María, figura de la Iglesia, Esposa sin
arruga y sin mancha, que imitándote «conserva virginalmente la fe íntegra, la
esperanza firme y el amor sincero»
sostiene a las personas consagradas en el deseo de llegar a la eterna y
única Bienaventuranza.
Las encomendamos a Ti, Virgen de la
Visitación, para que sepan acudir a las necesidades humanas con el fin de
socorrerlas, pero sobre todo para que lleven a Jesús. Enséñales a proclamar las
maravillas que el Señor hace en el mundo, para que todos los pueblos ensalcen
su nombre. Sostenlas en sus obras en favor de los pobres, de los hambrientos,
de los que no tienen esperanza, de los últimos y de todos aquellos que buscan a
Tu Hijo con sincero corazón.
A Ti, Madre, que deseas la renovación
espiritual y apostólica de tus hijos e hijas en la respuesta de amor y de
entrega total a Cristo, elevamos confiados nuestra súplica. Tú que has hecho la
Voluntad del Padre, disponible en la obediencia, intrépida en la pobreza y
acogedora en la virginidad fecunda, alcanza de Tu Divino Hijo, que cuantos han
recibido el don de seguirlo en la vida consagrada, sepan testimoniarlo con una
existencia transfigurada, caminando gozosamente, junto con todos los otros
hermanos y hermanas, hacia la Patria Celestial y la Luz que no tiene ocaso.
Beato Juan Pablo II
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