domingo, 15 de junio de 2025
De San Juan Pablo II a la Santísima Trinidad
¡Gloria y alabanza a ti, Santísima Trinidad, único y
eterno Dios!
domingo, 8 de junio de 2025
San Juan Pablo II y Pentecostés
En los últimos días de su
vida terrena, Jesús prometió a sus discípulos el don del Espíritu Santo como su
verdadera herencia, continuación de su misma presencia. Pentecostés, descrito
por los Hechos de los Apóstoles, es el acontecimiento que hace evidente y
público, cincuenta días después, este don que Jesús hizo a los suyos la tarde
misma del día de Pascua.
La Iglesia de Cristo está
siempre, por decirlo así, en estado de Pentecostés. Siempre reunida en el
Cenáculo para orar, está, al mismo tiempo, bajo el viento impetuoso del
Espíritu, siempre en camino para anunciar. La Iglesia se mantiene perennemente
joven y viva, una, santa, católica y apostólica, porque el Espíritu desciende
continuamente sobre ella para recordarle todo lo que su Señor le dijo, y para
guiarla a la verdad plena.
Al mirar a María y a José,
que presentan al Niño en el templo o que van en peregrinación a Jerusalén, los
padres cristianos pueden reconocerse mientras participan con sus hijos en la
Eucaristía dominical o se reúnen en sus hogares para rezar. A este propósito,
me complace recordar el programa que, hace años, vuestros obispos propusieron
desde Nin: "La familia católica
croata reza todos los días y el domingo celebra la Eucaristía". Para que
esto pueda suceder, es de fundamental importancia el respeto del carácter
sagrado del día festivo, que permite a los miembros de la familia reunirse y
juntos dar a Dios el culto debido.
La familia requiere hoy una
atención privilegiada y medidas concretas que favorezcan y tutelen su
constitución, desarrollo y estabilidad. Pienso en los graves problemas de la
vivienda y del empleo, entre otros. No hay que olvidar que, ayudando a la
familia, se contribuye también a la solución de otros graves problemas, como
por ejemplo la asistencia a los enfermos y a los ancianos, el freno a la
difusión de la criminalidad, y un remedio contra la droga.
La sociedad actual está
dramáticamente fragmentada y dividida. Precisamente por eso, está tan
profundamente insatisfecha. Pero el cristiano no se resigna al cansancio y a la
inercia. Sed el pueblo de la esperanza. Sed un pueblo que reza: "Ven,
Espíritu, desde los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos para que
revivan" (Ez 37, 9). Sed un pueblo que cree en las palabras que nos dijo
Dios y que se realizaron en Cristo: "Infundiré mi espíritu en vosotros y
viviréis; os estableceré en vuestro suelo, y sabréis que yo, el Señor, lo digo
y lo hago" (Ez 37, 14).
Cristo desea que todos sean
uno en él, para que en todos esté la plenitud de su alegría. También hoy
expresa este deseo para la Iglesia que somos nosotros. Por eso, juntamente con
el Padre, envió al Espíritu Santo. El Espíritu actúa de forma incansable para
superar toda dispersión y sanar toda herida.
San Pablo nos ha recordado
que "el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad,
bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí" (Ga 5, 22-23). El Papa
invoca estos dones para todos los que participáis en esta celebración y que
aquí renováis vuestro compromiso de dar testimonio de Cristo y de su Evangelio.
"¡Ven, Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu
amor!" (Aleluya). ¡Ven, Espíritu Santo! Amén.
San Juan Pablo II
Santa Misa para las familias en Rijeka,
Croacia
Domingo de Pentecostés, 8 de junio de
2003
domingo, 1 de junio de 2025
La Ascensión del Señor
"Dios asciende entre aclamaciones" (Antífona del Salmo
responsorial). Estas palabras de la liturgia de hoy nos introducen en la
solemnidad de la Ascensión del Señor. Revivimos el momento en que Cristo, cumplida
su misión terrena, vuelve al Padre. Esta fiesta constituye el coronamiento de
la glorificación de Cristo, realizada en la Pascua. Representa también la
preparación inmediata para el don del Espíritu Santo, que sucederá en
Pentecostés. Por tanto, no hay que considerar la Ascensión del Señor como un
episodio aislado, sino como parte integrante del único misterio pascual.
En realidad, Jesús resucitado no deja
definitivamente a sus discípulos; más bien, empieza un nuevo tipo de relación
con ellos. Aunque desde el punto de vista físico y terreno ya no está presente
como antes, en realidad su presencia invisible se intensifica, alcanzando una
profundidad y una extensión absolutamente nuevas. Gracias a la acción del
Espíritu Santo prometido, Jesús estará presente donde enseñó a los discípulos a
reconocerlo: en la palabra del Evangelio, en los sacramentos y en la Iglesia,
comunidad de cuantos creerán en él, llamada a cumplir una incesante misión
evangelizadora a lo largo de los siglos.
La liturgia nos exhorta hoy a mirar al cielo, como
hicieron los Apóstoles en el momento de la Ascensión, pero para ser los
testigos creíbles del Resucitado en la tierra (cf. Hch 1, 11), colaborando con
él en el crecimiento del reino de Dios en medio de los hombres. Nos invita, además,
a meditar en el mandato que Jesús dio a los discípulos antes de subir al cielo:
predicar a todas las naciones la conversión y el perdón de los pecados (cf. Lc
24, 47).
