"...Ustedes,
en cambio, son una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un
pueblo adquirido para anunciar las maravillas de Aquel que los llamó de las
tinieblas a su admirable luz; ustedes, que antes no eran un pueblo, ahora son
el Pueblo de Dios; ustedes que antes no habían obtenido misericordia, ahora la
han alcanzado..." (1ra. carta de
San Pedro, capítulo 2, versículos 9-10)
"...El Concilio saca principalmente de la primera
Carta de Pedro su enseñanza sobre el Pueblo de Dios de la Nueva Alianza,
heredero de la Antigua Alianza. «Quienes creen en Cristo, renacidos no de un
germen corruptible, sino de uno incorruptible, mediante la Palabra de Dios vivo
(cf. 1 P 1, 23), no de la carne, sino del agua y del Espíritu Santo (cf. Jn 3,
5-6), pasan, finalmente, a constituir un linaje escogido, sacerdocio regio,
nación santa, pueblo de adquisición (...), que en un tiempo no era pueblo y
ahora es Pueblo de Dios» (Lumen gentium, 9). Como se ve, esta doctrina
conciliar subraya, con San Pedro, la continuidad del Pueblo de Dios con el de
la Antigua Alianza, pero destaca asimismo la novedad, en cierto sentido
absoluta, del nuevo pueblo instituido en virtud de la Redención de Cristo,
salvado (=adquirido) por la Sangre del Cordero."
"El Concilio describe la novedad de «este pueblo
mesiánico» que «tiene por cabeza a Cristo, que "fue entregado por nuestros
pecado y resucitó para nuestra salvación" (Rm 4, 25) (...). La condición
de este pueblo es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos
corazones habita el Espíritu Santo como en un templo. Tiene por ley el nuevo
mandato de amar como el mismo Cristo nos amó a nosotros (cf. Jn 13, 34). Y
tiene en último lugar, como fin, el dilatar más y más el reino de Dios, incoado
por el mismo Dios en la tierra, hasta que al final de los tiempos él mismo
también lo consume, cuando se manifieste Cristo, vida nuestra (cf. Col 3, 4), y
"la misma criatura sea libertada de la servidumbre de la corrupción para
participar en la libertad de los hijos de Dios" (Rm 8, 21)» (Lumen
gentium, 9)."
"Se trata de la descripción de la Iglesia como
Pueblo de Dios de la Nueva Alianza (cf. Lumen gentium, 9), núcleo central de la
humanidad nueva llamada en su totalidad a formar parte del nuevo pueblo. En
efecto, el Concilio añade que «el pueblo mesiánico (...) aunque no incluya a
todos los hombres actualmente y con frecuencia parezca una grey pequeña, es,
sin embargo, para todo el género humano, un germen segurísimo de unidad, de
esperanza y de salvación. Cristo, que lo instituyó para ser comunión de vida,
de caridad y de verdad, se sirve también de Él como de instrumento de la
redención universal y lo envía a todo el universo como luz del mundo y sal de
la tierra (cf. Mt 5, 13-16)» (Lumen gentium, 9)..."
Beato Juan Pablo II
Audiencia 6 de noviembre de 1991
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