En su última celebración del Corpus Domini que presidió
en 2004, el Papa ya no podía andar, de forma que hubo que fijar su silla a la
plataforma del vehículo dispuesto para la procesión. Delante de él, sobre el
reclinatorio, se exhibía el ostensorio con el Santísimo Sacramento.
Poco después de la partida, Juan Pablo II se dirigió a
uno de los maestros de ceremonias y le preguntó si podía arrodillarse. Con
delicadeza, éste le explicó que era demasiado arriesgado, dado que el recorrido
era bastante accidentado y eso menguaba la estabilidad del vehículo. Pasados
unos minutos el Papa repitió:
- Quiero arrodillarme.
Le respondieron que esperase a que el trayecto fuese
mejor. Unos instantes después exclamó resuelto, casi gritando:
- ¡Ahí está Jesús! ¡Por favor!
Dado que no era
posible contradecirlo, los dos maestros de ceremonias lo ayudaron a
arrodillarse en el reclinatorio. Como no lograba sostenerse con las piernas, el
Papa intentó sujetarse aferrándose al borde de aquel, pero, casi de inmediato,
tuvieron que sentarlo de nuevo en la silla. Pese a que el cuerpo ya no le
respondía, su firmeza y entereza de ánimo seguía intacta.
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