Todos los miembros del Cuerpo místico de Cristo
están llamados a dar su contribución a vuestra acción de compromiso apostólico
y de renovación eclesial. Pienso de modo especial en vosotros, amadísimos
jóvenes… Con la misma alegría id al encuentro de vuestros coetáneos, y sed
acogedores y abiertos con ellos. Además, también podéis hacer mucho por los
ancianos. Es sabido que entre jóvenes y ancianos se crea a menudo un vínculo
que puede resultar para vosotros un óptimo camino de profundización de la fe, a
la luz de su experiencia. Asimismo, podéis comunicar a los ancianos el
entusiasmo típico de vuestra edad, para que vivan mejor el otoño de su
existencia. De este modo se realiza un útil intercambio de dones en beneficio
de toda la comunidad. Que la comprensión y la cooperación recíprocas entre
todos sean el estilo permanente de vuestra vida familiar y parroquial.
"Yo os enviaré lo que mi Padre ha
prometido" (Lc 24, 49). Jesús habla aquí de su Espíritu, el Espíritu Santo.
También nosotros, al igual que los discípulos, nos disponemos a recibir este
don en la solemnidad de Pentecostés. Sólo la misteriosa acción del Espíritu
puede hacernos nuevas criaturas; sólo su fuerza misteriosa nos permite anunciar
las maravillas de Dios. Por tanto, no tengamos miedo; no nos encerremos en
nosotros mismos. Por el contrario, con pronta disponibilidad colaboremos con
él, para que la salvación que Dios ofrece en Cristo a todo hombre lleve a la
humanidad entera al Padre.
Permanezcamos en espera de la venida del Paráclito,
como los discípulos en el Cenáculo, juntamente con María. Que ella, como Reina
de nuestro corazón, haga de todos los creyentes una familia unida en el amor y
en la paz.
San Juan Pablo II
Festividad de la Ascensión del Señor 2001
Imagen tomada de Google
martes, 13 de mayo de 2025
San Juan Pablo II y la Virgen de Fátima, una historia de amor filial
Al recorrer el Pontificado
de Juan Pablo II, resulta evidente -y el mismo Santo Padre así lo ha indicado-
la presencia maternal de la Virgen de Fátima.
Esta historia de amor filial
comenzó el 13 de mayo de 1981. Juan Pablo II tenía poco más de dos años como
Pontífice y ese mismo día, salvó de morir en un atentado perpetrado por el
turco Alí Agca en la Plaza San Pedro.
"Cuando fui alcanzado
por la bala no me di cuenta en un primer momento que era el aniversario del día
en que la Virgen se apareció a tres niños en Fátima", reveló poco después
el Pontífice y agregó que fue su secretario personal quien lo notó después de
la operación en la que le extrajeron un proyectil del intestino.
Durante su convalecencia, el
Papa pidió que le entreguen un informe sobre las apariciones de Fátima, que
estudió en detalle hasta llegar a la conclusión que debía su vida a la amorosa
intercesión de la Virgen.
Un año después del atentado,
el 13 de mayo de 1982, Juan Pablo II viajó por primera vez a Fátima para
"agradecer a la Virgen su intervención para la salvación de mi vida y el
restablecimiento de mi salud".
En diciembre de 1983, el
Papa visitó en la cárcel al hombre que intentó matarlo. El mismo Alí Agca habló
de Fátima. "¿Por qué no murió? Yo sé que apunté el arma como debía y sé
que la bala era devastante y mortal. ¿Por qué entonces no murió? ¿Por qué todos
hablan de Fátima?"
Un año más tarde, Juan Pablo
II formalizó su devoción y agradecimiento a la Virgen donando al santuario de
Fátima la bala que le extrajeron, la misma que desde 1984 está engarzada en la
aureola de la corona de la imagen mariana que preside el santuario.
Asimismo, donó la faja
blanca que llevaba el día del atentado al santuario polaco de Jasna Gora, cuya
Virgen es venerada desde hace siglos por sus compatriotas como símbolo de la
unidad nacional.
En 1991 el Santo Padre
regresó al santuario, donde afirmó que "la Virgen me regaló otros diez
años de vida". En más de una ocasión ha señalado que considera todos sus
años de Pontificado posteriores al atentado como un regalo de la Divina
Providencia a través de la intercesión de la Virgen de Fátima.
El Papa también se ha
referido a los dos mensajes conocidos de la Virgen de Fátima y en su visita de
1982, Juan Pablo II consagró solemnemente el mundo entero al corazón inmaculado
de María, siguiendo una de las recomendaciones dadas por la Virgen a los
pastorcitos.
Tras un encuentro con la
hermana Lucía, la tercera vidente y única sobreviviente de Fátima, Juan Pablo
II repitió la consagración dos años más tarde, luego de escribir una carta a
los obispos de los cinco continentes para que se unieran a la celebración.
Sobre el tercer secreto no
revelado de Fátima se han hecho múltiples especulaciones. El Santo Padre,
conocedor del mismo, ha escrito al respecto que "Cristo triunfará a través
de Ella, porque quiere que las victorias de la Iglesia en el mundo
contemporáneo y en el futuro estén unidas a ella".
