Por: JUAN GOSSAÍN - 19 de Febrero del 2013
Han corrido ríos de tinta, cataratas de palabras y
océanos de imágenes desde el día en que el papa Benedicto anunció su retiro. La
prensa y las redes sociales del mundo entero coinciden al afirmar que la curia
vaticana y la burocracia eclesiástica le hicieron la vida imposible.
"El problema se inició hace diez años", me dice
de entrada el profesor Guillermo León Escobar, uno de los escasos colombianos
que conocieron bien a los dos papas más recientes. Por siete años fue embajador
de Colombia en la Santa Sede, desde hace quince años es catedrático de ciencia
política en la legendaria Universidad Gregoriana de Roma (donde estudian los
sacerdotes que habrán de convertirse en obispos) y en los últimos cinco años ha
ejercido como consultor del Pontificio Colegio de laicos, por nombramiento que
le hizo el propio Benedicto, con quien se reunía una vez al mes hasta cuando
presentó su renuncia.
Vidas paralelas
Ya que los conoció a ambos y trabajó con ellos, los
sucesos que está relatando me llevan a preguntarle al profesor Escobar cómo
podría hacerse un paralelo entre los dos últimos papas. ¿Qué era en realidad lo
que los distanciaba? ¿Había algo que los acercara?
"Eran muy distintos, pero eran cara y sello de una
misma moneda. Juan Pablo era un genio de la comunicación, lo que hoy se
llamaría un genio mediático, que cautivaba de inmediato a la prensa y las
masas. Nadie aceptó nunca un debate público con él porque sabían de antemano
que era una causa perdida. Benedicto, en cambio, es negado para la prensa, es
un hombre de debate, de profundidades académicas, que discute a diario con
medio mundo.
Juan Pablo era un santo; Benedicto es un intelectual. Por
eso, ahora que se va le deja de herencia a la Iglesia, como si él fuera una
versión moderna de santo Tomás de Aquino, la nueva Summa Teológica para el
tercer milenio".
Cuando llegó al pontificado, Juan Pablo II descubrió de
inmediato que la Iglesia católica, como institución, atravesaba por un grave
problema de imagen. "Se fue en peregrinación a recorrer el mundo entero.
Benedicto, por su parte, comprendió que el asunto principal de su papado era la
profundización de la doctrina. Juan Pablo vivía a gusto rodeado de gente.
Benedicto era un papa solitario".
Ahora sí entiendo la diferencia: Juan Pablo era un hombre
sencillo y elemental, de la estirpe de san Pedro, un humilde pescador de
Galilea. Benedicto es un pensador de cultura exquisita, como san Pablo, a quien
tanto admira. ("¿Cómo se explica usted", pregunta Escobar, "que
un alemán, un alemán, por Dios, pueda hablar el italiano con esa dulzura suya,
que se ha vuelto tan famosa? Es la cultura, naturalmente". Tiene razón:
los alemanes siempre hablan como si lo estuvieran regañando a uno. Salvo el
papa).
Las dos orillas del Evangelio
En promedio, Guillermo León Escobar permanece ocho meses
al año en Roma. Pero en este momento está disfrutando de un año sabático en
Colombia, dedicado a ordenar su casa de Bogotá, organizar su biblioteca y
visitar a los amigos que había perdido de vista. Por eso puedo conversar con él
a pierna suelta. Le pregunto qué tan profundas llegaron a ser aquellas
divergencias entre Juan Pablo II y el entonces cardenal Ratzinger.
"Siempre las hubo. Recuerdo lo que pasó una noche en
que Ratzinger salía de una reunión con el papa en la casa de campo de
Castelgandolfo. Un sacerdote latinoamericano que también estaba allí se lo
quedó mirando, perplejo, porque para nosotros cualquier discrepancia es pelea,
y le dijo: '¿Usted por aquí, cardenal? ¿Ustedes dos no son enemigos? Con la
misma voz suave y afectuosa que ha tenido toda la vida, le contestó: 'No, no
somos enemigos. Somos las dos orillas de un mismo río, la una frente a la otra.
Lo que nos une, ese río que pasa por la mitad de nosotros, es el Evangelio'
".
Eran hombres superiores, qué duda cabe, y por eso los dos
sabían que sus criterios dispares no eran excluyentes, sino complementarios. La
verdad completa, al fin y al cabo, se construye con pedazos de verdad que
aportan los que piensan distinto a uno, no los que piensan igual.
Las alas del mismo pájaro
Lo sabían tan claramente, y se respetaban tanto en medio
de sus diferencias de criterio, "que un día Juan Pablo le pidió a
Ratzinger que escribieran a cuatro manos la célebre encíclica Fe y razón. Vea
usted: el papa escribió la parte de la fe y el cardenal la parte de la razón.
Eso define a la perfección lo que era cada uno".
Los desacuerdos entre los dos hombres llegaron a ser tan
célebres, que por aquellos mismos días alguien le preguntó a Ratzinger cómo
había sido posible que hubiera escrito con Juan Pablo el texto de la encíclica.
No volvió a repetir la metáfora de las dos orillas de un mismo río, "pero
le respondió con otra belleza. 'Si usted observa un pájaro detenidamente' -le
dijo- descubrirá que nunca mueve un ala primero y la otra después, porque
podría caerse. Para poder volar mueve las dos alas al mismo tiempo. La Iglesia
es el pájaro. Juan Pablo y yo somos sus dos alas. Nos movemos juntos para que
siga volando. Él es la fe y yo soy la razón' ".
El profesor Escobar guarda un instante de silencio que no
me atrevo a romper. Está luchando con la nostalgia de sus mejores recuerdos.
Mira por el balcón a un par de alcatraces que vuelan sobre el mar de Cartagena.
Mueven ambas alas al tiempo. Entonces se vuelve hacia mí, y exclama: "Cuando
los conoces a ambos, Juan Pablo te deslumbra el alma y Benedicto te estremece
el cerebro".
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