domingo, 20 de abril de 2025
Último mensaje de Pascua de San Juan Pablo II (año 2005)
Domingo, 27 marzo 2005 (ZENIT.org).-
domingo, 13 de abril de 2025
Con el Domingo de Ramos se inicia la Semana Santa
Cristo, junto con sus discípulos, se acerca a
Jerusalén. Lo hace como los demás peregrinos, hijos e hijas de Israel; que en
esta semana precedente a la Pascua, van a Jerusalén. Jesús es uno de tantos.
Este acontecimiento, en su desarrollo externo, se
puede considerar, pues, normal. Así, pues, sentado sobre un borrico, Jesús
realiza el último trecho del camino hacia Jerusalén. Sin embargo, desde cierto
momento, este viaje, que en sí nada tenía de extraordinario, se cambia en una
verdadera "entrada solemne en Jerusalén".
Hoy celebramos el Domingo de Ramos, que nos recuerda
y hace presente esta "entrada". En un especial rito litúrgico
repetimos y reproducimos todo lo que hicieron y dijeron los discípulos de Jesús
—tanto los cercanos como los más lejanos en el tiempo— en ese camino, que
llevaba a Jerusalén. Igual que ellos, tenemos en las manos los ramos de olivo y
decimos —o mejor, cantamos— las palabras de veneración que ellos pronunciaron.
Estas palabras, según la redacción del Evangelio de Lucas, dicen así:
"Bendito el que viene, el Rey, en nombre del Señor. Paz en el Cielo y
gloria en las alturas" (Lc 19, 38).
El Domingo de Ramos abre la Semana Santa de la
Pasión del Señor; de la que ya lleva en sí la dimensión más profunda. Por este
motivo, leemos toda la descripción de la Pasión del Señor.
Jesús, al subir en ese momento hacia Jerusalén, se
revela a Sí mismo completamente ante aquellos que preparan el atentado contra
su vida. Por lo demás, se había revelado desde ya hacía tiempo, al confirmar
con los milagros todo lo que proclamaba y al enseñar, como doctrina de su
Padre, todo lo que enseñaba.
El Maestro es plenamente consciente de esto. Todo
cuanto hace, lo hace con esta conciencia, siguiendo las palabras de la
Escritura, que ha previsto cada uno de los momentos de su Pascua. La entrada en
Jerusalén fue el cumplimiento de la Escritura.
He aquí la liturgia del Domingo de Ramos: en medio
de las exclamaciones de la muchedumbre, del entusiasmo de los discípulos que,
con las palabras de los Profetas, proclaman y confiesan en Él al Mesías, sólo
Él, Cristo, conoce hasta el fondo la verdad de su Misión; sólo Él, Cristo, lee
hasta el fondo lo que sobre Él han escrito los Profetas.
Y todo lo que han dicho y escrito se cumple en Él
con la verdad interior de su alma. Él, con la voluntad y el corazón, está ya en
todo lo que, según las dimensiones externas del tiempo, le queda todavía por
delante. Ya en este cortejo triunfal, en su "entrada en Jerusalén",
Él es "obediente hasta la muerte y muerte de cruz" (Flp 2, 8).
En cierto momento, se le acercan los fariseos que no
pueden soportar más las exclamaciones de la muchedumbre en honor de Cristo, que
hace su entrada en Jerusalén, y dicen: "Maestro, reprende a tus discípulos";
Jesús contestó: "Os digo que si ellos callasen, gritarían las
piedras" (Lc 19, 39-40).
Comenzamos hoy la Semana Santa de la Pasión del
Señor. Que nuestros corazones y nuestras conciencias griten más fuerte que las
piedras.
San Juan Pablo II
Homilía del Domingo de Ramos
30 de marzo de 1980 (extracto)
domingo, 6 de abril de 2025
Apoya la cabeza en la Cruz
Una vez que San Juan Pablo II estaba de tertulia con un grupo de niños, haciéndole preguntas, uno de ellos le preguntó:
“¿Qué piensas cuando apoyas la cabeza en la Cruz?”
El Papa se sonrió y le dijo:
“Siempre que me apoyo sobre la Cruz, que lo hago muchas veces, le digo: “Que muera Wojtyla y viva Cristo”.