(Fuente: ACI)
domingo, 27 de abril de 2025
San Juan Pablo II, apóstol de la Divina Misericordia
1. Misericordia de vida
Karol Wojtyła vivió en tiempos muy difíciles. Los
años de la Segunda Guerra Mundial y del comunismo de post-guerra en Polonia,
como así también todos los años en los que llevó a cabo el ministerio de San
Pedro, le permitieron observar los problemas, tan distintos entre sí y tan
difíciles, de todo el mundo. De ahí que sus palabras sobre la misericordia no
fueron meramente teóricas, sino que provinieron de una persona que sabe lo que
es el sufrimiento, que experimentó el drama del pecado humano y el sufrimiento
humano. Consciente de las amenazas existentes, escribió en 1980: “Una exigencia
de no menor importancia, en estos tiempos críticos y nada fáciles, me impulsa a
descubrir una vez más en el mismo Cristo el rostro del Padre, que es «
misericordioso y Dios de todo consuelo” Dives in Misericordia, 1).
Ser misericordioso es llevar a Dios dentro del drama
humano. Incluso, si nosotros mismos no experimentamos grandes dificultades, no
hay necesidad de viajar muy lejos para conocer personas para las que la
misericordia es la única salvación.
2. Misericordia de paciencia
Inclusive antes de que Karol Wojtyła se convirtiera
en Papa, vino a vivir a Cracovia. Pudo observar, y luego acompañar, la devoción
a la Divina Misericordia que iba creciendo en torno de la misión de Sor
Faustina. Digna de elogio fue su actitud única ante la prohibición de este
culto que estuvo en vigor desde 1959 hasta 1978, prácticamente, todo lo que
duró su ministerio como obispo de Cracovia. Como obispo, y luego cardenal,
nunca criticó la decisión de la Santa Sede pero, dentro de los límites permitidos
por la ley intentó, junto con otros obispos polacos, distender la prohibición.
Ser misericordioso significa también saber esperar.
Ser capaz de entender a aquellos que aún no han recibido el don del
entendimiento. Confiar en Dios que es Él quien, finalmente, determina los
tiempos y los lugares de su obra.
3. Misericordia de palabra
San Juan Pablo II no habló mucho sobre la
misericordia. Sin embargo, después de dos años de su elección en la Santa Sede
escribió la primera encíclica dedicada a este misterio. 'Dives in
misericordia' se refiere, ya desde el título, a la Divina Misericordia. Es
necesario que todo el mundo que quiera, por lo menos, entender qué es la
misericordia lo lea. Además, se necesita la lectura de esta encíclica para
entender la homilía de la misa de canonización de Santa Faustina (Roma, 2000) y
de la prédica durante la última peregrinación de San Juan Pablo II a su tierra
(Cracovia, 2002).
Al momento de la canonización de Santa Faustina,
Juan Pablo II dijo: “la luz de la misericordia divina, que el Señor quiso
volver a entregar al mundo mediante el carisma de sor Faustina, iluminará el
camino de los hombres del tercer milenio.”
Ser misericordioso es también saber cómo hablar de
la misericordia. San Juan Pablo II nos enseña cómo hablar ya que esto no es una
simple cuestión humana sobre el amor, lo cual no necesita de Dios, ni una
manera de hablar de Dios que no ayuda a nadie.
4. Misericordia del poder
Las decisiones de San Juan Pablo II, quien se
convirtió en un hito en el camino del crecimiento de la devoción a la Divina
Misericordia, son una bendición a la que podemos reconocer como una gracia. Ya
como obispo de Cracovia comenzó el proceso de beatificación de Santa Faustina
Kowalska (1968) encomendando el tratamiento de estas cuestiones teológicas a
uno de los mejores dogmáticos: P. Profesor Ignacy Różycki. En 1993 proclamó
beata a Sor Faustina Kowalska y, siete años más tarde, santa. En 1985 instituyó
el Domingo de la Divina Misericordia en la Arquidiócesis de Cracovia; en 1995,
en todas las diócesis de Polonia; y, en el 2000, durante la canonización de
Santa Faustina, instituyó esta fiesta para la Iglesia del mundo.
Ser misericordioso es también saber tomar buenas
decisiones. Tanto en lo personal, como en lo social, en la vida política o
religiosa. No todos tienen la misma autoridad pero sí todos, dependiendo de la
magnitud de la responsabilidad que le compete, pueden tomar determinadas
decisiones de manera tal que Dios misericordioso pueda estar más cerca de los
demás.
5. Misericordia de la armonía
En lo personal, me impresionó la armonía entre el
amor y la verdad de San Juan Pablo II. Probablemente, quien lo haya conocido
debe haber tenido la impresión de que estaba ante una persona que ama, ante una
persona ante la cual hasta el mayor pecador puede llegar y convertirse en una
mejor persona. No era posible encontrar en él ni un rastro de malicia, desdén o
indiferencia. Dios misericordioso estaba presente en el rostro y en el corazón
del Papa. Y, al mismo tiempo, nada en su actitud daba la sensación de intentar
evitar ninguna de las verdades difíciles de la fe. Era capaz de mantener una
especie de santa armonía entre la verdad y el amor, por eso todo el mundo sabía
que el Papa amaba, aun cuando no estuviera de acuerdo o, incluso, cuando
opinara de forma diametralmente opuesta de aquellos a quienes amaba.
Ser misericordioso es saber cómo mantener la armonía
entre el amor y la verdad, lo que a veces puede ser muy difícil para una
persona. Sin embargo, ni la misericordia sin la verdad, ni la verdad sin amor
por las personas pueden aliviar a nadie.
