¡Oh
Virgen naciente, esperanza y aurora de salvación para todo el mundo, vuelve
benigna tu mirada materna hacia todos nosotros, reunidos aquí para celebrar y
proclamar tus glorias!
¡Oh
Virgen fiel, que siempre estuviste dispuesta y fuiste solícita para acoger,
conservar y meditar la Palabra de Dios, haz que también nosotros, en medio de
las dramáticas vicisitudes de la historia, sepamos mantener siempre intacta
nuestra fe cristiana, tesoro precioso que nos han transmitido nuestros padres!
¡Oh
Virgen potente, que con tu pie aplastaste la cabeza de la serpiente tentadora,
haz que cumplamos, día tras día, nuestras promesas bautismales, con las cuales
hemos renunciado a satanás, a sus obras y a sus seducciones, y que sepamos dar
en el mundo un testimonio alegre de esperanza cristiana!
¡Oh
Virgen clemente, que abriste siempre tu Corazón materno a las invocaciones de
la humanidad, a veces dividida por el desamor y también, desgraciadamente, por
el odio y por la guerra, haz que sepamos siempre crecer todos, según la
enseñanza de tu Hijo, en la unidad y en la paz, para ser dignos hijos del único
Padre celestial! Amén.
San
Juan Pablo II
8
de Setiembre de 1980
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