Una forma de estar vigilantes, como nos pide el Evangelio, es imitar al Papa en esta petición, que muramos al hombre viejo y viva en nosotros Cristo mismo. Así podremos ser testigos y misioneros del Evangelio.
domingo, 30 de marzo de 2025
La verdadera democracia
Aunque san
Juan Pablo II alabó el proceso democrático, también advirtió sobre los peligros
de una democracia divorciada de cualquier verdad objetiva
Entre todos
los tipos de sistemas políticos, la democracia parece ser el más cristiano y el
más adecuado para el florecimiento de la sociedad humana. Sin embargo, aunque
san Juan Pablo II alabó las muchas cosas buenas que puede conseguir el proceso
democrático, también advirtió de los muchos peligros.
En su opinión,
la democracia puede ser buena, pero no es perfecta.
En su
encíclica ‘Centesimus Annus’, san Juan Pablo II elogió el proceso
electoral democrático:
"La
Iglesia valora el sistema democrático en la medida en que asegura la
participación de los ciudadanos en la toma de decisiones políticas, garantiza a
los gobernados la posibilidad tanto de elegir y exigir responsabilidades a
quienes les gobiernan, como de sustituirlos por medios pacíficos cuando sea
oportuno".
Sin embargo,
esto no garantiza una sociedad justa y cristiana. San Juan Pablo II explicó que
una verdadera democracia debe defender la dignidad de la persona humana:
"La
auténtica democracia solo es posible en un Estado de derecho y sobre la base de
una concepción correcta de la persona humana. Requiere que se den las
condiciones necesarias para la promoción tanto del individuo mediante la
educación y la formación en verdaderos ideales, como de la 'subjetividad' de la
sociedad mediante la creación de estructuras de participación y responsabilidad
compartida".
A
continuación, san Juan Pablo II advierte de lo que le ocurrirá a un país
democrático si no se rige por la verdad objetiva:
"Hay
que observar a este respecto que si no existe una verdad última que guíe y
dirija la actividad política, las ideas y las convicciones pueden ser
fácilmente manipuladas por razones de poder. Como demuestra la historia, una
democracia sin valores se convierte fácilmente en un totalitarismo abierto o
apenas disimulado".
Los países
democráticos deben mantenerse firmes en las verdades fundamentales de la
existencia humana y tratar a todos con igual dignidad. Si eso no ocurre, los
grupos políticos se abalanzarán sobre ellos y utilizarán su poder en beneficio
propio.
Sobre todo
tenemos que rezar por nuestros políticos, para que sean verdaderos servidores
de todos.
Fuente: Aleteia
miércoles, 19 de marzo de 2025
San José desde la mirada de San Juan Pablo II
Llamado
a ser el Custodio del Redentor, «José... hizo como el ángel del Señor le había
mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mt 1, 24)
San José está ante nosotros
como el hombre de fe y de oración. La liturgia le aplica la Palabra de Dios en
el salmo 88: “Él me invocará: Tú eres mi Padre, mi Dios, mi roca salvadora”
Ciertamente, cuántas veces, durante
las largas jornadas de trabajo, José habrá elevado su pensamiento a Dios, para
invocarlo, para ofrecerle sus fatigas, para implorar luz, ayuda y consuelo.
¡Cuántas veces! Pues bien,
este hombre que con toda su vida parecía gritar a Dios “Tú eres mi Padre”,
obtuvo esta gracia particularísima: el Hijo de Dios en la tierra, lo trató como
padre.
José invoca a Dios con todo
el ardor de su corazón creyente: “Padre mío”, y Jesús, que trabaja a su lado
con las herramientas de carpintero, se dirigía a él llamándolo “padre”.
Misterio profundo: Cristo,
que en cuanto Dios, tenía directamente la experiencia de la Paternidad divina
en el seno de la Santísima Trinidad, vivió esta experiencia en cuanto hombre, a
través de la persona de José, su padre putativo. Y José, a su vez, ofreció en
la casa de Nazaret al niño que crecía a su lado, el apoyo de su equilibrio
viril, de su clarividencia, de su valentía, de las dotes propias de todo buen
padre, sacándolas de esa fuente suprema, de quien toma nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra.
...Él mi invocará: “Tú eres
mi Padre”. Como san José, invocad también vosotros con una oración asidua y
fervorosa al Padre celestial y también vosotros experimentareis como él, la
verdad de las siguientes palabras del salmo: “le mantendré eternamente mi favor
y mi alianza con él será estable”.