6. Misericordia de la confianza
El acto de confiarle al mundo a la Divina
Misericordia que llevó a cabo el Papa el 17 de agosto de 2002 en el Santuario
de la Divina Misericordia en el barrio de Łagiewniki, Cracovia, todavía no se
aprecia en toda su magnitud. Con estas palabras el Santo Padre encomendó a la
humanidad en las manos de la Divina Misericordia:
“Dios, Padre misericordioso, que has revelado
tu amor en tu Hijo Jesucristo y lo has derramado sobre nosotros en el Espíritu
Santo, Consolador, te encomendamos hoy el destino del mundo y de todo hombre.
Inclínate hacia nosotros, pecadores; sana
nuestra debilidad; derrota todo mal; haz que todos los habitantes de la tierra
experimenten tu misericordia, para que en ti, Dios uno y trino, encuentren
siempre la fuente de la esperanza.
Padre eterno, por la dolorosa pasión y
resurrección de tu Hijo, ten misericordia de nosotros y del mundo entero. Amén”
Confiar significa entregarse a Dios. Encomendar el
mundo y los hombres a la misericordia de Dios significa proclamar públicamente
la certeza de que únicamente Dios puede salvar al mundo, auxiliarlo, hacerlo un
lugar mejor. Ser misericordioso siempre comienza con la certeza de que sin
Dios, los hombres no pueden ser rescatados de la miseria, de la pobreza o del
pecado.
7. Misericordia de la muerte
Ya en 1981, cuando el Papa perdonó al hombre que quiso asesinarlo, Ali Agca, se
mostró como un ser humano que sabe que la misericordia, más allá del
sufrimiento personal, es la mejor respuesta a cualquier forma de miseria. Esta
bondad del corazón del Papa también reveló la cruz de su enfermedad y de su
muerte. A veces, es más fácil para nosotros ser misericordiosos con los demás
mientras que no sabemos cómo ser misericordiosos con nosotros mismos. San Juan
Pablo II se sumergió tanto en la Misericordia Divina durante sus últimos años y
sus últimos días que Dios lo llamó a Su casa en la Vigilia del Domingo de la
Divina Misericordia; el 2 de abril de 2005, a las 9:37 pm.
Ser voluntario de la Misericordia es también ser
voluntario de la misericordia hacia ti mismo, ser misericordioso hacia la
propia pobreza, hacia la miseria del propio pecado y hacia la propia cruz.
Ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
domingo, 20 de abril de 2025
Último mensaje de Pascua de San Juan Pablo II (año 2005)
Domingo, 27 marzo 2005 (ZENIT.org).-
Publicamos el mensaje que Juan Pablo
II ha dirigido para esta Pascua de este año, leído en su nombre por el cardenal
Angelo Sodano, secretario de Estado, al final de la misa del domingo de
Resurrección, celebrada en la plaza de San Pedro del Vaticano.
1. Mane nobiscum, Domine!
¡Quédate con nosotros, Señor! (cf. Lc 24,29).
Con estas palabras, los discípulos de Emaús
invitaron al misterioso Viandante a quedarse con ellos al caer de la tarde
aquel primer día después del sábado en el que había ocurrido lo increíble.
Según la promesa, Cristo había resucitado;
pero ellos aún no lo sabían.
Sin embargo, las palabras del Viandante
durante el camino habían hecho poco a poco enardecer su corazón.
Por eso lo invitaron: «Quédate con nosotros».
Después, sentados en torno a la mesa para la
cena, lo reconocieron “al partir el pan”.
Y, de repente, él desapareció.
Ante ellos quedó el pan partido, y en su
corazón la dulzura de sus palabras.
2. Queridos hermanos y hermanas, la Palabra y
el Pan de la Eucaristía, misterio y don de la Pascua, permanecen en los siglos
como memoria perenne de la pasión, muerte y resurrección de Cristo.
También nosotros hoy, Pascua de Resurrección,
con todos los cristianos del mundo repetimos: Jesús, crucificado y resucitado,
¡quédate con nosotros!
Quédate con nosotros, amigo fiel y apoyo
seguro de la humanidad en camino por las sendas del tiempo.
Tú, Palabra viviente del Padre, infundes
confianza y esperanza a cuantos buscan el sentido verdadero de su existencia.
Tú, Pan de vida eterna, alimentas al hombre
hambriento de verdad, de libertad, de justicia y de paz.
3. Quédate con nosotros, Palabra viviente del
Padre, y enséñanos palabras y gestos de paz: paz para la tierra consagrada por
tu sangre y empapada con la sangre de tantas víctimas inocentes; paz para los
Países de Oriente Medio y África, donde también se sigue derramando mucha
sangre; paz para toda la humanidad, sobre la cual se cierne siempre el peligro
de guerras fratricidas.
Quédate con nosotros, Pan de vida eterna,
partido y distribuido a los comensales: danos también a nosotros la fuerza de
una solidaridad generosa con las multitudes que, aun hoy, sufren y mueren de
miseria y de hambre, diezmadas por epidemias mortíferas o arruinadas por
enormes catástrofes naturales.
Por la fuerza de tu Resurrección, que ellas
participen igualmente de una vida nueva.
4. También nosotros, hombres y mujeres del
tercer milenio, tenemos necesidad de Ti, Señor resucitado.
Quédate con nosotros ahora y hasta al fin de
los tiempos.
Haz que el progreso material de los pueblos
nunca oscurezca los valores espirituales que son el alma de su civilización.
