María es la Virgen Madre de Dios y de los hombres, no
sólo es un modelo que se debe imitar, sino también una dulce presencia de Madre
y Hermana en la que se puede confiar.
María es la Virgen que escucha: escucha con toda la
profundidad de su naturaleza humana. Ella, la “llena de gracia”, también es
capaz de comprender a fondo y acoger con docilidad la palabra del mensaje
divino.
María es la Virgen que pregunta: pregunta para poder
comprender y acoger la Palabra de Dios en toda su plenitud. Pregunta para hacer
de lo que escucha la verdad de su vocación, para que se convierta en su
elección en el momento presente y para el resto de su vida.
María pregunta porque es humilde: se encontró de repente
ante la infinita majestad del Altísimo, el tres veces Santo, y por ello
pregunta, para conocer hasta el fondo la voluntad de Dios, deseando de ese modo
entenderse a sí misma en la palabra que le dirige el mensajero divino.
María es obediente: “He aquí la esclava del Señor; hágase
en mí según tu palabra”. “¡Feliz la que ha creído!” Mediante la obediencia de
la fe, una oculta y desconocida Virgen de Nazaret acepta totalmente el plan
salvífico y comienza así a preceder a cuantos emprendiendo el mismo camino de
fe, se convierten, en Cristo, en hijos adoptivos del Padre.
María es el ejemplo de ese culto espiritual, que consiste
en hacer de la propia vida una ofrenda al Señor. Su fiat, aceptando la
realización de la Encarnación, fue luego permanente y definitivo en su vida;
por lo mismo, nos manifiesta una actitud ejemplar para todos los seguidores de
Jesús, que se precian de adorar al Padre en espíritu y en verdad (cf. Jn 4,
24). Cuando saludamos a María como la “llena de gracia” (cf Lv 1, 28), debe
brotar en nuestros corazones el deseo eficaz de vernos adornados y enriquecidos
con el tesoro de la gracia y de la amistad divinas. Como María llevó en su seno
al Salvador, así también nosotros debemos llevarlo espiritualmente en nuestro
corazón.
María es la Mujer del silencio y de la oración, invocada
como Madre de la misericordia, Madre de la esperanza y de la gracia.
María es la Todo Hermosa, a la que el Altísimo revistió
con su poder; Tú eres la Toda Santa, a la que Dios preparó como su intacta
morada de gloria.
Beato Juan Pablo II
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