Hemos dicho anteriormente que el principio de la moral
conyugal, que la Iglesia enseña (Concilio Vaticano II, Pablo VI), es el
criterio de la fidelidad al plan divino. De acuerdo con este principio, la
Encíclica "Humanæ vitæ"
distingue rigurosamente entre lo que constituye el modo moralmente ilícito de
la regulación de los nacimientos o, con mayor precisión, de la regulación de la
fertilidad, y el moralmente recto.
En primer lugar, es moralmente ilícita "la
interrupción directa del proceso generador ya iniciado"
("aborto") (Humanæ vitæ 14),
la "esterilización directa" y "toda acción que, o en previsión
del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias
naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la
procreación" (Humanæ vitæ, 14),
por tanto todos los medios contraceptivos. Es por el contrario moralmente
lícito, "el recurso a los períodos infecundos" (Humanæ vitæ, 16)
Suponiendo que las razones para decidir no procrear sean
moralmente rectas, queda el problema moral del modo de actuar en tal caso, y
esto se expresa en un acto que -según la doctrina de la Iglesia transmitida en
la Encíclica- posee su intrínseca calificación moral positiva o negativa. La
primera, positiva, corresponde a la "natural" regulación de la
fertilidad; la segunda, negativa, corresponde a la "contracepción
artificial".
Toda la argumentación precedente se resume en la
exposición de la doctrina contenida en la "Humanæ
vitæ", advirtiendo en ella el carácter normativo y al mismo tiempo
pastoral. En la dimensión normativa se trata de precisar y aclarar los
principios morales del actuar; en la dimensión pastoral se trata sobre todo de
ilustrar la posibilidad de actuar según estos principios ("posibilidad de
la observancia de la ley divina", Humanæ
vitæ 20).
Debemos detenernos en la interpretación del contenido en
la Encíclica. A tal fin es necesario ver ese contenido, ese conjunto
normativo-pastoral a la luz de la teología del cuerpo, tal como emerge del
análisis de los textos bíblicos. La teología del cuerpo no es tanto una teoría,
cuanto más bien una específica, evangélica, cristiana pedagogía del cuerpo.
Esto se deriva del carácter de la Biblia, y sobre todo del Evangelio que, como
mensaje salvífico, revela lo que es verdadero bien del hombre, a fin de modelar
-a medida de este bien- la vida en la tierra, en la perspectiva de la esperanza
del mundo futuro.
La Encíclica "Humanæ
vitæ", siguiendo esta línea, responde a la cuestión sobre el verdadero
bien del hombre como persona, en cuanto varón y mujer; sobre lo que corresponde
a la dignidad del hombre y de la mujer, cuando se trata del importante problema
de la transmisión de la vida en la convivencia conyugal. A este problema dedicaremos ulteriores reflexiones.
San Juan Pablo II
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