Ayúdanos, te rogamos, en nuestro camino.
Nosotros creemos en Ti, en Ti esperamos,
porque sólo Tú tienes palabras de vida eterna (cf. Jn 6,68).
Mane nobiscum, Domine! ¡Alleluia!
[Traducción
del original italiano distribuida por la Santa Sede]
domingo, 13 de abril de 2025
Con el Domingo de Ramos se inicia la Semana Santa
Cristo, junto con sus discípulos, se acerca a
Jerusalén. Lo hace como los demás peregrinos, hijos e hijas de Israel; que en
esta semana precedente a la Pascua, van a Jerusalén. Jesús es uno de tantos.
Este acontecimiento, en su desarrollo externo, se
puede considerar, pues, normal. Así, pues, sentado sobre un borrico, Jesús
realiza el último trecho del camino hacia Jerusalén. Sin embargo, desde cierto
momento, este viaje, que en sí nada tenía de extraordinario, se cambia en una
verdadera "entrada solemne en Jerusalén".
Hoy celebramos el Domingo de Ramos, que nos recuerda
y hace presente esta "entrada". En un especial rito litúrgico
repetimos y reproducimos todo lo que hicieron y dijeron los discípulos de Jesús
—tanto los cercanos como los más lejanos en el tiempo— en ese camino, que
llevaba a Jerusalén. Igual que ellos, tenemos en las manos los ramos de olivo y
decimos —o mejor, cantamos— las palabras de veneración que ellos pronunciaron.
Estas palabras, según la redacción del Evangelio de Lucas, dicen así:
"Bendito el que viene, el Rey, en nombre del Señor. Paz en el Cielo y
gloria en las alturas" (Lc 19, 38).
El Domingo de Ramos abre la Semana Santa de la
Pasión del Señor; de la que ya lleva en sí la dimensión más profunda. Por este
motivo, leemos toda la descripción de la Pasión del Señor.
Jesús, al subir en ese momento hacia Jerusalén, se
revela a Sí mismo completamente ante aquellos que preparan el atentado contra
su vida. Por lo demás, se había revelado desde ya hacía tiempo, al confirmar
con los milagros todo lo que proclamaba y al enseñar, como doctrina de su
Padre, todo lo que enseñaba.
El Maestro es plenamente consciente de esto. Todo
cuanto hace, lo hace con esta conciencia, siguiendo las palabras de la
Escritura, que ha previsto cada uno de los momentos de su Pascua. La entrada en
Jerusalén fue el cumplimiento de la Escritura.
He aquí la liturgia del Domingo de Ramos: en medio
de las exclamaciones de la muchedumbre, del entusiasmo de los discípulos que,
con las palabras de los Profetas, proclaman y confiesan en Él al Mesías, sólo
Él, Cristo, conoce hasta el fondo la verdad de su Misión; sólo Él, Cristo, lee
hasta el fondo lo que sobre Él han escrito los Profetas.
Y todo lo que han dicho y escrito se cumple en Él
con la verdad interior de su alma. Él, con la voluntad y el corazón, está ya en
todo lo que, según las dimensiones externas del tiempo, le queda todavía por
delante. Ya en este cortejo triunfal, en su "entrada en Jerusalén",
Él es "obediente hasta la muerte y muerte de cruz" (Flp 2, 8).
En cierto momento, se le acercan los fariseos que no
pueden soportar más las exclamaciones de la muchedumbre en honor de Cristo, que
hace su entrada en Jerusalén, y dicen: "Maestro, reprende a tus discípulos";
Jesús contestó: "Os digo que si ellos callasen, gritarían las
piedras" (Lc 19, 39-40).
Comenzamos hoy la Semana Santa de la Pasión del
Señor. Que nuestros corazones y nuestras conciencias griten más fuerte que las
piedras.
San Juan Pablo II
Homilía del Domingo de Ramos
30 de marzo de 1980 (extracto)
domingo, 6 de abril de 2025
Apoya la cabeza en la Cruz
Una vez que San Juan Pablo II estaba de tertulia con un grupo de niños, haciéndole preguntas, uno de ellos le preguntó:
“¿Qué piensas cuando apoyas la cabeza en la Cruz?”
El Papa se sonrió y le dijo:
“Siempre que me apoyo sobre la Cruz, que lo hago muchas veces, le digo: “Que muera Wojtyla y viva Cristo”.
Una forma de estar vigilantes, como nos pide el Evangelio, es imitar al Papa en esta petición, que muramos al hombre viejo y viva en nosotros Cristo mismo. Así podremos ser testigos y misioneros del Evangelio.
domingo, 30 de marzo de 2025
La verdadera democracia
Aunque san
Juan Pablo II alabó el proceso democrático, también advirtió sobre los peligros
de una democracia divorciada de cualquier verdad objetiva
Entre todos
los tipos de sistemas políticos, la democracia parece ser el más cristiano y el
más adecuado para el florecimiento de la sociedad humana. Sin embargo, aunque
san Juan Pablo II alabó las muchas cosas buenas que puede conseguir el proceso
democrático, también advirtió de los muchos peligros.
En su opinión,
la democracia puede ser buena, pero no es perfecta.
