
entusiasmo la propia fe en Dios, Señor y Salvador», había escrito el Santo
Padre en su mensaje para la jornada mundial de la juventud 2003.
Fuente: Catholic.net
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