San Juan Pablo II
sábado, 8 de marzo de 2025
Carta de San Juan Pablo II a las mujeres
Te doy gracias, mujer-madre, que te conviertes en
seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia
única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz y te
hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de referencia
en el posterior camino de la vida.
Te doy gracias, mujer-esposa, que unes
irrevocablemente tu destino al de un hombre, mediante una relación de recíproca
entrega, al servicio de la comunión y de la vida.
Te doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana, que
aportas al núcleo familiar y también al conjunto de la vida social las riquezas
de tu sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.
Te doy gracias, mujer-trabajadora, que participas en
todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política,
mediante la indispensable aportación que das a la elaboración de una cultura
capaz de conciliar razón y sentimiento, a una concepción de la vida siempre
abierta al sentido del « misterio », a la edificación de estructuras económicas
y políticas más ricas de humanidad.
Te doy gracias, mujer-consagrada, que a ejemplo de
la más grande de las mujeres, la Madre de Cristo, Verbo encarnado, te abres con
docilidad y fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia y a toda la
humanidad a vivir para Dios una respuesta «esponsal», que expresa
maravillosamente la comunión que Él quiere establecer con su criatura.
Te doy gracias, mujer… ¡Por el hecho mismo de ser
mujer! Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del
mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas.
San Juan Pablo II - 1995
domingo, 23 de febrero de 2025
San Juan Pablo II nos explica su vocación
A lo
largo de su pontificado, Juan Pablo II se ha referido en diversas ocasiones a
su vocación como sacerdote, a su designación como obispo y a su elección como
Papa, a lo que sintió y pensó en esos momentos. Ofrecemos una selección de
textos.
Sacerdote
"Después
de la muerte de mi padre, ocurrida en febrero de 1941, poco a poco fui tomando
conciencia de mi verdadero camino. Yo trabajaba en la fábrica y, en la medida
en que lo permitía el terror de la ocupación, cultivaba mi afición a las letras
y al arte dramático. Mi vocación sacerdotal tomó cuerpo en medio de todo esto,
como un hecho interior de una transparencia indiscutible y absoluta. Al año
siguiente, en otoño, sabía que había sido llamado. Veía claramente lo que debía
abandonar y el objetivo que debía alcanzar sin volver la vista atrás. Sería
sacerdote". ("Del temor a la esperanza", Solviga, 1993, p. 34).
"¿Cuál
es la historia de mi vocación sacerdotal? La conoce, sobre todo, Dios. En su
dimensión más profunda, toda vocación sacerdotal es ‘un gran misterio’, es un
don que supera infinitamente al hombre. Cada uno de nosotros sacerdotes lo
experimenta claramente durante toda la vida. Ante la grandeza de este don
sentimos cuán indignos somos de ello". ("Don y misterio", BAC,
1996, p. 17).
"La
vocación sacerdotal es un misterio. Es el misterio de un ‘maravilloso
intercambio’ –‘admirabile commercium’– entre Dios y el hombre. Este ofrece a
Cristo su humanidad para que Él pueda servirse de ella como instrumento de
salvación, casi haciendo de este hombre otro sí mismo. Si no se percibe el
misterio de este ‘intercambio’, no se logra entender cómo puede suceder que un
joven, escuchando la palabra ‘sígueme’, llegue a renunciar a todo por Cristo,
en la certeza de que por este camino su personalidad humana se realizará
plenamente". ("Don y misterio", p. 90).
"En
el intervalo de casi cincuenta años de sacerdocio lo que para mí continúa
siendo lo más importante y más sagrado es la celebración de la Eucaristía.
Domina en mí la conciencia de celebrar en el altar ‘in persona Christi’. Jamás
a lo largo de estos años he dejado la celebración del Santísimo Sacrificio. La
Santa Misa es, de forma absoluta, el centro de mi vida y de toda mi
jornada". (Discurso, 27-10-1995).
Obispo
"Al
oír las palabras del primado anunciándome la decisión de la Sede Apostólica,
dije: ‘Eminencia, soy demasiado joven, acabo de cumplir los treinta y ocho
años...’ Pero el primado replicó: ‘Esta es una imperfección de la que pronto se
librará. Le ruego que no se oponga a la voluntad del Santo Padre’. Entonces
añadí solo una palabra: ‘Acepto’. ‘Pues vamos a comer’, concluyó el Primado
(...)