En su
encíclica ‘Centesimus Annus’, san Juan Pablo II elogió el proceso
electoral democrático:
"La
Iglesia valora el sistema democrático en la medida en que asegura la
participación de los ciudadanos en la toma de decisiones políticas, garantiza a
los gobernados la posibilidad tanto de elegir y exigir responsabilidades a
quienes les gobiernan, como de sustituirlos por medios pacíficos cuando sea
oportuno".
Sin embargo,
esto no garantiza una sociedad justa y cristiana. San Juan Pablo II explicó que
una verdadera democracia debe defender la dignidad de la persona humana:
"La
auténtica democracia solo es posible en un Estado de derecho y sobre la base de
una concepción correcta de la persona humana. Requiere que se den las
condiciones necesarias para la promoción tanto del individuo mediante la
educación y la formación en verdaderos ideales, como de la 'subjetividad' de la
sociedad mediante la creación de estructuras de participación y responsabilidad
compartida".
A
continuación, san Juan Pablo II advierte de lo que le ocurrirá a un país
democrático si no se rige por la verdad objetiva:
"Hay
que observar a este respecto que si no existe una verdad última que guíe y
dirija la actividad política, las ideas y las convicciones pueden ser
fácilmente manipuladas por razones de poder. Como demuestra la historia, una
democracia sin valores se convierte fácilmente en un totalitarismo abierto o
apenas disimulado".
Los países
democráticos deben mantenerse firmes en las verdades fundamentales de la
existencia humana y tratar a todos con igual dignidad. Si eso no ocurre, los
grupos políticos se abalanzarán sobre ellos y utilizarán su poder en beneficio
propio.
Sobre todo
tenemos que rezar por nuestros políticos, para que sean verdaderos servidores
de todos.
Fuente: Aleteia
miércoles, 19 de marzo de 2025
San José desde la mirada de San Juan Pablo II
Llamado
a ser el Custodio del Redentor, «José... hizo como el ángel del Señor le había
mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mt 1, 24)
San José está ante nosotros
como el hombre de fe y de oración. La liturgia le aplica la Palabra de Dios en
el salmo 88: “Él me invocará: Tú eres mi Padre, mi Dios, mi roca salvadora”
Ciertamente, cuántas veces, durante
las largas jornadas de trabajo, José habrá elevado su pensamiento a Dios, para
invocarlo, para ofrecerle sus fatigas, para implorar luz, ayuda y consuelo.
¡Cuántas veces! Pues bien,
este hombre que con toda su vida parecía gritar a Dios “Tú eres mi Padre”,
obtuvo esta gracia particularísima: el Hijo de Dios en la tierra, lo trató como
padre.
José invoca a Dios con todo
el ardor de su corazón creyente: “Padre mío”, y Jesús, que trabaja a su lado
con las herramientas de carpintero, se dirigía a él llamándolo “padre”.
Misterio profundo: Cristo,
que en cuanto Dios, tenía directamente la experiencia de la Paternidad divina
en el seno de la Santísima Trinidad, vivió esta experiencia en cuanto hombre, a
través de la persona de José, su padre putativo. Y José, a su vez, ofreció en
la casa de Nazaret al niño que crecía a su lado, el apoyo de su equilibrio
viril, de su clarividencia, de su valentía, de las dotes propias de todo buen
padre, sacándolas de esa fuente suprema, de quien toma nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra.
...Él mi invocará: “Tú eres
mi Padre”. Como san José, invocad también vosotros con una oración asidua y
fervorosa al Padre celestial y también vosotros experimentareis como él, la
verdad de las siguientes palabras del salmo: “le mantendré eternamente mi favor
y mi alianza con él será estable”.
San Juan Pablo II
sábado, 8 de marzo de 2025
Carta de San Juan Pablo II a las mujeres
Te doy gracias, mujer-madre, que te conviertes en
seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia
única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz y te
hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de referencia
en el posterior camino de la vida.
Te doy gracias, mujer-esposa, que unes
irrevocablemente tu destino al de un hombre, mediante una relación de recíproca
entrega, al servicio de la comunión y de la vida.
Te doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana, que
aportas al núcleo familiar y también al conjunto de la vida social las riquezas
de tu sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.
Te doy gracias, mujer-trabajadora, que participas en
todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política,
mediante la indispensable aportación que das a la elaboración de una cultura
capaz de conciliar razón y sentimiento, a una concepción de la vida siempre
abierta al sentido del « misterio », a la edificación de estructuras económicas
y políticas más ricas de humanidad.
Te doy gracias, mujer-consagrada, que a ejemplo de
la más grande de las mujeres, la Madre de Cristo, Verbo encarnado, te abres con
docilidad y fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia y a toda la
humanidad a vivir para Dios una respuesta «esponsal», que expresa
maravillosamente la comunión que Él quiere establecer con su criatura.
Te doy gracias, mujer… ¡Por el hecho mismo de ser
mujer! Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del
mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas.
San Juan Pablo II - 1995
domingo, 23 de febrero de 2025
San Juan Pablo II nos explica su vocación
A lo
largo de su pontificado, Juan Pablo II se ha referido en diversas ocasiones a
su vocación como sacerdote, a su designación como obispo y a su elección como
Papa, a lo que sintió y pensó en esos momentos. Ofrecemos una selección de
textos.
