Al hablar de San José y de la Casa de Nazaret, el
pensamiento se dirige espontáneamente a Aquella que, en esa Casa, fue durante
años la esposa afectuosa y madre tiernísima, ejemplo incomparable de serena
fortaleza y de confiado abandono. ¿Cómo no desear que la Virgen Santa entre
también en nuestras casas, obteniendo con la fuerza de su intercesión materna,
como dije en la Exhortación Apostólica "Familiaris consortio", que
"cada familia cristiana pueda llegar a ser verdaderamente una 'pequeña
Iglesia', en la que se refleje y reviva el misterio de la Iglesia de
Cristo"? (n. 86)"
Para que esto suceda, es necesario que florezca
nuevamente en las familias la devoción a María Santísima, especialmente
mediante el rezo del Santo Rosario. El mes de mayo, puede ser la ocasión
oportuna para reanudar esta hermosa práctica que tantos frutos de compromiso
generoso y de consuelo espiritual ha dado a las generaciones cristianas,
durante siglos.
Que el Rosario vuelva a las manos de los cristianos y
se intensifique, con su ayuda, el diálogo entre la tierra y el Cielo, que es
garantía de que persevere el diálogo entre los hombres mismos, hermanados bajo
la mirada amorosa de la Madre común.
San Juan Pablo II
1 de mayo de 1982
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