"Sucesor
de los Apóstoles. (...) Yo –un ‘sucesor’– pensaba con gran humildad en los
Apóstoles de Cristo y en aquella larga e ininterrumpida cadena de obispos que,
mediante la imposición de las manos, habían transmitido a sus sucesores la
participación en la misión apostólica". ("¡Levantaos! ¡Vamos!",
Plaza y Janés, 2004, pp. 22 y 26).
Papa
"Creo
que no fui yo el único sorprendido aquel día por la votación del Cónclave. Pero
Dios nos concede los medios para realizar aquello que nos manda y que parece
humanamente imposible. Es el secreto de la vocación. Toda vocación cambia
nuestros proyectos, al proponernos otro distinto, y asombra ver hasta qué
extremo Dios nos ayuda interiormente, cómo nos conecta a una nueva ‘longitud de
onda’, cómo nos prepara para entrar en este nuevo proyecto y hacerlo nuestro,
viendo en él, simplemente, la voluntad del Padre y acatándola. A pesar de
nuestra debilidad y de nuestras opiniones personales.
"Al
hablarle así, pienso en otras situaciones que he afrontado en mi experiencia
pastoral, en esos enfermos incurables condenados a la silla de ruedas o
clavados en la cama; personas jóvenes muchas de ellas, conscientes del proceso
implacable de su enfermedad, prisioneras de su agonía durante semanas, meses,
años. Lo que ellas aceptan, ¿no podría aceptarlo yo también?
"Tal
vez esta comparación le sorprenda; pero se me ocurrió el día de mi elección y,
puesto que quiere usted saber cuáles fueron mis primeros pensamientos, se los
digo tal y como me vinieron a la mente". ("¡No tengáis miedo! André
Frossard dialoga con Juan Pablo II", Plaza y Janés, 1982, pp. 24-25).
© ACIPRENSA
martes, 11 de febrero de 2025
Oración de San Juan pablo II ante la Virgen de Lourdes
¡Ave
María, Mujer humilde, bendecida por el Altísimo!
Virgen
de la esperanza, profecía de tiempos nuevos,
nosotros
nos unimos a tu cántico de alabanza
para
celebrar las misericordias del Señor,
para
anunciar la venida del Reino
y
la plena liberación del hombre.
¡Ave
María, humilde Sierva del Señor, Gloriosa Madre de Cristo!
Virgen
fiel, Morada Santa del Verbo,
enséñanos
a perseverar en la escucha de la Palabra,
a
ser dóciles a la Voz del Espíritu Santo,
atentos
a sus llamados en la intimidad de la conciencia
y
a sus manifestaciones en los acontecimientos de la historia.
¡Ave
María, Mujer del dolor, Madre de los vivientes!
Virgen
Esposa ante la Cruz, Eva nueva,
Sed
nuestra guía por los caminos del mundo,
enséñanos
a vivir y a difundir el Amor de Cristo,
a
detenernos contigo ante las innumerables cruces
en
las que tu Hijo aún está crucificado.
¡Ave
María, Mujer de la fe, primera entre los discípulos!
Virgen
Madre de la Iglesia, ayúdanos a dar siempre
razón
de la esperanza que habita en nosotros,
confiando
en la bondad del hombre y en el Amor del Padre.
Enséñanos
a construir el mundo desde adentro:
en
la profundidad del silencio y de la oración,
en
la alegría del amor fraterno,
en
la fecundidad insustituible de la Cruz.
Santa
María, Madre de los creyentes,
Nuestra
Señora de Lourdes,
ruega
por nosotros.
(Oración pronunciada por San Juan Pablo II en el Santuario de Lourdes)
jueves, 30 de enero de 2025
Don Bosco, padre y maestro de la juventud
El 24 de enero de 1989, el Papa Juan
Pablo II, ahora Santo, proclamó a Don Bosco como “Padre y Maestro de la
Juventud”, a continuación te compartimos la carta que envió su Santidad al
entonces Rector Mayor de la Congregación Salesiana, don Egidio Viganò.