Sacerdote
"Después
de la muerte de mi padre, ocurrida en febrero de 1941, poco a poco fui tomando
conciencia de mi verdadero camino. Yo trabajaba en la fábrica y, en la medida
en que lo permitía el terror de la ocupación, cultivaba mi afición a las letras
y al arte dramático. Mi vocación sacerdotal tomó cuerpo en medio de todo esto,
como un hecho interior de una transparencia indiscutible y absoluta. Al año
siguiente, en otoño, sabía que había sido llamado. Veía claramente lo que debía
abandonar y el objetivo que debía alcanzar sin volver la vista atrás. Sería
sacerdote". ("Del temor a la esperanza", Solviga, 1993, p. 34).
"¿Cuál
es la historia de mi vocación sacerdotal? La conoce, sobre todo, Dios. En su
dimensión más profunda, toda vocación sacerdotal es ‘un gran misterio’, es un
don que supera infinitamente al hombre. Cada uno de nosotros sacerdotes lo
experimenta claramente durante toda la vida. Ante la grandeza de este don
sentimos cuán indignos somos de ello". ("Don y misterio", BAC,
1996, p. 17).
"La
vocación sacerdotal es un misterio. Es el misterio de un ‘maravilloso
intercambio’ –‘admirabile commercium’– entre Dios y el hombre. Este ofrece a
Cristo su humanidad para que Él pueda servirse de ella como instrumento de
salvación, casi haciendo de este hombre otro sí mismo. Si no se percibe el
misterio de este ‘intercambio’, no se logra entender cómo puede suceder que un
joven, escuchando la palabra ‘sígueme’, llegue a renunciar a todo por Cristo,
en la certeza de que por este camino su personalidad humana se realizará
plenamente". ("Don y misterio", p. 90).
"En
el intervalo de casi cincuenta años de sacerdocio lo que para mí continúa
siendo lo más importante y más sagrado es la celebración de la Eucaristía.
Domina en mí la conciencia de celebrar en el altar ‘in persona Christi’. Jamás
a lo largo de estos años he dejado la celebración del Santísimo Sacrificio. La
Santa Misa es, de forma absoluta, el centro de mi vida y de toda mi
jornada". (Discurso, 27-10-1995).
Obispo
"Al
oír las palabras del primado anunciándome la decisión de la Sede Apostólica,
dije: ‘Eminencia, soy demasiado joven, acabo de cumplir los treinta y ocho
años...’ Pero el primado replicó: ‘Esta es una imperfección de la que pronto se
librará. Le ruego que no se oponga a la voluntad del Santo Padre’. Entonces
añadí solo una palabra: ‘Acepto’. ‘Pues vamos a comer’, concluyó el Primado
(...)
"Sucesor
de los Apóstoles. (...) Yo –un ‘sucesor’– pensaba con gran humildad en los
Apóstoles de Cristo y en aquella larga e ininterrumpida cadena de obispos que,
mediante la imposición de las manos, habían transmitido a sus sucesores la
participación en la misión apostólica". ("¡Levantaos! ¡Vamos!",
Plaza y Janés, 2004, pp. 22 y 26).
Papa
"Creo
que no fui yo el único sorprendido aquel día por la votación del Cónclave. Pero
Dios nos concede los medios para realizar aquello que nos manda y que parece
humanamente imposible. Es el secreto de la vocación. Toda vocación cambia
nuestros proyectos, al proponernos otro distinto, y asombra ver hasta qué
extremo Dios nos ayuda interiormente, cómo nos conecta a una nueva ‘longitud de
onda’, cómo nos prepara para entrar en este nuevo proyecto y hacerlo nuestro,
viendo en él, simplemente, la voluntad del Padre y acatándola. A pesar de
nuestra debilidad y de nuestras opiniones personales.
"Al
hablarle así, pienso en otras situaciones que he afrontado en mi experiencia
pastoral, en esos enfermos incurables condenados a la silla de ruedas o
clavados en la cama; personas jóvenes muchas de ellas, conscientes del proceso
implacable de su enfermedad, prisioneras de su agonía durante semanas, meses,
años. Lo que ellas aceptan, ¿no podría aceptarlo yo también?
"Tal
vez esta comparación le sorprenda; pero se me ocurrió el día de mi elección y,
puesto que quiere usted saber cuáles fueron mis primeros pensamientos, se los
digo tal y como me vinieron a la mente". ("¡No tengáis miedo! André
Frossard dialoga con Juan Pablo II", Plaza y Janés, 1982, pp. 24-25).
© ACIPRENSA
martes, 11 de febrero de 2025
Oración de San Juan pablo II ante la Virgen de Lourdes
¡Ave
María, Mujer humilde, bendecida por el Altísimo!
Virgen
de la esperanza, profecía de tiempos nuevos,
nosotros
nos unimos a tu cántico de alabanza
para
celebrar las misericordias del Señor,
para
anunciar la venida del Reino
y
la plena liberación del hombre.
¡Ave
María, humilde Sierva del Señor, Gloriosa Madre de Cristo!
Virgen
fiel, Morada Santa del Verbo,
enséñanos
a perseverar en la escucha de la Palabra,
a
ser dóciles a la Voz del Espíritu Santo,
atentos
a sus llamados en la intimidad de la conciencia
y
a sus manifestaciones en los acontecimientos de la historia.
¡Ave
María, Mujer del dolor, Madre de los vivientes!
Virgen
Esposa ante la Cruz, Eva nueva,
Sed
nuestra guía por los caminos del mundo,
enséñanos
a vivir y a difundir el Amor de Cristo,
a
detenernos contigo ante las innumerables cruces
en
las que tu Hijo aún está crucificado.