Querido Egidio Viganò
Rector Mayor de la Sociedad Salesiana de San
Juan Bosco:
Está a punto de concluir el año del
centenario de la muerte de San Juan Bosco, fundador de esta Sociedad, y mi
mente está abierta a muchas memorias y recuerdos de los principales momentos de
celebración, que han marcado.
Hubo muchas reuniones con los jóvenes alumnos
de las escuelas salesianas de todo el mundo; pero es especialmente viva en mi
memoria que me hizo la peregrinación a los lugares de su fundador, visitados
con la intención y los sentimientos de agradecimiento a Dios, por haber dado a
la Iglesia un educador tan distinguido. Ya a principios de este año jubilar,
dirigí una carta, para poner de relieve la misión y el carisma particular de
Don Bosco y sus hijos espirituales en el arte de la formación de los jóvenes, y
también he recomendado a todos los que trabajan con los jóvenes a seguir
fielmente los caminos trazados por él, adaptándose a las necesidades y
características de nuestro tiempo.
Los problemas de la juventud hoy en día, de
hecho, confirman la pertinencia actual de los principios del método de
enseñanza, ideadas por San Juan Bosco que se centró en la importancia de la
prevención en los jóvenes el aumento de las experiencias negativas, la
educación positiva con valiosas propuestas y ejemplos de aprovechar la libertad
interior a los que están dotados, para establecer con ellos relaciones de
auténtica familiaridad, y estimular las capacidades nativas, basada en la
razón, la religión y la bondad.
Es mi deseo que los frutos de este año
conmemorativo duren mucho tiempo tanto en la Sociedad Salesiana como en la
Iglesia universal que, en Don Bosco ha reconocido y reconoce un modelo ejemplar
de un apóstol de los jóvenes. Por lo tanto, incluso si se acepta el voto de
muchos hermanos en el episcopado, a los sacerdotes salesianos y las Hijas de
María Auxiliadora, de sus antiguos alumnos y muchos de los fieles, en virtud de
lo mencionado, es mi deseo proclamar a San Juan Bosco, padre y maestro de la
juventud, estableciendo que por este título sea honrado e invocado, sobre todo
por sus hijos espirituales.
Confiando en que mi decisión ayudará a
promover cada vez más el culto del santo amado e inspirará a muchos imitadores
de su celo como educador, imparto a usted, a sus hermanos ya toda la Familia
Salesiana la Bendición Apostólica.
Desde el Vaticano, 24 de enero –la memoria de
San Francisco de Sales– año 1989, undécimo de mi Pontificado.
JUAN PABLO PP. II
domingo, 12 de enero de 2025
El Bautismo de Jesús
Hoy se celebra la fiesta del
Bautismo del Señor. Los Evangelios narran que Jesús fue a ver a Juan Bautista,
en el río Jordán, y quiso recibir de él el bautismo de penitencia.
Inmediatamente después, mientras estaba en oración, «bajó sobre él el Espíritu Santo
en forma corporal, como una paloma; y vino una voz del cielo: “Tú eres mi hijo;
yo hoy te he engendrado”» (Lucas 3,21-22).
Es la primera manifestación
pública de la identidad mesiánica de Jesús, después de la adoración de los
magos. Por este motivo, la liturgia pone en relación el Bautismo y la Epifanía,
con un salto cronológico de unos treinta años: el Niño, al que adoraron los
magos como rey mesiánico, es consagrado hoy por el Padre en el Espíritu Santo.
En el bautismo del Jordán ya
se perfila claramente el «estilo» mesiánico de Jesús: él viene como «Cordero de
Dios» para cargar sobre él y quitar el pecado del mundo (Cfr. Juan 1, 29. 36).
Así lo presenta el Bautista a los discípulos (Cfr. Juan 1, 36). Del mismo modo,
nosotros, que en Navidad hemos celebrado el gran acontecimiento de la
Encarnación, estamos invitados a mantener fija la mirada en Jesús, rostro
humano de Dios y rostro divino del hombre.
María Santísima es maestra
insuperable de contemplación. Si tuvo que sufrir humanamente al ver cómo Jesús
dejaba Nazaret, de su manifestación recibió nueva luz y fuerza para la
peregrinación de la fe. El Bautismo de Cristo constituye el primer misterio de
la luz para María y para toda la Iglesia. ¡Que ilumine el camino de todo
cristiano!
San Juan Pablo II
11 de enero 2004
Suscribirse a:
Entradas (Atom)