¡Ave
María, Mujer de la fe, primera entre los discípulos!
Virgen
Madre de la Iglesia, ayúdanos a dar siempre
razón
de la esperanza que habita en nosotros,
confiando
en la bondad del hombre y en el Amor del Padre.
Enséñanos
a construir el mundo desde adentro:
en
la profundidad del silencio y de la oración,
en
la alegría del amor fraterno,
en
la fecundidad insustituible de la Cruz.
Santa
María, Madre de los creyentes,
Nuestra
Señora de Lourdes,
ruega
por nosotros.
(Oración pronunciada por San Juan Pablo II en el Santuario de Lourdes)
jueves, 30 de enero de 2025
Don Bosco, padre y maestro de la juventud
El 24 de enero de 1989, el Papa Juan
Pablo II, ahora Santo, proclamó a Don Bosco como “Padre y Maestro de la
Juventud”, a continuación te compartimos la carta que envió su Santidad al
entonces Rector Mayor de la Congregación Salesiana, don Egidio Viganò.
Querido Egidio Viganò
Rector Mayor de la Sociedad Salesiana de San
Juan Bosco:
Está a punto de concluir el año del
centenario de la muerte de San Juan Bosco, fundador de esta Sociedad, y mi
mente está abierta a muchas memorias y recuerdos de los principales momentos de
celebración, que han marcado.
Hubo muchas reuniones con los jóvenes alumnos
de las escuelas salesianas de todo el mundo; pero es especialmente viva en mi
memoria que me hizo la peregrinación a los lugares de su fundador, visitados
con la intención y los sentimientos de agradecimiento a Dios, por haber dado a
la Iglesia un educador tan distinguido. Ya a principios de este año jubilar,
dirigí una carta, para poner de relieve la misión y el carisma particular de
Don Bosco y sus hijos espirituales en el arte de la formación de los jóvenes, y
también he recomendado a todos los que trabajan con los jóvenes a seguir
fielmente los caminos trazados por él, adaptándose a las necesidades y
características de nuestro tiempo.
Los problemas de la juventud hoy en día, de
hecho, confirman la pertinencia actual de los principios del método de
enseñanza, ideadas por San Juan Bosco que se centró en la importancia de la
prevención en los jóvenes el aumento de las experiencias negativas, la
educación positiva con valiosas propuestas y ejemplos de aprovechar la libertad
interior a los que están dotados, para establecer con ellos relaciones de
auténtica familiaridad, y estimular las capacidades nativas, basada en la
razón, la religión y la bondad.
Es mi deseo que los frutos de este año
conmemorativo duren mucho tiempo tanto en la Sociedad Salesiana como en la
Iglesia universal que, en Don Bosco ha reconocido y reconoce un modelo ejemplar
de un apóstol de los jóvenes. Por lo tanto, incluso si se acepta el voto de
muchos hermanos en el episcopado, a los sacerdotes salesianos y las Hijas de
María Auxiliadora, de sus antiguos alumnos y muchos de los fieles, en virtud de
lo mencionado, es mi deseo proclamar a San Juan Bosco, padre y maestro de la
juventud, estableciendo que por este título sea honrado e invocado, sobre todo
por sus hijos espirituales.
Confiando en que mi decisión ayudará a
promover cada vez más el culto del santo amado e inspirará a muchos imitadores
de su celo como educador, imparto a usted, a sus hermanos ya toda la Familia
Salesiana la Bendición Apostólica.
Desde el Vaticano, 24 de enero –la memoria de
San Francisco de Sales– año 1989, undécimo de mi Pontificado.
JUAN PABLO PP. II
domingo, 12 de enero de 2025
El Bautismo de Jesús
Hoy se celebra la fiesta del
Bautismo del Señor. Los Evangelios narran que Jesús fue a ver a Juan Bautista,
en el río Jordán, y quiso recibir de él el bautismo de penitencia.
Inmediatamente después, mientras estaba en oración, «bajó sobre él el Espíritu Santo
en forma corporal, como una paloma; y vino una voz del cielo: “Tú eres mi hijo;
yo hoy te he engendrado”» (Lucas 3,21-22).
Es la primera manifestación
pública de la identidad mesiánica de Jesús, después de la adoración de los
magos. Por este motivo, la liturgia pone en relación el Bautismo y la Epifanía,
con un salto cronológico de unos treinta años: el Niño, al que adoraron los
magos como rey mesiánico, es consagrado hoy por el Padre en el Espíritu Santo.
En el bautismo del Jordán ya
se perfila claramente el «estilo» mesiánico de Jesús: él viene como «Cordero de
Dios» para cargar sobre él y quitar el pecado del mundo (Cfr. Juan 1, 29. 36).
Así lo presenta el Bautista a los discípulos (Cfr. Juan 1, 36). Del mismo modo,
nosotros, que en Navidad hemos celebrado el gran acontecimiento de la
Encarnación, estamos invitados a mantener fija la mirada en Jesús, rostro
humano de Dios y rostro divino del hombre.
María Santísima es maestra
insuperable de contemplación. Si tuvo que sufrir humanamente al ver cómo Jesús
dejaba Nazaret, de su manifestación recibió nueva luz y fuerza para la
peregrinación de la fe. El Bautismo de Cristo constituye el primer misterio de
la luz para María y para toda la Iglesia. ¡Que ilumine el camino de todo
cristiano!
San Juan Pablo II
11 de enero 2004
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